Iba casi siempre pegado al silencio y a la modestia y uno de sus rasgos evaluables consistía en mantener los ojos bajos. De una hermana anciana de reconocida virtud se contaba que, a pesar de haber vivido largos años recorriendo el mismo pasillo, no se había enterado de que las ventanas daban a la calle. Cosas de entonces.
¿Solo de entonces? En las entretelas de la palabra está el “volver a juntar lo separado, restablecer un orden perdido”, exactamente la misma aspiración que expresan dos personajes actuales, muy ajenos aparentemente al mundo de lo religioso. Jose Luis Gómez, actor y director teatral, decía recientemente: “El trabajo del ser humano consigo mismo es lograr ser uno. Desgraciadamente somos varios al mismo tiempo, no estamos unificados… El trabajo sería unificarse, ser uno: hablar, respirar, atención, memoria, hasta un estado óptimo de presencia. Estar permeable, activado, con una atención exquisita”. Y para Maurice Béjart, bailarín y corógrafo francés “la ascesis consiste en elegir constantemente lo esencial. Solamente conservando lo esencial y lo necesario, mantiene uno la vitalidad y la verdad”.
Mira por donde, están diciendo casi lo mismo que san Juan de Ávila en una de sus cartas: “Querellémonos de nosotros, que, por querer mirar a muchas partes, no ponemos la vista en Dios y no queremos cerrar el ojo que mira a las criaturas para, con todo nuestro pensamiento, mirar a solo él. Cierra el ballestero un ojo para mejor ver con el otro y acertar en el blanco ¿y no cerraremos nosotros toda la vista a lo que nos daña, para mejor acertar a cazar y herir al Señor? Coja y recoja su amor y asiéntelo en Dios quien quiere alcanzar a Dios”.
Hoy entendemos ya de otra manera lo de las “criaturas” pero ¿no nos descubrimos extravertidos y desparramados? ¿No estamos necesitando un retorno a ese “recogimiento” de cuidar lo esencial, alejarnos de la dispersión y centrarnos en aquello que, en palabras de Paul Tillich, “nos atañe incondicionalmente”?