Saliendo 

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Lo que más llama la atención del relato del hijo pródigo es que el padre sale. Y sale por dos veces en busca de dos hijos que renuncian a entrar en casa. El pequeño porque buscaba una libertad mal entendida de compra-venta y de olvido. El mayor porque no tolera la resurrección de su hermano, el encuentro de besos, abrazos y fiesta que lo hace entrar, de nuevo, en la familia. 

Pero el Padre sigue empeñado en salir, en llevar el hogar allá donde están sus hijos, en extender la entrada más allá de los límites estrechos de las cuatro paredes. 

Y es que el Padre, no lo olvidemos, es el verdadero hogar que restituye la filiación perdida en cualquiera de los dos casos. 

Padre, hogar, salida. Palabras que resuenan en nuestro ser más íntimo y nos hacen temblar porque no acabamos de creernos que Dios pueda ser así. Qué Dios nos siga buscando como a la moneda o a la oveja perdida. Que Dios haga fiesta por cada uno de nosotros acogiéndonos en su sus entrañas que tiemblan de ternura y de agradeciendo. Dios con nosotros: Hogar

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