jueves, 28 marzo, 2024

PROPUESTA DE RETIRO: JULIO

El amor célibe

(Bonifacio Fernández, cmf ). El celibato por el reino de Dios, tal como lo propone la experiencia cristiana, siguiendo las huellas del Mesías Jesús, es una manera de vivir los sentimientos de amor, de ternura, de vinculación. Responde a las preguntas: ¿Te quieres? ¿Quieres a los otros? ¿Cómo? Se trata de orientar y encauzar todos los registros del amor humano hacia Dios y los hermanos. Se inspira en la forma de amar de Jesucristo: amor gratuito, universal, incondicional, conflictivo, radical, fiel, filial, etc. La meta y el camino es: amar como él amó. En la tradición bíblica y mística se emplea la metáfora esponsal para expresar la fuerza, intimidad y totalidad del amor de alianza de Dios con su pueblo. Se parece a la relación esponsal. Las mujeres consagradas en el celibato se consideran esposas de Cristo. Los varones consagrados, y, por razones propias, los ministros ordenados, tienen una relación esponsal con su Iglesia. La comunidad cristiana a la que sirven, requiere una dedicación total, afectiva y efectiva.

Se suelen distinguir diversos tipos de amor: paternal/maternal, filial, fraternal, de amistad, conyugal, de entrega a una causa, amor a la naturaleza. En esta meditación trato de describir la clase de amor que se vive en la forma de celibato por el reino de los cielos y cómo integra las diversas expresiones de la afectividad humana.

Convergencia

El amor humano se vive en las relaciones interpersonales. En la Trinidad Santa, la persona es relación subsistente. El mundo existe como una compleja trama de relaciones entre las criaturas. La vida en la tierra se parece a un gran árbol que evoluciona, se expande, se renueva y multiplica. También los seres humanos pertenecemos a la gran comunidad de los vivientes. Formamos parte de una larga historia que cada vez se globaliza y unifica más. En esta gran convergencia y comunidad de la vida, las personas humanas experimentan la separación y la complementación. Las personas no son mónadas, aunque son diferentes. Vivir es convivir. La vida nace de la vida. La existencia es don y regalo. La persona humana crece, madura y se santifica en la medida en que entra en relación (cf. LS 240). Para que exista la relación de amor tiene que haber reciprocidad entre las personas. Esa dimensión se funda en las necesidades. Los seres humanos nacemos carentes; crecemos como mendigos del amor, de la atención y del aprecio de otros. Solo en la relación de amor es posible crecer humanamente con salud.

Esta índole interpersonal de la vida humana se estructura, concretamente, como complementación sexual entre varones y mujeres. La sexualidad humana constituye una energía de relación que saca del ensimismamiento para buscar la satisfacción del deseo en las otras personas. Se trata de una energía basada en el interés por satisfacer el deseo, que brota de la necesidad de dar y recibir amor, y que se abre a diversos objetos. Y se concreta en la atracción sexual entre hombres y mujeres.

Contingencia

El proyecto de celibato por el reino de Dios es una decisión reiterada que surge en la vida como fruto de una presencia y de una inclinación a ver la existencia desde sus más íntimas costuras. Implica una visión de la vida. Ella es polivalente y multivocacional; es como de plastilina, se puede estirar en múltiples direcciones. Elegir un estilo de vida implica renunciar a otros muchos posibles; elegir casarse con una mujer o, a la inversa, con un hombre, incluye la renuncia a otros muchos hombres o mujeres posibles. Los humanos somos seres contingentes, temporales; por eso nos duele y nos urge vivir. Somos seres corporales y mortales. Nuestra identidad personal está dada por el cuerpo sexuado que hemos recibido, por lo que hacemos con él y a través de él, guiados por nuestro espíritu. Estamos configurados de forma masculina o femenina; percibimos con ojos de hombre o de mujer. Un punto básico para la vivencia de la castidad consagrada consiste en la aceptación de nuestra identidad corporal y contingente. Aceptar el propio cuerpo sexuado como un don, agradecerlo, cuidarlo, identificarse con él es condición para vivir positivamente las relaciones célibes de amor (cf. LS 155).

