Oración, ayuno y limosna (todo en clave profética, que ahora no vamos a abordar) bajo el prisma de cómo se ha de realizar.
Enciérrate, perfúmate y que no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda.
No es el sentido de privacidad casi enfermiza de nuestra cultura occidental con respecto a las creencias. Y sí, quiere corregir ese figurar, ese aparecer ante los demás tan querido en todos los tiempos y tan tentador en la actualidad.
El Padre está en lo escondido, en lo que tiene el valor aquilatado de lo que se hace sin esperar nada a cambio, ni siquiera el aplauso o la admiración de los otros: Qué bueno es, que sacrificado, que piadoso (todo /a)… Esos ya tienen su premio, porque ya consiguieron lo que querían, aunque sea bajo el disfraz de la humildad y el del yo no soy nada.
En cambio Dios va por otros derroteros. Por los caminos del no parecer, incluso destrozando el dicho de la mujer del César, que no sólo tiene que ser buena sino también parecerlo. Pues resulta que no. Por eso Jesús, en muchas ocasiones, tenía la fama que tenía. Si te arrimas a malos árboles te cobija mala sombra, algo que aceptamos comúnmente.
Que nuestra cuaresma permanezca en lo escondido, en ese lugar íntimo (no de intimidad egoísta, sino abierta a los demás), en esa profundidad de lo vivido en clave de gratuidad y generosidad, en esa búsqueda no sólo del no aparentar sino, incluso, del riesgo de parecer que estás bajo malas sombras (al final, ustedes y yo lo sabemos, no son tan malas o, por lo menos, intentan no serlo).
Feliz cuaresma escondida