REFLEXIONES INTEMPESTIVAS SOBRE EL DURANTE Y EL DESPUÉS DEL CORONAVIRUS

0
1409

Después del coronavirus habrá que volver a lo esencial

1.- A causa de un virus descontrolado, las religiosas y religiosos, como ha ocurrido con el resto de los ciudadanos, hemos estado encerrados en nuestras propias casas durante un largo periodo de tiempo. En los monasterios contemplativos, donde la clausura es algo normal y vocacional, el confinamiento no ha supuesto una limitación de espacio, aunque sin duda ha sido motivo de preocupación. Y más allá de la preocupación, el confinamiento ha sido para las monjas una ocasión más de solidarizarse de forma bien práctica y concreta con la gente necesitada, pues además de ofrecer algunos espacios para aquellos cuyo espacio es la calle, muchas de ellas se han puesto a fabricar mascarillas, que luego han donado gratuitamente a quienes más las necesitaban.

Bastantes religiosos de vida activa hemos visto limitada nuestra actividad. Un buen ejemplo han sido nuestros colegios cerrados, o las predicaciones de Ejercicios espirituales suspendidas. Hemos tenido que aprender a vivir más juntos, hemos puesto a prueba nuestra paciencia, pero tampoco podemos quejarnos demasiado, porque bastantes de nuestras casas son espaciosas y el confinamiento ha sido llevadero. Otra cosa han sido aquellos hermanos y hermanas que han sufrido el contagio, han tenido que ser hospitalizados o, desgraciadamente, han fallecido.

 

2.- ¿Y después de esos días qué pasará? Costará un poco volver a la normalidad. Una cosa parece segura: lo que inmediatamente nos espera es una gran crisis económica, consecuencia de la crisis sanitaria. Por tanto, habrá más pobreza, más paro, más personas en situación de necesidad. Ahí es donde nosotros y nuestras instituciones tendremos mucho que decir y mucho que hacer. Quizás el virus sea controlado, pero lo que va a seguir sin control son las necesidades ajenas.

Estas necesidades nos recuerdan que hay un virus que nunca desaparece, por desgracia, el virus que fomenta el poder y la corrupción, el virus del ansia de riqueza, el virus de la sexualidad descontrolada. Ese virus se ha manifestado durante la crisis sanitaria, en la que ha aumentado el consumo de pornografía y de drogas, el poder mal gestionado, y multitud de estafas e intentos de robo, algunos utilizando el nombre de “Cáritas”. Si después de la crisis sanitaria viene una crisis económica, este virus al que acabo de referirme, se desatará con toda su fuerza maléfica.

Los cristianos, sabemos cuál es el antivirus: el compartir, la compasión, el amor, el desprendimiento, la generosidad, las palabras positivas, en fin, el amor evangélico. ¿Seremos capaces de repartir ese antivirus, siempre necesario y siempre escaso? Lo que parece que ha ocurrido con algunos ancianos, que no han sido debidamente atendidos, precisamente por ser ancianos, es una seria llamada de atención. La vida vale por sí misma y valen todas las vidas. Y, si alguna debe ser especialmente cuidada y atendida, es la vida frágil o la vida que nadie quiere.

Además de la crisis económica que nos espera, es posible que haya intentos de aprovechar la coyuntura para restringir nuestras libertades: ¿podremos seguir reuniéndonos, llenar iglesias o locales, viajar libremente, deberemos utilizar siempre o casi siempre mascarilla, estaremos más controlados, incluso a través del teléfono móvil, tendremos que ofrecer explicaciones de a dónde vamos y de con quién estamos, la entrada de inmigrantes será todavía más restrictiva? Me temo que más de un político pretenderá, en nombre de la real o supuesta seguridad, que paguemos el alto precio de la libertad. También ahí, nuestras comunidades podrán jugar un papel profético.

3.- Muchas comunidades (contemplativas y no contemplativas) han retransmitido por internet su rezo coral. Muchos presbíteros han retransmitido la Eucaristía, bien solos, bien acompañados de algunos hermanos de comunidad. Otras y otros han abierto bitácoras, ofreciendo buenas reflexiones y palabras de ánimo y esperanza. Por desgracia, hay quién ha difundido ideas muy extrañas sobre Dios, al decir, por ejemplo, que el coronavirus era la respuesta divina a nuestros pecados. Estamos aquí ante otro virus que, de una u otra forma, siempre reaparece, el virus del Dios castigador y justiciero, un virus que tiene capacidad de seducción y que engaña fácilmente a personas piadosas.

Una de las necesidades permanentes de la vida religiosa es la buena formación teológica, bíblica, espiritual y humana. Una tarea que dura toda la vida. Cuando pase la crisis sanitaria quizás sea el momento de ofrecer formación sobre temas tan serios como el mal, la enfermedad, la muerte. Será bueno, en esas sesiones formativas, dejar claro que las discusiones propias de fundamentalismos baratos (como el modo de comulgar: ¡utilice usted su libertad, pero no critique la de los demás!) no deberían darse entre nosotros. Pero lo que sobre todo habrá que ofrecer es una buena teología sobre el Dios de Jesús, ese al que calificaban de amigo de los pecadores. Ser amigo es algo muy serio. ¿De cuántos de nosotros se puede decir una cosa así? Y si se dice de alguno, seguro que es para condenarle. Necesitamos revisar a fondo el concepto de Dios con el que funcionamos y las ideas de Dios con las que no debemos funcionar.

4.- De pronto nos hemos dado cuenta de que hay más balas que mascarillas. ¿Seguiremos así una vez controlada la pandemia? ¿Seguirán contándonos los periódicos las mismas rivalidades y ambiciones entre los políticos, los mismos intereses de la banca en aumentar su capital, a costa de cobrar por darles nuestro dinero, las mismas guerras, las mismas dificultades para acoger a los inmigrantes, las mismas discusiones en el parlamento para aprobar leyes que, como mucho, importan a minorías ideologizadas, las mismas restricciones en gasto sanitario y social?

Yo no soy optimista, pero quiero pensar que los cristianos seremos más consecuentes con nuestra fe. Por eso, si todo sigue igual, como por desgracia probablemente así será, lo mejor que podemos hacer los cristianos es no perder el tiempo atacando las leyes permisivas que pueda aprobar el parlamento, para utilizar bien el tiempo en vivir nuestra fe con coherencia, al margen de leyes que ningún cristiano serio piensa jamás aprovechar.