Acabamos de vivir una cuaresma que ha sido para muchos una cuarentena, cuarenta días de aislamiento no queridos. El aislamiento va a proseguir después de Pascua. La esperanza de muchos cristianos y de muchas personas de buena voluntad, es que este tiempo de reclusión se termine.
La Pascua de Cristo es un motivo de esperanza. Evidentemente, su celebración litúrgica no producirá ningún resultado mágico, pero el buen trabajo de los médicos y enfermeros, la buena voluntad de muchas personas y la disciplina de muchos ciudadanos, han abierto una puerta a la esperanza de que la pesadilla del virus vaya menguando.
De pronto nos hemos dado cuenta de que hay más balas que mascarillas. ¿Seguiremos así una vez controlada la pandemia? ¿Seguirán contándonos los periódicos las mismas rivalidades y ambiciones entre los políticos, los mismos intereses de la banca en aumentar su capital, a costa de cobrar por darles nuestro dinero, las mismas guerras, las mismas dificultades para acoger a los inmigrantes, las mismas discusiones en el parlamento para aprobar leyes que, como mucho, importan a minorías ideologizadas, las mismas restricciones en gasto sanitario y social?
Yo no soy optimista, pero quiero pensar que los cristianos seremos más consecuentes con nuestra fe. Por eso, si todo sigue igual, como por desgracia probablemente así será, lo mejor que podemos hacer los cristianos es no perder el tiempo atacando las leyes permisivas que pueda aprobar el parlamento, para utilizar bien el tiempo viviendo nuestra fe con coherencia, al margen de leyes que ningún cristiano serio piensa jamás aprovechar.
Felices días de Pascua.