Benevolencia

En cuanto forma de vivir el amor, la afectividad y la sexualidad humana, el amor célibe incluye la amistad en cuanto es benevolencia. Se trata de vivir el amor en forma de amistad, de relación de amor recíproco. El amor de amistad es una de las experiencias humanas más vitalizadoras y humanizadoras; es un tesoro (Eclo 6,14-17). En la relación religiosa la Biblia habla con naturalidad de que Abraham era amigo de Dios (2 Cro 20,7). Moisés hablaba con Dios como con un amigo. La relación de Dios con el pueblo que toma forma de alianza, cuando se profundiza y personaliza, se expresa como relación de amistad y relación conyugal. Su relación con el pueblo es como la de dos amigos, como la de los esposos. Jesús tiene amistad con Lázaro y sus hermanas. La relación de Cristo con los cristianos es de amistad (Jn 15,13-15).

En la afectividad de los célibes, la relación de amistad es potenciada en cuanto que se vive el celibato en comunidad fraterna. Es la amistad una relación de amor que implica igualdad, reciprocidad. Querer bien al amigo es ser capaz de vivir el encuentro mutuo; implica el conocimiento mutuo, la aceptación del otro tal como es, con sus luces y sus sombras, con sus dones y sus límites. La relación de amor de amistad reconoce y acepta al otro como es. Es desinteresada, aun cuando siempre tenga algo de condicional. Tiende a ser duradera y fiel.

Confidencia

Como toda forma de amor, el amor célibe es difusivo. Necesita un clima de expresión y comunicación. Ello es posible en la medida en que se dan relaciones de confianza. A ella se llega superando muchos miedos a ser malinterpretado en las expresiones de cercanía y empatía. En las relaciones de amistad se vive esta confianza. Implica apertura y cierto grado de transparencia. Implica un nivel hondo de comunicación y diálogo. No basta con compartir opiniones e intereses; no es suficiente compartir el tiempo, la diversión. El diálogo y el conocimiento consiguientes llegan hasta el nivel de los sentimientos y experiencias personales.

La vida fraterna en comunidad será significativa y positiva en la medida en que logre un nivel de comunicación íntima y personal. La amistad requiere compartir las confidencias, es decir, las opiniones y, sobre todo, los sentimientos personales. Supone interés por conocer a los otros, capacidad de escucharlos y de alegrarse con sus alegrías.

 

Beneficencia

Esta es otra de las dimensiones de la relación de amor de amistad. Eso que es un dato insoslayable de la existencia, visto desde el amor, constituye la tarea de estimularnos unos a otros en el camino de la vida. Hacer el bien. El amor, especialmente el amor de amistad implica la decisión de hacer bien a los amigos. Y el bien se le hace de muchísimas maneras. El amor de amistad que comporta la confianza mutua, incluye también la ayuda mutua. Quien tiene un amigo tiene un tesoro.

La amistad entre los célibes, del mismo o de distinto sexo, se potencia especialmente al carecer del primer círculo afectivo entre adultos que es la conyugalidad. La amistad entre célibes puede ser una gran ayuda para la maduración afectiva. Es cierto que también tiene sus riesgos. Puede llevar a relaciones de fusión y de apego. Si no se está atento las relaciones entre célibes de distinto sexo pueden caer en la dinámica del amor de pareja en cuanto a la intimidad y la ternura. Evitar estos riesgos y vivir la amistad como una energía de ayuda mutua conlleva contrarrestar el impulso posesivo. Ayuda a la afirmación y aceptación de la propia identidad sexual; construye el sentido la alteridad. Si las relaciones de amistad se mantienen diáfanas, honestas y transparentes resultan liberadoras para vivir relaciones afectivamente maduradoras. Y eso se traduce en la práctica creativa del servicio a las personas en las tareas educativas, sanitarias, evangelizadoras.

