PROPUESTA DE RETIRO EN NOVIEMBRE

0
7887

Comunidad fraterna en imágenes

(Bonifacio Fernández). Vivimos hoy en tiempos de relaciones frágiles y soledades hondas. Mientras avanza la globalización en muchos aspectos, emergen las diferencias con mucha fuerza. Soy distinto, soy individuo. Las diferencias se hacen notar tanto en el aspecto personal como en el social. Parecería que se ha roto la convicción de que los más de siete mil millones de seres humanos, que poblamos el mundo, no pertenecemos a la misma especie. Las instituciones están sometidas a cambios constantes; las relaciones de afecto y vinculación parece que pierden el buen sabor de la solidez y la pervivencia en la sociedad líquida. Cambian con celeridad. El prefijo “ex” resulta cada vez más frecuente; exmarido, expareja, exreligioso.

Desde el comienzo, la Iglesia se ha entendido a sí misma desde la categoría comunión: trinitaria, cristológica, apostólica, jerárquica, fraterna entre los bautizados, eucarística. También el camino espiritual se propone como camino creciente de comunión con el Dios y con el prójimo. El papa Francisco recurre insistentemente a las categorías de fraternidad y de solidaridad. La historia del cristianismo representa una fuerza y esperanza de fraternidad universal. Respecto a la vida consagrada, las relaciones fraternas, en cuanto fundadas en un carisma, en un don y experiencia del Espíritu, tienen vocación de perduración simbólica y profética en la Iglesia. En nuestra cultura individualista de relaciones líquidas, la convivencia fraterna resulta difícil, pero es significativa. Recogemos algunas metáforas que muestran el dinamismo de la comunidad.

Escuela de evangelio

En la comunidad fraterna se entra para aprender. Es un lugar de aprendizaje como el colegio. Se inicia a vivir según el evangelio de Jesús; se entra en la escuela de la vida de fe; se entiende el vivir como un arte que hay que practicar. La vida no es un azar, ni un destino, ni un enigma que resolver. La fraternidad evangélica es una escuela de vida e interacción; cada persona trae sus códigos de vida, desde el genético hasta el educativo y moral, e interactúa con los demás; no es un observatorio externo de la vida misma; también el observador está implicado.

La fraternidad evangélica contiene muchas posibilidades: puede generar distintas combinaciones y sinergias. Una fraternidad evangélica es como un calidoscopio que combina infinidad de colores. Los dones de cada persona encuentran su espacio y se identifican y potencian en relación con las demás personas. Y esto tiene vigencia no solo en el plano interpersonal; también la tiene en la dimensión de la relación con Jesucristo. Todos filtramos y coloreamos algún rayo de su luz reveladora. Todos los consagrados unidos, teniendo un solo corazón y una sola alma, “tienen la misión de hacer resplandecer la forma de vida de Cristo” (CdC 13).

La asignatura única de esta escuela es el evangelio; en las palabras humanas se contienen y reflejan las palabras de Dios. Este estudio dura toda la vida. Es cuestión de cabeza y de corazón. “Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27).Y también es cuestión de oración asidua. Muchas prácticas de esta escuela se hacen de rodillas.

Hogar

La comunidad necesita una casa: los hermanos viven bajo el mismo techo. Crean un clima cálido, están juntos; disfrutan y se divierten juntos. Construyen un techo emocional para cada uno, gracias a la experiencia del Espíritu, que han recibido y que tratan de profundizar y desarrollar. Y cada uno forma parte de esa construcción emocional que responde a la necesidad de dar y recibir amor, necesidad que constituye la condición de todo ser humano. Cada persona con sus historias, sus aspiraciones y sus heridas, está viviendo en una humanidad dividida y herida (CdC 26). Con su experiencia y testimonio de amor fraterno, las personas consagradas están llamadas a hacer de la Iglesia casa y escuela de comunión, que incluye la epifanía de la dimensión trinitaria y también la biografía afectiva de cada uno. La convivencia fraterna es un gran desafío de los tiempos actuales. Los consagrados tienen el encargo de convertirse en “testigos y artífices de un proyecto de comunión” (CdC 28). Cada comunidad está llamada a ser escuela de espiritualidad evangélica. También está llamada a ser escuela de santidad en el seguimiento radical y total de Cristo.

