La boda está preparada, los invitados convocados, la generosidad rebosante de los mejores cabritos cebados… Todo listo. Pero los invitados prefieren seguir viviendo en sus seguridades mediocres, en sus campos, en sus negocios, en sus violencias. Optan por lo plano, por lo conocido, por las tristes ganancias que no saben ni pueden hacer fiesta.
Ellos no están preparados para el banquete, no pueden aventurarse en lo gratuito, en la desproporción.
Y el rey da la orden ilógica, la orden que nos salva y nos convoca, la que convierte al Reino en inesperado y abierto. Se convierte en cruce de caminos, en invitación inesperada, en gratuidad sin campos, sin negocios, sin violencia. Fiesta inesperada y rebosante, de dejar lo de siempre para aventurarse en lo inesperado de un cruce.