Quien tenga oídos que oiga

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En un mundo devaluador de lo que se dice, parece que la palabra va perdiendo algo de su firmeza, de su consistencia. Las palabras van fluyendo y adquieren esa capacidad ignota de no permanecer.

Hombres y mujeres de palabra siguen existiendo y la fuerza de su verbo está remachada por la veracidad de sus vidas; seguro que todos conocemos a alguien así. Pero en estos casos suele ser norma común su capacidad de escucha.

Creo que el escuchar va indisolublemente unido a la fuerza de la palabra. Y al revés, la verborrea volátil suele carecer del ancla del oyente. Por ello, quizás, no es que nos sobren las palabras, sino que nos falte el oído, también en nuestra Iglesia.

El Señor Jesús, Palabra del Padre, también fue el gran escuchante: del Padre y de la humanidad, sobretodo de esa humanidad que no puede hablar porque no tiene la palabra, ya que les fue sustraída por los poderosos de verborrea inagotable y hueca, ayer y hoy.

Por lo tanto: quién tenga oídos para oír que oiga… Todos los tenemos, es cuestión de ponerse a ello

1 COMENTARIO

  1. Gracias por escribir este blog, cada comentario es un regalo, es como la linterna del submarinista: las cosas estan ahi pero solo cuando las iluminas se descubren los colores maravillosos, las formas tan variadas … y me gusta tu linterna.

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