La comunidad religiosa se parece más a una familia que a una factoría. No es una fábrica para producir y dar servicios; es primariamente un espacio de vida y de relación; un espacio de encuentro personal e interpersonal. La comunidad representa ante todo un lugar de búsqueda del Dios vivo y diferente. El encuentro requiere comunicación y diálogo. Y como recuerda un famoso cardiólogo: la comunicación es buena para el corazón.

Se trata de comunidades narrativas: cuentan la historia de la original inspiración del Espíritu verificada a través del tiempo y del espacio, enraizada en los relatos bíblicos. La narración y la escucha van construyendo, en los nuevos candidatos, el sentimiento de pertenencia, más o menos intensa, según sea el nivel de implicación. La autobiografía de cada uno va añadiendo nuevas experiencias, relaciones, fragmentos de la historia de los demás. El resultado es una trama vital compartida de la que brota la confianza profunda. El sentimiento de solidaridad se convierte en fortaleza frente a las adversidades de la vida. Cada uno se puede dar permiso para ser espontáneo, para ser libre. Y para sentirse llamado a la felicidad.

Taller

La fraternidad se reúne atraída por la misión. Lo hace desde la dispersión de la misión. Es fraternidad misionera y apostólica. La comunidad existe para la evangelización. Es un taller de evangelio. Se aprende y se experimenta en las tareas de la vida cotidiana, en la lucha por la supervivencia y por ganarse la vida. Toda la familia colabora en la obra del taller. El gran Alfarero es el que diseña las obras a realizar en el torno de la vida comunitaria (Jer 18,1-6). El diseño no lo inventa cada uno; lo recibe y lo acepta. Procede de una tradición viva de la sabiduría familiar y rehace la memoria carismática, sin dejarse atrapar por el pasado. Pero cada generación y cada persona aportan su propia voz, lenguaje y creatividad. Cada persona rejuvenece la tradición con su propia fidelidad dinámica. Los hermanos que colaboran y conviven, se convierten, unos para otros, en sacramento de Cristo y del encuentro con el Dios vivo. Así se va formando una historia común que es, al mismo tiempo una biografía colectiva al servicio de la misión. Generación tras generación se nutren de la palabra del Maestro que “debe suscitar en todos sus discípulos y discípulas un gran entusiasmo para recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirnos con confianza al futuro” (CdC 19; NMI 1). La comunidad taller elabora su propio relato de la presencia y de la acción de Dios en ella; es comunidad narrativa y comunicativa. Sus pequeños relatos están hechos de las historias de los santos y los mártires, de la memoria de las fundaciones e innovaciones, de las necrologías de los que han precedido y construido el presente.

Tapiz

En el taller hay bastidores; se tejen los tapices. La vida comunitaria se teje con hilos distintos, personas distintas, edades diferentes dentro de un mismo diseño carismático. No está hecha la trama; no es un engranaje donde uno, como el hilo del tapiz, tiene que negarse a sí mismo en función del conjunto. La comunidad se crea desde las personas. El carisma está en las personas que lo sienten, lo viven, lo contagian a través de todos sus gestos y sus palabras. Cada persona tiene sus propios dones y carismas y es responsable ante Dios de vivir bajo la llamada y de gestionar su vida. Pero, como sucede en el arte del tapiz, en la comunidad cada persona es como un hilo de un color que contribuye a la belleza del conjunto: hay hilos blancos e hilos rojos. Y azules. Y amarillos. Los tejedores saben que hay hilos grises que hacen resaltar a otros colores. No hay rivalidad. Hay armonía y belleza.

Auditorio

La fraternidad evangélica existe bajo la palabra de Dios; es convocada por la fuerza de la palabra de Jesús que seduce y cautiva. La comunidad de hermanos tiene estructura de auditorio, es comunidad discipular. Su razón de ser consiste en facilitar la escucha y la asimilación de la palabra de Dios. Proporciona tiempo y atención para meditar la Palabra. Crea una atmósfera donde se respira, se come y digiere la Palabra en medio del trabajo y de la oración constante. Ofrece la experiencia contrastada y el itinerario de una fidelidad creciente en el camino del encuentro con Dios. La acción del Espíritu impulsa a hacer de las comunidades de personas consagradas auténticas escuelas de espiritualidad evangélica. La palabra bíblica proclamada, escuchada y estudiada, interpela, orienta y modela la existencia. Escucharla juntos y compartir sus interpelaciones recrea la vida fraterna y aviva la pertenencia a la Iglesia.

