La Trinidad es un concepto muy complejo. Hay multitud de intentos de acercamiento, pero al final siempre acabamos desembocando en la misma realidad difusa: el misterio.
Pero esta realidad que caprichosa, misteriosa, puede tener cabida en la sensibilidad actual de occidente. Esa forma gaseosa de la Trinidad que se nos escapa entre los dedos de lo racional cobra nueva forma desde un punto de vista relacional.
«Relacional» también es algo con bordes indeterminados y fluctuantes. Pero tiene una carga existencial profunda y densa. Es un relacionarse de un Dios diverso entre sí que al mismo tiempo es igual. Es intentar esbozar los contornos de un Dios que viene siendo en relación, de una manera dinámica, siempre nueva, siempre renovada. Frente a los conceptos férreos de inmovilidad o de inmutabilidad, este intento de esbozar el misterio tiene la fuerza de lo diverso, de la clave amorosa que hace nuevo lo viejo, de la historia metida hasta los tuétanos de un Dios que nunca fue indiferente a los gritos de su pueblo, que tiene pegado en su manto, antes temible, el barro de lo cotidiano y de la creación primera, que sostiene nuestra propias relaciones llevándolas más allá del mero interés gregario, que vive desde el nuestro propio tiempo en la encarnación del Hijo y en el diario deambular del Espíritu sobe nuestro mundo (interior y exterior).
Relación, movimiento, identidad en lo diverso, entendimiento profundo, amor desbordado que no cabe en lo meramente idéntico, novedad absoluta y sorprendente: Trinidad