Continencia

La vivencia del amor célibe incluye la continencia perfecta. La abstinencia de las formas conyugales de ternura y sensibilidad no surge porque el célibe haya acorchado su vida sentimental dejando de ser esponja. Nace del hecho que la llamada y seducción de Dios centran las energías y aspiraciones de la vida personal. Ello hace que pierda interés el buscar o cultivar las relaciones de pareja. Verdad es que la dimensión erótica y sexual del amor está presente. Es una energía que hace salir de sí. Constituye un don de la creación de Dios; nos ha hecho corporales y sexuados en toda nuestra vida afectiva, intelectual, relacional. La sexualidad es pulsión y es pasión, brota del hecho de haber sido creados como varón y mujer. El amor humano tiene una dimensión erótica que expresa la atracción mutua entre hombre y mujer, como personas limitadas que se complementan. Cada uno está lleno de necesidades y deseos, anda en la vida buscando ayuda y reciprocidad. Se siente atraído, atraída. Los hombres y mujeres que optan por el celibato siguen sintiendo la pasión de la complementación, la fuerza del amor erótico. Es una energía y un impulso que dura toda la vida. Los célibes a imitación de Jesucristo prescinden de canalizar esa energía hacia la relación de pareja. Y no renuncian al ejercicio de la sexualidad como genitalidad conyugal porque sea mala. El amor erótico no se puede entender ni como un mal permitido, ni como un peso a tolerar por el bien de la familia (AL 152). En el proyecto de vida célibe se prescinde de la dimensión erótica y pasional de la sexualidad porque se pone el acento en otras dimensiones del amor, es decir, en la atracción y belleza del amor abierto y servicial a muchas las personas, especialmente a las más necesitadas. Es amor preferencial que identifica con Cristo y lleva a asumir sus sentimientos y su forma de vida (VC 18)

Preguntas para la toma de conciencia y la oración: ¿Cómo echo de menos la falta de esposo/a en esta etapa de mi vida? ¿Echo de menos el tener hijos? ¿Cómo lo vivo? ¿Cómo experimento la soledad afectiva?

Resistencia

El proyecto de vida conforme al celibato por el reino no consiste en encerrarse en un caparazón y cultivar la indiferencia frente a todo lo que nos rodea. No implica anestesiar los propios sentimientos y pulsiones sexuales, que siguen siendo energías de entrega mutua, de confianza mutua. Lo que sí requiere es la capacidad de resistir ante la voracidad de los deseos del placer de posesión y utilización, que son excitados al máximo en nuestra cultura erotizada y consumista y que son causa de tanta frustración. Resistimos a la variabilidad de los sentimientos a favor de las decisiones amorosas. La necesidad de amar y ser amados sigue estando siempre presente. Además, los que han optado por el amor célibe siguen siendo personas sexuadas, hombres o mujeres; no son asexuados ni ángeles. Personas de carne y hueso. Resistir es priorizar y ejercitar la libertad frente a la voracidad del deseo erótico. Las personas que optan por consagrar el amor de su vida en forma de celibato lo hacen para significar que el amor de Jesucristo es gratuito, incondicional, universal; y que esas dimensiones son profundamente humanas. Activan relaciones que revelan la altura, la hondura, la largura y la anchura del corazón humano, sin ignorar el atractivo permanente del enamoramiento y la unión sexual.

El amor célibe no se logra puntualmente; representa un largo proceso. Se puede ser más o menos célibe, más o menos casto. Es una tarea y una gracia de maduración, de integración y unificación personal y espiritual. Se trata de un itinerario de filocalía, motivado por el atractivo y la nostalgia de la belleza divina (VC 20).

Congruencia

Ser célibe implica canalizar los sentimientos eróticos de posesión, de atracción, de fusión y apego, de una manera coherente, hacia la amistad y la donación.

