En las puertas de la Semana Santa, de la celebración gozosa de lo que es nuestra fe y nuestra vida (son o deberían ser una sola cosa), se presenta, mezclado, este día de Ramos.
Mezclado porque es gozo y pasión o pasión gozosa. Dejando de lado «dolorismos» estéticos que tanto daño hacen en lo vital, nos encontramos con la entrada en Jerusalén «bajo un clamor de olivos», bajo el signo del reconocimiento y de la fiesta, de una alegría que sale fuera de los recintos de lo privado. Pero también con el relato de la Pasión de Lucas en el que se entremezclan personajes y maneras de reaccionar ante lo que Jesús vivió en esos últimos días. Y desemboca en la soledad de un Dios-hombre abandonado y fracasado (a los ojos de los suyos y de los que no son de los suyos), que es su mayor sufrimiento.
Comunión festiva y abandono radical. Parece que son dos extremos que nunca pueden llegar a tocarse, dos realidades opuestas. Pero quizás nos olvidamos de lo más importante del signo último y primero: de la resurrección, que da consistencia y sentido. Ella es la que envuelve todo el resto porque ya fue realizada y se sigue extendiendo en nuestro hoy miope. Es la que transforma el madero de la muerte en árbol de la vida de una vez para siempre. Es, la resurrección, la que se convierte en presencia y acompaña todas nuestras soledades aunque, a veces, no lo parezca. Es la que dibuja la fiesta y la comunidad. Es la que está más allá pero en lo concreto de un acá hermoso y contradictorio. No es una energía intangible o una fuerza extraterrestre, es el cielo en la tierra y la tierra en el cielo. Es la encarnación desbordada y desbordante, plena, llena del germen de la vida que saltaba y gozaba en el vientre de María y que salta y goza en el seno del Padre. Es la historia de la salvación en nuestra propia historia, en la de cada uno y en la de todos. Es lo que ha de ser pero que ya está siendo. Es el amor sin límites y sin trabas, sin «peros» y sin parapetos. Es el «¡Dios mío por qué me has abandonado!» lleno de presencia tierna que abraza y restituye el anillo y las sandalias y que hace fiesta inmerecida y desproporcionada. Es la verdad de Dios y la nuestra.
Feliz Pascua