Que pueda ver, Señor, y cante tu grandeza por las obras de tu misericordia: que pueda ver la tierra que has preparado para la libertad de tus hijos, la tierra de toda bendición que es Cristo Jesús, de modo que, habiendo entrado en ella por tu gracia, no deje de reconocer el amor con que la cultivaste, el amor con que la preparaste para los pobres, el amor con que se la regalaste.
Que pueda ver, Señor, a mis hermanos, con esa mirada acogedora con la que tú mismo nos has mirado en Jesús de Nazaret. Que aprenda de él a ver y sentir compasión, a ver y curar, a ver y multiplicar el pan, a ver y consolar, a ver y resucitar, a ver y amar.
Que pueda, Señor, verme a mí mismo y acudirme en el hermano que sufre, de modo que en él cubra mi desnudez, en él remedie mi necesidad, en él alivie mi dolor.
Que pueda, Dios mío, ver a Cristo Jesús y acudirlo en tus hijos más pequeños, en los que no cuentan para el mundo, en los que no tienen poder, en los que no producen, en los que son considerados carga para la sociedad, en los que hemos entregado a la desdicha para aumentar nuestras rentas. Que en ellos vea a tu predilecto, al más amado; que en ellos me ocupe de él y cuide de él, como madre, como hermano, como amigo.
Que pueda alegrarme, Señor, con el resto de tu pueblo; que pueda ver risas en la boca de tus hijos, cantares en su lengua, porque se ha hecho verdad lo que soñaron, porque la esperanza ha iluminado los caminos de los pobres, porque la justicia y la paz se han besado, porque hay lugar para todos en la mesa de la solidaridad.
Que pueda ver, Señor, que, recibiendo hoy a Cristo Jesús en la eucaristía, recibo en él y con él a los pobres; que, recibiendo a los pobres a la mesa de la misericordia, en ellos y con ellos recibo a Cristo Jesús. ¡Que pueda ver!