“¿Quién es éste?”

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La liturgia ha resumido así el evangelio de este domingo: “¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”

“¿Quién es éste?” La pregunta nace del asombro, y Jesús es siempre asombroso: lo son sus palabras, lo es su silencio, lo son sus gestos, lo es su autoridad.

Sólo desde el asombro se abre la puerta que da al mundo de la fe.

Cuando el asombro es suplantado por la envidia, el egoísmo o la arrogancia, la pregunta sobre Jesús desaparece suplantada por el juicio contra Jesús: para los que saben, Jesús es un “borracho y comilón”, “blasfemo”, “malhechor”:  unos lo despreciarán como hijo del carpintero José, otros lo tratarán como “rey de burlas”, otros lo condenarán a muerte como se hace con un criminal.

“¿Quién es éste?” No dejes que la soberbia del juicio ocupe dentro de ti el lugar que corresponde a la humildad de la búsqueda. No dejes de preguntarte quién es para ti ese Jesús en quien dices creer.

Si consideramos lo que de él nos dice hoy la palabra de Dios, vemos que tiene un parecido asombroso con “el Señor que habló a Job desde la tormenta”, con el Señor a quien el salmista da gracias “porque es eterna su misericordia”.

Fíjate en la boca de Dios –él todo lo hace con su palabra-: “Él habló y levantó un viento tormentoso”. “¿Quién cerró el mar con una puerta… cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos?” “Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar”.

Fíjate ahora en lo que sucedió al atardecer de aquel día en el lago de Galilea: “Se levantó un fuerte huracán”.

Ese “se levantó”, puedes entenderlo como un pasivo de la divinidad, que sería un modo de decir que “Dios levantó” un viento tormentoso “que alzaba las olas a lo alto”.

En el lago no son marineros agotados los que claman al Señor, sino que son los discípulos quienes despiertan a Jesús –dormido a popa de nuestra barca, como parece estarlo Dios siempre a popa de nuestra vida-: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”

Ese reproche gritado nos resulta familiar; nos lo prestó el salmista para nuestra oración: “Gritaron al Señor en su angustia”. Reproche-grito-oración de humanidad en peligro, reproche-grito-oración de humanidad atenazada por la angustia de la muerte.

Y familiar nos resulta lo que hace luego el Jesús despierto: “Se puso en pie –la expresión evoca el “ha resucitado” de la mañana de Pascua-, increpó al viento, y dijo al lago: _Silencio, cállate”.

“¿Quién es éste?” Puedes pensar con razón que estás viendo al Dios de Job, al Dios del Salmista, al Dios de Israel que separa las aguas del mar para que se pueblo camine hacia la libertad.

Y puedes pensar también que estás viendo a Cristo Jesús resucitado, al vencedor de tu pecado y de tu muerte, al que es tu alegría y te esperanza, al que apaciguó la tormenta en suave brisa, al que es tu quietud y tu bonanza.

Con razón puedes pensar que estás viendo despierto y en pie al que habías visto dormido en la cruz y entregado al abismo de la muerte.

Y tú, su Iglesia, te sabes con él despierta y en pie, con él resucitada,  tan con él en su barca que vas en él, pues eres su cuerpo.

“¿Quién es éste?” Es tu Señor y eres tú, los dos en pie, los dos frente al poder del mal.