La integración de los distintos tipos de afecto humano dentro de un proyecto de vida célibe, a imitación de Cristo, requiere tenacidad. Nada sucede aquí por arte de magia. Nada sucede por pura obligación. El hecho de que la afectividad humana sea muy abierta en sus objetos hace que el logro de la unificación personal y afectiva requiera todo un proceso de maduración. Y esto necesita tiempo, pasa por momentos de crisis, por decisiones renovadas. El hecho de que la sexualidad humana es apasionada y placentera acentúa el aspecto posesivo. Es cierto que ya el amor conyugal implica la tensión entre posesión y donación, y que crecer en el amor conyugal consiste en hacer prevalecer la donación recíproca sobre la posesión. Pero el voto de castidad, por su parte, se propone acentuar la desposesión; amar sin poseer; amar sin retener para sí: dar amor sin esperar respuesta. Requiere todo un aprendizaje de la gratuidad y la generosidad que resulta costoso para el corazón humano, menesteroso de correspondencia. Por esta razón, el sentido del celibato se juega en ese proceso de crecimiento y transformación. Se requiere luchar contra la tendencia a querer para mi propia satisfacción afectiva y pasar progresivamente hacia el amor altruista. Te quiero porque te quiero. Te quiero por ti mismo o por ti misma. Creo haber recibido el don de que –a través de mi amor– puedas percibir un signo, como aperitivo del amor con el Dios que te ama. Con la ausencia de cónyuge en mi vida quiero significar la real presencia y apertura a los hermanos y hermanas, especialmente a los más necesitados del afecto necesario para vivir.

Coherencia

Todos estamos encadenados a la vida. Venimos como un eslabón de la vida que nos precede y nos supera. Vivir es convivir; existir es coexistir. La vida humana está “enredada”. Somos hijos de un padre y una madre. Tenemos una fecha de nacimiento. Por el nacimiento entramos en un entramado de redes familiares. Crecemos juntos en la familia donde se forjan las experiencias básicas que van a ser decisivas en nuestra vidas. Se toma conciencia de la identidad y de la relación en proceso educativo. Se aprenden los códigos culturales en la comunidad humana y académica. Nos influimos mutuamente en sentido positivo y en sentido negativo.

Con nuestro origen experimentamos el amor de los padres y de los hermanos. Se forjan los sentimientos fundamentales de filiación y fraternidad. Los dones básicos de nuestras vidas implican la responsabilidad de responder. El tejido de la vida afectiva marcado por el amor a los padres, a los hermanos, a la familia se mantiene durante toda la vida. Es el amor de consanguineidad. El grito de la sangre está inscrito en la biografía humana.

La opción por el proyecto de amor célibe no aparta de esos afectos. Siguen siendo un gran don y una responsabilidad. Los célibes pertenecen a una familia de origen que puebla su memoria afectiva e invita a la correspondencia. La carencia de la familia propia suele intensificar esos vínculos familiares y convertirlos en bendición para la familia. Bien es cierto que, a veces, los célibes son causa de conflictos afectivos fuertes en el grupo familiar.

La configuración del amor célibe en la comunidad fraterna conlleva el bagaje familiar. Entienden la comunidad religiosa como familia. El proceso creciente de la pertenencia e identificación con el carisma congregacional llega a formar como una nueva familia, cuyos vínculos pueden ser más o menos íntimos y responsables. Suele conllevar la convivencia de varias generaciones en la misma comunidad con las consiguientes diferencias de ritmos vitales y sensibilidades espirituales.

Descendencia

Las relaciones de amor célibe afectan de pleno a la tendencia natural de la vida humana a la fecundidad. La vida se expande, tiende a perpetuarse. La vida humana está sometida a la presencia amenazante de la muerte. Y tal vez por eso, “a la vida le gusta la vida”. La sangre grita por la pervivencia. Busca muchas estrategias para luchar contra la muerte. Ahí se inscribe la fuerza con que se siente la llamada a dejar huella en la vida. Ejerce un atractivo irresistible la tendencia a no morir del todo que se puede expresar en el atractivo de la fama, de las grandes obras, de entrar entre los inmortales de las letras, las ciencias o las artes.

Esa llamada a la pervivencia se concreta con fuerza en la fecundidad humana: ser padre y madre, tener hijos que continúen la propia vida en la historia. Especialmente, en cierta edad de la vida la llamada a tener hijos es predominante en la vivencia de la sexualidad y la conyugalidad. Es evidente, además, que hay otras muchas expresiones de la fecundidad matrimonial. Fecundidad es mucho más que fertilidad.

