Cuando se habla de “redes sociales” muchos piensan en sociedades cibernéticas, tales como Facebook, Twitter, Instagram o Youtube, de las que hoy en día todos acabamos formando parte. En realidad, estas sociedades no son propiamente redes, sino programas o instrumentos al servicio de la red. ¿Qué es entonces una red? Sencillamente, un sistema de elementos interconectados. En este sentido podemos hablar de redes neurológicas. Cuando al término red se le añade el adjetivo “social” estamos refiriéndonos a personas o instituciones relacionadas entre sí, poniendo a disposición de otros sus recursos, sus conocimientos, y también sus problemas o necesidades. Es una forma de trabajar socialmente.
Hoy en día es posible encontrar redes de personas con intereses comunes de tipo eclesial o religioso. Hablando de redes eclesiales, ¿es posible ir más allá de una simple relación entre personas con intereses religiosos comunes? ¿Sería posible un intercambio respetuoso a propósito de determinados temas que siempre reaparecen? ¿O para discutir el programa pastoral de una parroquia o de una diócesis? ¿Y este intercambio de opiniones tendría alguna influencia real en la toma de decisiones? ¿Sería posible que estas redes eclesiales tuvieran influencia a la hora de buscar y nombrar determinados responsables? De hecho, en alguna ocasión se han utilizado para presionar o protestar a propósito de determinadas labores o cargos pastorales.
Me parece que no hemos pensado suficientemente de qué modo las llamadas redes podrían prestar un buen servicio en cuestiones religiosas y eclesiales. Ahí vamos muy atrasados. Donde sí hemos avanzado mucho y hemos sacado un real provecho es en el uso de internet, por medio de la difusión de noticias, reflexiones, meditaciones, comentarios bíblicos, homilías. Pero esto es otra cosa distinta de las redes. Las redes son intercomunicación. La difusión de homilías o meditaciones por internet es un modo de ampliar la difusión de textos de autor o de noticias.