Ya en el bautismo se hace sobre el recién bautizado el gesto del “effatá”: ábrete (cf. Mc 7,34). Simboliza la apertura del oído a la escucha de la palabra de la fe y de la lengua a la proclamación y el testimonio. Ese gesto es inicio de un proceso que dura toda la vida de los discípulos: dejarse formar y configurar, consolar y curar por la palabra de Jesús. Compartiendo su forma de sentir y considerar la realidad, el discípulo aprende la transparencia de la vida. “Jesús hace oír a los sordos y hablar a los mudos”(Mc 7,37). Ese es también el sentido de las parábolas; interpelan, transforman, educan. Les habla en parábolas porque “ven sin ver y escuchan sin oír y entender”(Mt 13,13). El discípulo aprende a descubrir otra dimensión nueva, abierta por la Palabra iluminadora. El oyente de la palabra, lo es para toda la vida. Camina de sorpresa en sorpresa. Es iniciado progresivamente a traspasar lo inmediato: Jesús habla de la levadura de los fariseos, y el discípulo tiene que entender que no está hablando de pan. Jesús se sorprende de la dificultad de los discípulos. “¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oído no oís?” (Mc 8,18).

En el auditorio resuena también la música que resalta la sintaxis de las palabras; las impregna de belleza y esplendor. Sea la melodía gregoriana, sea la polifonía, sea la cantata, transportan la humildad de la palabra escrita a la palabra de las mil variaciones y tonos. Y así suscita con fuerza la nostalgia y el deleite de la belleza divina.

Crisol

La comunidad consta de la unión de los diferentes. Al principio, las diferencias constituyen una amenaza, producen temor; pero gracias al evangelio se pueden vivir como complementariedad. Las diferencias relativizan las seguridades individuales; las diferentes opiniones, sensibilidades, y culturas son elementos de purificación. En el camino de la vida son inevitables las crisis, los desencantos. Los sueños no se cumplen como uno espera. Los sueños y los planes quedan aparcados por mucho tiempo. Hay mucho futuro en el pasado personal y comunitario. Son las experiencias de la vida, positivas y negativas, las que van formando a las personas y las comunidades. De todas se puede aprender. Todas brindan la oportunidad para acrisolar las motivaciones y las actitudes. Plantean el interrogante: ¿cuál es el buen camino? ¿Cómo interpelan los signos de los tiempos al carisma congregacional? ¿Qué fecundidad está llamada a desarrollar el carisma, en cuanto experiencia del Espíritu? Toda persona consagrada “deberá aprender a dejarse formar por la vida de cada día, por su comunidad y por sus hermanos y hermanas, por las cosas de siempre, ordinarias y extraordinarias, por la oración y por el cansancio apostólico, en la alegría y en el sufrimiento, hasta el momento de la muerte (CdC 15).

La función acrisoladora de la fraternidad en este tiempo afecta especialmente a la tensión entre inserción y universalización, entre actuar local y pensar global. Por su propia índole, la vida consagrada en la Iglesia pone de manifiesto la catolicidad; representa en la Iglesia particular la vocación de Iglesia universal. Pero siguiendo el dinamismo de la inserción corre el riesgo de hacerse localista y nacionalista recortando la necesaria energía de apertura y catolicidad.

Centinela

“A ti también, hijo del hombre, te he hecho yo centinela de la casa de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, la advertirás de mi parte” (Ez 33,7). La fraternidad evangélica vive abierta al futuro escatológico. Avizora el futuro a partir del acontecimiento de la pascua-pentecostés y los signos de los tiempos y de los lugares. Tiene sus raíces en la tradición profética del Antiguo Testamento. La revelación de la voz-palabra de Dios, que le sale al encuentro, le confiere la experiencia fundante. Se trata de una experiencia de encuentro con la palabra viva de Dios. El profeta tiene la vocación de vigía que espera la aurora, y cuenta con un largo amanecer del mundo nuevo de Dios. La vida consagrada esta llamada a ser levadura y fermento, signo y profecía (CdC 13). La función del centinela, como la del vigía de Israel, es estar atenta a los caminos por los que se acerca el futuro del reino de Dios. El profeta vive la pasión por Dios y da testimonio de la primacía de su reino. Es la vida la que avala la verdad de su mensaje.

Forma parte de la misión de la vida consagrada la tarea de inculturación de la vida teologal en las nuevas situaciones culturales. Se plantea insistentemente la cuestión: ¿Qué pide Dios de nosotros? ¿Qué promesas, sueños y luchas están presentes en el carisma y pugnan por hacerse realidad? ¿Cómo discernir los caminos futuros de Dios para las comunidades y las personas contagiadas por el toque carismático del Espíritu? Los hombres y mujeres actuales, ¿qué necesitan y esperan de los portadores del evangelio?

