¡Sabe vivir quien sabe amar!

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Nada de lo que nos envuelve le es extraño al amor.

La Vida Religiosa que hemos abrazo muchos y muy diferentes hombre y mujeres, marca, con nitidez, el camino de la felicidad. Y la felicidad consiste en amar, al estilo de como ama Jesús.

 No hay autoridad mayor que el testimonio de la propia vida. No hay sentencia, imperativo legal, norma ética o consejo moral que resuene con tanta fuerza en la vida de las personas como el testimonio de vida de aquellos que hacen confluir en su existencia el difícil equilibrio de lo que dicen, lo que creen y lo que hacen. Esa es la gran enseñanza del Maestro de Nazaret. Yo conozco a gente que vive así. Tú, lector, seguramente que también. Yo aún estoy en camino para conseguir ese perfecto equilibrio. Y a veces el camino se hace duro.

 Y porque hay testimonios creíbles y visibles, por eso hay razones para estar inmersos en esa tensión de poder conseguir esa paz que añora en tantos momentos el alma: felicidad, equilibrio, buena conciencia, alegria, sentido,… o como quieras llamarle.

¿Algo o alguien puede destruir esta utopía?. No. Ni la soledad, ni la inquietud ante las debilidades, ni la pobreza personal, ni el dolor, ni el cáncer, ni los despistes, ni los propios fracasos (Rom 8,35ss) podrán hacernos desistir de vivir el amor, la entrega y el servicio en toda su plenitud.. Porque nada de lo que vivimos le es ajeno al amor. Y por que el que ama no puede pecar. Un amor que tiene su fuente y su fin en aquel que nos ha creado. Esa es la base y la cimentación de todo. Ese es un amor que sólo se hace creíble y verdadero cuando tratamos a los otros tal y como los trató Jesús. Poder vivir así es el mayor de todos los regalos.

¿Difícil? Claro que es difícil ser coherentes y auténticos, lejos de las bambalinas que nos empujan al puro teatro. Pero ¿hay algo en esta vida que merezca la pena y que no cueste esfuerzo?

Ama. Ama en el dolor, en la ausencia, en lo sencillo, en lo cotidiano. Ama a quien te corrige, a quien te juzga y critica. Ama a tu hermano, a tu enemigo. Amate a tí mismo y ama a Dios. Y entonces llegará la armonía, la paz del alma, la serena y permanente felicidad … que suele dibujarse en el rostro. Y que los que están contigo perciben, sin lugar a dudas.

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