El hombre o la mujer apasionada por seguir a Cristo célibe llevan la herida de la ausencia de esposo/a y de hijos. Es una ausencia dolorida. Se expresa en sentimientos de soledad. Los célibes no tienen esa potente razón para vivir y esperar, que son los hijos, los nietos. En este sentido, la experiencia del celibato es empobrecedora.

Esa carencia, sin embargo, vivida en el seguimiento de Cristo, estimula la voluntad de dar futuro a la vida de aquellos para quienes la falta de fecundidad biológica se ha convertido en un destino, y no en una opción.

Referencia

Un buen símbolo de la vida célibe es el cirio encendido. Es un signo típicamente pascual. Se utiliza en la Vigilia hasta Pentecostés; también los cirios se utilizan en las semanas del adviento, en la celebración del bautismo. Está hecho de la cera flexible y moldeable, producida por las laboriosas abejas. En las entrañas de la noche pascual resuena el sonido del Espíritu que atrae y llama hacia la vida plena; llama a superar la urgencia que introduce en la vida el temor a la muerte. La presencia de la muerte en la vida hace que ésta sea sentida como efímera y desencadena un repertorio muy amplio de estrategias, para dar consistencia a la vida. Es claro, sin embargo, que no existen seguros de vida contra la seguridad de la muerte.

Optar por el amor célibe es confesar la resurrección de entre los muertos. Significa ir contra las estrategias de la muerte para encerrarnos en la felicidad presente como lo único que hace que la vida merezca la pena. En la perspectiva cristiana, el celibato por el reino, es un grito de resurrección y vida para siempre. Pretende ser presencia y transparencia del amor que Dios mismo es y que será nuestra vida plena para siempre.

Advertencia

Para muchos contemporáneos el amor célibe no tiene ningún sentido. Es una pérdida de energías vitales muy poderosas y constructivas. Además, entienden que es imposible. Y es que vivimos en una sociedad erotizada. Otorga mucho valor al sexo incluso sin amor. Lo conecta con experiencias de placer y felicidad. Cree que es imposible el amor sin sexo. En gran medida defiende y practica lo contrario, el sexo sin amor, sin compromiso.

La verdad es que cuando escuchas las confidencias de intimidad de los matrimonios, ves cómo el sexo adquiere todo su encanto y su fuerza de comunión cuando se realiza como una expresión de afecto y de donación personal. Dentro del matrimonio, el sexo por rutina, por obligación, puede incluso ser muy demoledor de la persona. Está vinculado a fuertes experiencias de soledad, de utilización y dominación. Y muy lejos de hacer experimentar el éxtasis de ser dos en una sola carne.

En este contexto, la vivencia del carisma del celibato por el reino de Dios se convierte en una advertencia para el amor conyugal. Recuerda la importancia de la sexualidad afectiva y denuncia la sexualidad genital que se separa de los afectos. La presencia de personas que viven realmente el carisma del celibato por el reino pone de relieve que la exclusividad de la relación conyugal no puede significar cerrarse al amor a otros, es decir, a la universalidad. Partiendo de la singularidad los matrimonios sacramento tienen vocación de apertura a la universalidad.

Para el diálogo comunitario

El celibato por el reino es un carisma del Amor para amar. Lo da el Espíritu para el bien de la persona, el bien de la comunidad, la edificación de la Iglesia y el servicio de la humanidad.

¿Cómo lo vivo? ¿Me siento gozoso y agradecido? ¿Lo soporto como un peso, una limitación, una obligación? ¿Lo vivo como una bendición para mí mismo?

¿Qué experiencia tengo de la fecundidad de la vida célibe por el reino de Dios?

¿Tengo la experiencia de que es apreciado por la comunidad cristiana?

¿En qué medida me está ayudando a amar más y mejor? ¿En qué medida me lo impide?

¿Qué nos impide hablar abiertamente de la propia experiencia de celibato por el reino?

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