Yo añadiría una observación más: que allí donde se tenga la costumbre de comulgar bajo las dos especies, se haga por “intinción”, o sea, mojando el pan consagrado con el vino. De esta forma se evita que los fieles beban del cáliz en el que otros han bebido previamente.
Estas restricciones en las celebraciones eclesiales no deberían molestar a nadie. Incluso podrían ser una ocasión (impuesta por las circunstancias, pero conscientemente asumida) para ir más allá de las expresiones sensibles, a las que tan apegados estamos los humanos, como los besos a las imágenes, o los besos y abrazos de paz, y dar paso en esta cuaresma a una mayor interioridad en nuestras vivencias religiosas. Profundizar en el misterio, mas allá de los signos sensibles.
El virus es una desgracia que debemos combatir, pero las restricciones eclesiales pueden ser ocasión de revisar si nuestra relación con Dios, a veces, depende demasiado de las expresiones sensibles, de gustos artísticos o de costumbres (legítimas, sin duda) propias de un grupo o de un lugar. Una persona amiga, lectora de este blog, me hace al respecto una buena reflexión: uno de los efectos colaterales del virus podría ser un tiempo de gracia en forma de “desierto” o “desnudez” de lo sensible.