Caracola

La fraternidad es un lugar de resonancia de la sociedad. Resuenan en ella los rumores del universo. Es una comunidad atenta a la vida. Llegan a ella los gritos y silencios de los empobrecidos y marginados. La fraternidad evangélica está ante Dios en actitud de adoración y gratitud, pero está también en el mundo. Los consagrados llevan así el rumor del mundo moderno y posmoderno, del mundo global que aspira a la justicia para todos, pero se contenta muchas veces con una actitud de indiferencia. La sociedad está presente en ellos como interpelación y desafío. Saben que otro mundo es posible. Es preciso soñarlo, desearlo, imaginarlo.

Al mismo tiempo, y en contraposición a lo anterior, en el corazón de la fraternidad resuenan también las angustias de la condición humana. El dolor de la culpa que corroe la memoria personal y colectiva y que se resiste a dejarse iluminar y perdonar. También el peso existencial del destino, con su torbellino de preguntas e incertidumbres, sigue haciéndose presente en el corazón de las personas que forman la fraternidad y se expresa en inquietantes cuestiones: ¿Qué tenemos que hacer? ¿Cómo tenemos que vivir? Tampoco se puede olvidar que la herida de la muerte marca su cicatriz en todas las personas, que todos nos defendemos contra la mortalidad y que toda forma de comunión fraterna choca contra la realidad individual de la muerte y su concomitante soledad. La vida evangélica no es “vida angélica”.

Jardín

Es ésta una imagen utilizada con frecuencia para hablar de la Iglesia y su belleza. Vista históricamente, la vida consagrada se parece a un árbol que va creciendo y expandiendo sus ramas a partir de los ejemplos y palabras de Jesucristo. Dentro de la comunión eclesial, como dentro de un jardín, crece una gran variedad de plantas, de arbustos y flores que muestran la belleza y fecundidad de la esposa de Cristo, habitada por el Espíritu. La diversidad es bella. La homogeneidad es monótona. La diversidad es fuente de realismo, pero también estimula el crecimiento, por ósmosis o por contraposición. La diversidad es fuente de tensiones y conflictos pero da pujanza a la vida del jardín.

Al jardín hay que cultivarlo; hay que sembrarlo, regarlo… esperar con paciencia el nacimiento, crecimiento y los frutos. Dentro del jardín de la Iglesia, la vida consagrada es “como un árbol que se ramifica espléndido y pujante en el campo del Señor partiendo de la semilla puesta por Dios” (LG 43).

La zarza ardiente

Este símbolo evoca, en primer lugar, la teofanía del éxodo. Se conecta con Moisés. Es fuego. Arde sin consumirse. La zarza es tan frágil y tan persistente. La zarza es icono de la fraternidad evangélica que vive el respeto. Se descalza ante el prójimo porque lo percibe, como es, tierra e historia sagrada. El otro, el hermano o hermana, es considerado como lugar teofánico. La comunidad es un espacio humano y un espacio teológico. Está llamada a ser un reflejo del obrar de Jesús, a ser epifanía del amor de Dios. Tiene la misión de testimoniar, con amor apasionado, la forma de vida de Cristo, de la Virgen y los apóstoles (CdC 8).

La red

El evangelio nos cuenta la parábola de la red. Se refiere a la red que los pescadores sumergen en el mar (Mt 13,47-50). Aquí me refiero a la red de Internet. Actualmente vivimos enredados. Nos referimos a un mundo virtual y digital. Tenemos, desde nuestra pequeña celda monacal, acceso al mundo entero a través de la información. Estamos enredados con otras comunidades. No somos islas. Somos partes de un todo, que es la comunidad parroquial, diocesana, congregación, ecuménica. Somos cada uno un nudo de influencias que recibimos y activamos. Nos hacemos y somos hechos. Nos movemos y somos movidos por otro. Cada uno somos un cruce de energías. Estamos invitados e vivir en red y a potenciar la tarea esencial de ser, en la sociedad, levadura y fermento, signo y profecía (CdC 13). La red llama la atención y atrae.

