“QUÉ QUERRÍA DECIR AQUELLO DE «RESUCITAR DE ENTRE LOS MUERTOS»”

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Este segundo domingo de Cuaresma nos encontramos con el Evangelio de la Transfiguración. Todo el relato no deja de ser un anticipo de la Resurrección, pero la última frase de la narración, puesta en la boca de los discípulos, nos deja un poco perplejos: “Qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos»”.

Ellos habían visto y oído, pero no entendían. Tampoco nosotros podemos hacer una descripción exacta de lo que significa eso de resucitar de entre los muertos. Pero sí que lo intuimos. Sí que podemos tener una certeza profunda (no exenta de titubeos y miedos) de que el final no es la oscuridad, el silencio y el olvido.

Queremos creer (eso es la fe o un acercamiento a ella) en la vida aquí y más allá. Queremos habitar en la blancura de lo que nos resucita a cada instante, pero sabiendo que no es un lugar para quedarse ahora, para hacer tiendas, pero sí un lugar para regresar (ojalá que muchas veces).

Queremos creer, no por empeño sino por regalo, que tras la muerte es viable no solo la vida como la conocemos ahora (que para muchos es preciosa, pero para otros no tanto) sino una vida distinta, con más plenitud de belleza, de amor, de relaciones.

Queremos creer, así en plural, en comunidad amplia y abierta, porque sabemos que los egoísmos nos condenan a ser una máscara de lo que en realidad somos (no solo lo que deberíamos ser). Queremos creer que nos salvamos juntos, como juntos nacemos y vivimos y morimos.

Queremos creer, aunque atravesemos cañadas oscuras; o más bien queremos creer porque atravesamos cañadas oscuras.

Queremos creer en aquello de «resucitar de entre los muertos», aunque no lo sepamos describir ni anticipar milimétricamente.