¡QUÉDATE EN CASA!

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Se ha convertido en la frase. El grito de responsabilidad y, aunque suene contradictorio, la mejor misión. En la terrible pandemia que estamos viviendo, aflora, también, lo mejor de la humanidad. Infinidad de signos de fraternidad no reglada donde aparece la esencial bondad de la persona humana: jóvenes que ayudan a sus vecinos ancianos, personas que están haciendo diariamente comida para aquellos que están convenientemente recluidos; recados y atenciones a quienes son siempre débiles y, ahora, que lo somos todos, más todavía.

Quiero pensar que en estos días los consagrados somos buenos ciudadanos. Buenos hermanos que estamos aprendiendo a pensar en nosotros, para pensar en el bien de los demás. Algunos de nuestros hermanos y hermanas, muy mayores, están «entrenados» en esto de permanecer en casa y llenar de creatividad esas horas que parecen muertas y les cuesta discurrir. Muchos consagrados ancianos llevan en cuarentena años y, ahora, curiosamente se muestran como el paradigma de vida para quienes habitualmente tenemos puesta la confianza en una peligrosa actividad.

Quiero pensar que vivimos con gusto lo que somos. Lo único bueno de estos días es pensar en el bien común, en esa trayectoria misteriosa que tiene la historia de la salvación cuando se expresa a través de la provisionalidad y debilidad generalizadas. Son días, con sus horas, para aprender, de nuevo, a vivir en fe. Ojalá en estos días de responsabilidad, descubramos, incluso, la felicidad de no contar con otra arma que la confianza, la oración y la disponibilidad. Ojalá que esta cuarentena nos prepare y disponga a los consagrados para configurarnos más y mejor como discípulos y discípulas que necesitan escuchar de Dios una llamada a la debilidad, a entender otros signos y a cambiar el paso.

Son días largos e infinitamente tristes mientras las cifras de afectados y fallecidos crecen y el círculo de la epidemia se ciñe a nuestro alrededor. Ojalá ofrezcamos paz y serenidad, que en tiempos de tribulación, es el mejor aproximación de Cristo amigo. Ojalá no caigamos en el híper-cuidado cuando se muda en obsesión. Ojalá nuestros ojos no pierdan la cordialidad que nuestras manos ahora no pueden expresar. Ojalá seamos mirada y palabra lúcida para vivir con el pueblo un tiempo de prueba y de fe. En estos días, muy largos, lo heroico es aprender a ser ciudadanos coherentes que inviten, con el testimonio, a la responsabilidad. Por eso, lo importante hoy no es la convocatoria, ni los actos públicos, ni las celebraciones. Se impone, el silencio, no cargar conciencias con preceptos… En tiempos de emergencia, el precepto único es el amor y este consiste en hacer real un compromiso de oración constante por todos; una solidaridad efectiva con los próximos; una purificación de las palabras para sumar y no quedarnos ácidamente en lo que falta, y para confiar y obedecer todas las medidas que nuestros servidores públicos y sanitarios implanten para el bien común. Por unos días, quedémonos en casa, eso sí, sin cuidar el lamento ni asfixiarnos de información, preparándonos creativamente para un mañana que, sin duda, será bueno.