QUE NO GOBIERNE EL PASO DEL TIEMPO

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No es del todo cierto que no se escuche la realidad. Creo que es indudable que se intenta oír cómo late el corazón de la vida consagrada, aunque el latir sea lento, y la escucha con ruidos o carencias empáticas. El problema es que no se alcanza a saber interpretar esa realidad escuchada. Ese sí es un factor que, a mi modo de ver, se está transparentando en el liderazgo actual.

En estas circunstancias quien gobierna, en verdad, es el tiempo. Este se me antoja como un personaje de aquellos que, en las películas de sobremesa, había sido bueno en su etapa infantil, pero la vida lo fue desencantando, para llegar de adulto a la resignación, con algo de rabia y un “pelín” de desconsuelo. Es el personaje del “tiempo” cuando gobierna, o le dejamos que nos gobierne.

El liderazgo se empeña en hablar de lugares de posible esperanza, pero son lugares inhóspitos, más volcados hacia la muerte que hacia la vida. Son “sitios” positivos financieramente hablando, en tanto se pueden convertir en moneda, pero no son de porvenir, sino de “fin de película”. Venta o alquiler de inmuebles, seguros, cierre de comunidades… son argumentos de gestión, tan necesarios como complejos, y poco esperanzadores.

La pregunta por el entusiasmo vocacional, la alegría de compartir existencia o qué experiencia de solidaridad nos ha cambiado… son ejes de transformación que, desgraciadamente, habitan en el anonimato, sin poderse compartir y escuchar, hasta que les llegue el final, con la conclusión de cada biografía. Estamos en la penúltima página de una vida consagrada que fue fecunda. Pero estamos ya en ese punto de lectura. El ejercicio gimnástico de hacer propuestas imposibles para cuerpos agotados es una música aceptable, pero no aceptada; amable, pero no amada. Comunidades provinciales o comunidades generales con números ínfimos de personas no jubiladas, aunque adornemos su situación, son concentraciones geriátricas quizá con sueños, pero envueltas en un profundo insomnio ante un mañana difícil.

En estas circunstancias es normal que aparezca una emoción, no tan discernida, sobre el laicado y sus posibilidades, responsabilidades y vivencia carismática. Es posible, además, que disminuya la explicación que nos debemos, se dé por supuesto el discernimiento y se camine en silencio. Cuando quien gobierna es el tiempo, lo que importa es tener bien armado un discurso que aparentemente nos sostenga, aunque internamente aparezcan mociones, sensaciones, búsquedas y razones (poco razonables) que constantemente nos pidan otra cosa… Cuando gobierna el tiempo, ya saben, ese personaje siniestro que tuvo sueños en su juventud, pero ahora tiene sed de venganza porque el recuerdo le obliga a leer el hoy como desamor, solo queda esperar un final que llegará, y mantener los dedos cruzados para que no sea doloroso.

Parece ramplón, pero quizá la primera urgencia para un liderazgo de nuestro tiempo es no permitir que nos gobierne el tiempo. Atrevernos a decirle qué queremos y cómo nos queremos. Pedirle –al tiempo– que nos escuche en nuestro achaque actual y no en fortalezas “medievales” que ya no nos asisten. Aprender a no organizar las vidas de otros, asumiendo el silencio constructivo de cuidar la propia.

Cuando no dejamos que el tiempo nos gobierne todos aprendemos que la responsabilidad crece en la contemplación y admiración, más que en la fuerza de voluntad y disciplina. Y es que la diferencia entre un liderazgo humano y un liderazgo del tiempo es que el primero admira lo que el segundo teme. Y admiración es a vida, lo que temor es a muerte. Definitivamente, hay que salir de ciclos y propuestas que quieren resignarnos a creer que todo es cuestión de tiempo.