RECREACIÓN

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(Dolores Aleixandre, rscj.) “Cuando nací en plena guerra, mis padres llevaban dos años sin verse”: esta fue la declaración de una novicia de mi tiempo pronunciada con aplomo durante un recreo, ante el estupor de todas. A la salida la llamó aparte la maestra, imagino que para explicarle “los misterios de la vida”, ignoro si ejemplarizándolo con los pájaros y las flores o si con un mayor realismo. En todo caso hay que recordar que, a los 17 años en los años 60, podías ser así de tontinocente sin que te llevaran al psicólogo.

El tiempo de recreo constaba de una primera parte más informal en la que paseábamos de tres en tres (cualquier tipo de pareja era considerada sospechosa), y otra más oficial presidida por la maestra sobre una tarima para divisar al gentío que éramos entonces. Esa media hora daba para lo que daba: para coser, para que hablara la maestra y para que el resto pudiéramos asentir, aportar algún comentario que no desentonara, o aprovechar la coyuntura para dar rienda suelta a la risa que era, además del buen apetito, signo de una auténtica vocación.

¿Cómo nos re-creamos ahora? Desaparecidos los tiempos oficiales, la tarima y la presidencia, queda lo esencial: la necesidad de distendernos, de re-hacernos y comunicarnos, de reírnos, de soltar lastres y roles. Queda, sobre todo, la preciosa costumbre de hacer eso con otros, de dejar fluir entre nosotros la espontaneidad, la libertad, el humor. Como dice Christian Bobin: “ El gozo mayor que existe es amar a quien está ante ti, amarlo por ser como es, un enigma, y no por ser lo que crees, lo que temes, lo que confías, lo que esperas, lo que buscas, lo que quieres” .

Mal que nos pese reconocerlo, hay enemigos al acecho que varían según la fecha de nuestro carnet de identidad: en los mayores, la manía de narrar prolijamente anécdotas de nuestro paleolítico y en los jóvenes la “llamada de la selva” que escuchan de la tablet y el móvil compitiendo en reñida lucha con la comunitaria.

Quizá necesitemos volver a pronunciar alguna de aquellas invocaciones con las que se iniciaban los recreos antiguos: “¡Alabado sea Jesucristo!”; “Laus Deo”; “Deo gratias”. Para que nos recuerden en nombre de quién estamos reunidos y para qué.