QUIZÁ PARA OTRA CUARESMA

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Que la vida fraterna en comunidad es la aportación de la vida consagrada a este tiempo es más que evidente. Que tal y como se ofrece, presenta y vive, está desdibujada, también. Se impone, por tanto, una delicada tarea de consenso, diálogo y discernimiento, no solo para determinar qué urge, sino cómo se puede llevar a cabo y, además, cómo hacerlo posible y adecuado para un «todos» cada vez más inclusivo y real.

Alguien debería armarse de verdad para no confundir pasividad con paciencia; alguien debería enfundarse sus argumentos, para no hacer proyectivo lo que es personal; alguien debería asomarse a los rincones perdidos de la humildad para superar la vanagloria de la «perfección»; alguien debería aprender que el significado y valor de las palabras necesita plasmarse en gestos objetivos de Evangelio. Y, claro está, ese alguien no es otro que tú y no es otro que yo mismo. La enseñanza de nuestro tiempo es aprender a dejar de decir para otros, y empezar a entender que necesita un mensaje directo, real y sincero dirigido a uno mismo.

Es tan frecuente pensar en lo que al otro le vendría bien, que ya no hay tiempo para reflexionar sobre lo que a uno mismo ayuda. Nuestros textos y procesos de transformación tienen tal suma de voluntarismo y contaminación ambiental, que es difícil hacerlos adecuados para la propia transformación.

Es evidente que la cuestión es de fe. Aquello que decimos creer con nuestras palabras. Aquello que decimos compartir con nuestras actitudes y aquello que sustenta nuestra opción, con nuestras verdades. Y la fe, por más vueltas que le demos, es creer lo que no vemos y, aún más, creer lo que nos cuesta ver. La deducción lógica de esta situación «sin lógica» es que la vida en comunión se sustenta en creer lo que nos cuesta entender. Y en esas estamos.

Seguramente la totalidad de quienes vivimos en comunidad creemos que lo que vivimos lo hacemos desde la fe y por la fe. ¿Por qué, entonces, resultan tan ambiguos nuestros gestos y palabras? ¿Por qué podemos estar experimentando que lo que decimos compartir, en realidad, es solo una apariencia estéril? Seguramente porque a la fe que portamos, le falta la expresividad de ser anunciada y mostrada. Porque nos ha fallado la mediación del diálogo. Y un todavía más, porque el cauce de comunicación y encuentro entre las personas está profundamente deteriorado, circunscrito, medido y enfermo.

Y en estas manifestaciones de debilidad es donde sinceramente hemos de incidir y provocar aquella verdad que nos ayude a encontrar la propia. Suscitar el encuentro que estimule la adhesión frente a la competitividad. Crecer en la escucha honesta que abra el entendimiento a la diferencia y la riqueza de la pluralidad de discípulos. La terapia que necesitan nuestras comunidades es practicar un estilo de convivencia que no busque tanto la producción, cuanto la felicidad.

Muchas veces he pensado que Dios no se puede equivocar tanto al elegir para el mismo estilo de vida y misión a personas tan diversas. Y es que quizá la elección de Dios solo está esperando plasmaciones de vida posibles, argumentadas desde la complementariedad y los sueños compartidos, liberadas de una jerarquización ficticia e injusta que, poco a poco, ha reducido los espacios comunitarios a silenciosas necrópolis.

No son pocos y pocas en la vida consagrada quienes expresan, con sinceridad, estar buscando algo diferente. Lo siento, pero no es una ilusión. Es una necesidad, una emergencia. No son un grupo de descentrados o descentradas. Son personas que buscan la verdad y no se resignan a que una y otra vez la única respuesta que encuentren sea el silencio. Son personas consagradas. Con sus historia e historias en las que acumulan tantos signos de pecado como de gracia. Son la verdad de cuanto cabe bajo el titular de la vida consagrada. Son el ejemplo de la encarnación, de la llamada que partió de una búsqueda sincera y, saben que hacia esa original búsqueda tienen derecho a orientar su existencia.

La salida a la situación actual de la comunidad de los consagrados no pasa por las simetrías de los miopes; ni por la «justa retribución» de tasadores y tasadoras… pasa por la gracia y la libertad. Y esas solo las descubren quienes vuelven descalzos o descalzas a la fe.

La salida a la situación actual de la comunidad de los consagrados no pasa por hacer apaños en las comunidades existentes. Y mucho menos por exhortaciones piadosas al silencio y la aceptación de todo, aunque sea letal. Pasa por un planteamiento nuevo de comunidad donde la configuración de misión y vida se encuentren e identifiquen.

La salida de la situación actual de la comunidad de los consagrados no pasa por la acumulación indiscriminada de personas en espacios con recorridos tasados. Necesita devolver la creatividad a las personas, dar oportunidad a expresarse, comprometerse y aceptarse en una búsqueda de comunión para el crecimiento.

La salida de la situación actual de la comunidad de los consagrados no pasa por la mirada de líderes que no saben o no quieren implicarse en la vida diaria, ni por llamadas a la unidad genéricas y huecas. Necesita la implicación en el día a día, el cuidado de la persona, la escucha de la verdad de cada uno, la atención a la diversidad y el reconocimiento del don que cada uno y cada una es para su carisma.

La salida de la situación actual de la comunidad de los consagrados no pasa por el silencio y en el no hacer nada (il dolce far niente) mientras puede haber personas que día a día van perdiendo pasión y verdad en su entrega. Es escandaloso que pueda haber servicios de liderazgo sin acercamiento humano a las personas. A todas.

La salida de la situación actual de la comunidad de los consagrados no pasa por guiones cerrados y definidos donde se diga a las personas qué deben vivir, sino por asumir el desconcierto de preguntar a cada uno qué está dispuesto o qué posibilidades tiene para vivir compartiendo y significando una vida evangélica.

La salida de la situación actual de la comunidad de los consagrados no pasa por la medida de tiempos, ni organización de circuitos para parecer que estamos juntos. La salida apunta a la unidad y esta se manifiesta en la convicción evangélica de estar buscando a Dios, querer celebrar su presencia en una liturgia con vida y aprender a disfrutar en espacios compartidos, cada vez más espontáneos y normales.

La salida de la situación actual de la comunidad de los consagrados no pasa por asegurar estructuras reduciendo el espacio comunitario a una yincana o superación de pruebas, con premios y sus contrarios. Pasa por un trabajo creativo en donde comunidad y vida se impliquen y exijan. De manera que nunca más lleguemos a distorsionar la verdad de llegar a pensar que las cosas son así y así seguirán, porque no pueden ser de otra manera.

La salida de la situación actual de la comunidad de los consagrados no pasa por que te calles, sino por que hables, te expreses y seas tú. La pregunta del millón es si te atreves o, una vez más, lo dejarás pasar… quizá para otra cuaresma.