Literalmente, se trata de organizar de otro modo. Y se asume una vez que se ha adquirido conciencia de que es necesario otro modo de proceder. Hasta ahí, ningún problema. Estoy absolutamente convencido de que, en su mayor parte, la vida consagrada, es consciente de su necesidad y oportunidad.
Llevamos, sin embargo, décadas “acompañados” por la palabra en cuestión o con alguna de sus variantes que, aunque no significan exactamente lo mismo, para el personal son sinónimas. A saber, reestructuración, revitalización… y una variedad de edulcorantes con el prefijo “re” que se utilizan con el fin de hacer atractivo el encuentro, la propuesta o decisión… que, de todo hay.
Lo cierto es que la reorganización ha caído sobre la vida de las personas sin que estas, en absoluto, se hayan hecho sujetos o sujetas de la misma. Hemos creído que cambiaban las paredes y ya, ipso facto, como por ósmosis, entraba la renovación en las vidas. Nos hemos llenado de aparatos y de espacios de primera generación, sin caer en la cuenta que estos no renovaban inmediatamente los carismas, las comunidades y las propuestas de misión. Así, desde aquella década de los 90 que algunos y algunas recordarán bien, y otros hemos leído, la reorganización está entre nosotros, pero es una “señora” distante, ausente, desconocida y misteriosa. Todavía sujeta a que se diga de ella lo que cada quien estime oportuno, sin que, por supuesto, tengamos claves interpretativas comunes, decisiones claras y propuestas con mordiente evangélica que dialoguen, en verdad, con la cultura y la sociedad actual.
La idea más mediocre sobre la reorganización es la supervivencia. Y, de muchas maneras, las decisiones que se van tomando responden solo y exclusivamente a durar unos años más. El liderazgo es, en este sentido, cortoplacista porque quizá no tiene más recursos ni más fuerza interior. Lo único que puede garantizar y necesita garantizar
–para asegurarse a sí mismo– es una aparente paz de personas cada vez más solas y desconectadas de sus instituciones, y de instituciones cada vez más “organizadas” y distantes de las personas que las integran. El caso es asegurar “unos años”. Pocos, por cierto.
Es una reorganización de agrupamientos de personas ancianas; de cierre de comunidades que llevaban décadas agonizando; de confluencias de servicios comunes para sentir el respaldo de la economía; de coordinaciones, encuentros, jefes y jefecillos con “nuevas palabras”; de sostener lo que hay, sin ninguna capacidad para preguntarnos qué va a haber en la próxima década y, mucho menos, para soñar con esperanza cómo, lo que venga, podría ser una “parábola con vida”.
La reorganización, para serlo, necesita ser protagonizada por las personas, las que hay, las concretas y todas. Y han de asumirla. Y sintéticamente se expresaría en una conjura para salir del cansancio. Necesita cada consagrado y consagrada, expresar cuál es su opción fundamental, sus valores y luchas, sus búsquedas, necesidades y sueños. De lo contrario, seguiremos haciendo algunos un relato para que otros lo vivan, pero no dinamizará cambios de visión y pensamiento, y, por supuesto, no creará espacios comunitarios con vida. Que es el “alma” de la reorganización.
En segundo lugar, conviene clarificar qué buscamos. No es tan diáfano que busquemos la claridad carismática. Sigue teniendo mucha fuerza el aparente éxito de ayer, el renombre y la consideración y, por supuesto, el propio ego. Sigue siendo lamentable la búsqueda de seguridad y supervivencia a cualquier precio.
En tercer lugar, analizar qué no va bien en las estructuras de liderazgo y participación. No pasa nada por reconocerlo y abordarlo. ¿Qué entendemos por liderazgo? ¿Cómo sería la estructura de vida y misión de nuestro carisma? ¿Cómo romper con la tentación de hacernos “propietarios” de los bienes y las vidas de los demás?
En cuarto lugar, responder a cuál sería la expresión nítida de nuestro carisma aquí, ahora y para quienes estamos. ¿Qué tendríamos que dejar ir? ¿Cuál es el primer paso? ¿Cómo tendríamos que vivir? ¿Cómo sería nuestra oración? ¿Cómo nuestra dependencia y pertenencia?
En quinto lugar, la reorganización necesita dejar espacio a la espontaneidad. Al comentario abierto de lo que las personas llevan dentro de sí. Necesita abrazar una realidad plural de edades, culturas y visiones para la que no estamos preparados o preparadas. El relato creíble de la reorganización es aquel que se sustenta en un gesto concreto de armonía logrado en la proximidad de la comunidad local.
En sexto lugar, reorganizarnos. Con comunidades donde las personas viven no sobreviven; comparten, no callan; celebran, no aguantan; crecen, no se desintegran… podemos afrontar el abandono de obras fuertes que no son para nosotros ahora; podemos compartir misión con otras vocaciones que es el camino de la sinodalidad; podemos recuperar tiempo y calidad para la contemplación que es la esencia de la misión, y podemos perder miedo a ser pobres y débiles, que es la llamada del Espíritu. Ahora sí, podemos emprender una reorganización plena.