Rey del universo

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Hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey del universo. Una fiesta con cierto trasfondo de grandeza y de oropeles, de realeza exaltada, de poder casi infinito. Esa omnipotencia de Dios que a veces se lleva al extremo de lo caprichoso o de la capacidad de solucionar lo imposible. Un realeza a imagen de ese poder que es gobierno de control e imposición.

En cambio, la liturgia nos sitúa en el centro de este ser rey con el Evangelio: la crucifixión. Allí encontramos todo el poder de un Dios hecho carne que no profiere palabra ante la evidencia de una burla justificada: «Si eres el Mesías sálvate a ti mismo». Esa justificación de quién no entendió nada de lo dicho y hecho por Jesús. Ese volver a lo de siempre, de los esquemas aprendidos de un Dios que lo puede todo y tiene que solucionar todo.

En cambio Jesús va recordando que la única vez que entró en un palacio fue para ser juzgado sin derecho a defensa; que llamó zorro a Herodes; que nació en una cuadra y fue acostado en el lugar donde comen los animales; que advirtió muchas veces que los poderosos de la tierra nos esclavizan y que no debía ser así entre nosotros; que el último debía ser el primero y que el servicio (lavar los pies) el único signo de poder; que las prostitutas nos precederían en el Reino; que las lágrimas pueden botar de todo un Dios por la experiencia de la muerte, la angustia y la falta de los amados; que situó al ser humano en el centro (más que el sábado, más que el ayuno, más que los ritos); que nos advierte de nuestros sepulcros blanqueados y de la miseria del que da de lo que le sobra o no necesita…

Que hizo del silencio final su única defensa porque todo lo demás ya estaba hecho (no sólo dicho). Que en la fragilidad más dolorosa supo pronunciar la máxima belleza salvífica a un desgraciado, a un guiñapo crucificado, que no merecía nada, sólo la condenación: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» y sólo porque se lo pide con todo el cuerpo y el alma y el espíritu, necesitado de ver lo hermoso una vez, antes de morir. Y así fue. Que así sea.

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