El secreto encanto de la nada
Hay días en los que tras la lectura de la prensa diaria te queda el regusto y la sensación de que no hay noticia y simplemente te han «jaleado» y repetido desde distintos puntos de vista el mismo suceso. Otro tanto se podría decir de la TV y, no menos, de cualquier informativo de radio.
Pero no se piensen que es una tentación únicamente de la prensa generalista. Si nos acercamos a la formación, información y promoción de la vida consagrada, podemos encontrarnos con la «señora nada» llenando espacios, tiempos y bostezos de buena parte del querido público. Confiamos que llegados a este punto del editorial, algunos despejen la somnolencia y conecten con el desarrollo de este desencanto con la nada.
Cada vez más convencidos de que lo que menos necesitan los consagrados es volver a leer u oír lo obvio, sin embargo, no abunda la creatividad como para decir que el discurso se ha elevado, o la perspectiva ha adquirido una nueva visión.
Cuando utilizamos expresiones generales como, «tenemos una edad» o «la vida consagrada goza de buena salud, a pesar de su edad». Suponemos que se quiere decir algo, aunque, en realidad, lo que se hace es subrayar la nada, eso sí con trazo fosforescente.
Vamos constatando, casi sin excepción, que la vida consagrada no tiene dificultades en los grandes principios. Hay un acuerdo uná-nime, por ejemplo, en un pasado glorioso lleno de gestas de libertad y providencia en los fundadores y fundadoras. Tampoco se cuestionan los esfuerzos de otro tiempo por hacer significativas las obras de misericordia enseñando al que no sabía ni podía pagar la educación; curando al enfermo en su soledad y mendicidad; o creando innovadoras y parabólicas cooperativas para promocionar a quienes estaban postergados a la indigencia. Hay gestos y gestas de ayer, en los que sostenemos nuestro presente. Sin duda, es verdad, pero recordarlo, reiterarlo, escribirlo o decirlo no aporta «nada» al horizonte en el que hoy tiene que desarrollar la consagración la persona que puebla la vida consagrada.
El secreto encanto de la nada desaparece cuando miramos la vida consagrada a los ojos. Cuando le ponemos nombre. Cuando repa-ramos en que las cosas son muy diferentes en el genérico que en el específico. No se trata enfatizar lo obvio o tranquilizar con sedantes: «buena salud, a pesar de la edad». ¿Qué es buena salud?, ¿quién la tiene?, ¿qué edad?, ¿qué vida consagrada?, ¿para significar qué?
Creemos que la vida consagrada en esta etapa de la historia necesita otro estímulo bien diferente. No agiliza su mordiente profética con frases que la tranquilizan o slogans que a todos sirvan, porque a nadie interpelan. Necesita personalizar y reconocerse en cada uno de sus miembros y sus trayectos. Necesita compartir esos itinerarios, a veces muy personales, y hacerlos comunitarios, no porque sean para todos, sino porque son por todos asumidos en su diferencia. La vida consagrada no sabemos cómo está, pero podemos acercarnos a cada uno y cada una y escuchar, de primera mano, la verdad de su vida.
Si a estas cuestiones no les damos res-puesta, permitiendo la originalidad y singularidad que rompan el tópico, nos puede ocurrir como aquella familia religiosa que la única frase original que encontró de su fundador fue: «Dios quiere que seamos buenos». Evidente, verdadera. No molesta. Es general e indiscutible. Pero por obvia, expresa solo eso, el secreto encanto de la nada.