Las fraternidades apostólicas, unidas en red, continúan la obra de Jesús; han recibido el encargo; se sienten responsables del encargo; no gestionan una obra propia; saben que tiene que continuar echando las redes a pesar de las adversidades. No se dejan condicionar por los resultados; no condicionan su ritmo de marcha por la aceptación o el rechazo que reciben; prestan su servicio evangélico. En su vivencia fraterna constituyen la memoria evangélica y crísticas de la Iglesia.

Laboratorio

La investigación científica nos ha mostrado de manera creciente la maravilla del cuerpo humano. La vida humana es un prodigio. Reclama la atención desde muchos puntos de vista. Se trata de un cuerpo que constituye todo un lenguaje de comunicación, de encuentro y de presencia. Es un laboratorio en el que aprendemos de nosotros mismos. Y también del lenguaje humano del mismo Dios, puesto que nuestro cuerpo es un lugar teológico. En el laboratorio comunitario se imagina el futuro; se crean sueños y planes de futuro evangelizador; se seleccionan prioridades. Se vive confiando en las promesas de Dios que cumple su palabra. “Entonces me fue dirigida la palabra de Yahvéh en estos términos: “¿Qué estás viendo, Jeremías? Una rama de almendro estoy viendo”. Y me dijo Yahvéh: “Bien has visto. Pues así soy yo, atento a mi palabra para cumplirla” (Jer 1,11-14).

En esta línea, la comunidad religiosa es entendida como lugar y forma del aprendizaje del seguimiento de Cristo. Los consagrados son también discípulos en construcción. Se dejan modelar y guiar por la honda aspiración a la santidad que consiste en el la plenitud del amor, pero tienen que verificar la solidez de los materiales, la validez de los objetivos y los planes. En la comunidad se aprende la primacía de la gracia sobre las relaciones humanas; se aprende a vivir la fe como itinerario de encuentro progresivo y purificador con el Dios vivo. Las comunidades son, en este sentido, en medio del pueblo de Dios, “laboratorio de fe”, lugares de búsqueda, de reflexión y de encuentro, de comunión y servicio apostólico”(CdC 16). Una fe que fundamenta la gran esperanza contra los motivos de resignación y se realiza en el amor. Y, además, se expande en el testimonio evangelizador.

Para el trabajo personal

¿Con cuál de las imágenes me identifico más? Explico por qué.

¿Con cuál de las imágenes me identifico menos? Explico por qué.

Para la reunión comunitaria

Elijo las tres imágenes de fraternidad que mejor expresan la comunidad en la que quiero vivir.

¿Qué revelan acerca de nuestra forma de vida y misión?

Ejercicio de visualización: ¿En qué comunidad quiero vivir?

Relajación: la postura corporal, relajo mi rostro… tomo conciencia de mi respiración… doy gracias a Dios por la maravilla que es respirar el aire y llevar el oxígeno a todo el cuerpo

Me imagino la comunidad en la que me gustaría vivir; me imagino el lugar… el número de hermanas… comunidad grande o comunidad pequeña, comunidad intergeneracional o comunidad con hermanas de semejante edad… del mismo color de piel o comunidad intercultural…

Me imagino a la comunidad en momentos de oración… visualizo a las hermanas orando juntas con los salmos. Me las imagino como un grupo de discípulas de Jesús, de aprendices del seguimiento de Cristo y de la comunión con Él según el carisma y misión de la congregación… Me siento envuelta en la presencia misteriosa de Dios que nos llama a la intimidad con Él; contemplo cómo todas las hermanas están pendientes de los labios de Jesús. Es una comunidad de discípulos y misioneros. Se inspira en la Palabra bíblica. Pasan mucho tiempo escuchando, acogiendo y como rumiando la Palabra que repite: “como yo os he amado”… “como yo os he amado”… “como yo os he amado”. Te amo. Cuento contigo.

Contemplo a esta comunidad a través de los ojos de María. La veo cómo medita, sopesa, disfruta los gestos y las palabras de Jesús. “Como el Padre me ha enviado… así os envío yo… así os envío yo…” “haced lo que Él os diga”.

Me imagino también a esa misma comunidad en la que me gustaría vivir y a la que quiero pertenecer en cuerpo y alma…. Contemplo las relaciones fraternas. Me asombro al percibir cómo se quieren, cómo se ayudan, cómo se estimulan en el camino del seguimiento de Jesús. Admiro la comunión de vida y misión. Me siento querida en esa comunidad; me siento incluida: siento la alegría de pertenecer…

Respiro el ambiente de esa comunidad de mujeres seguidoras de Jesús como María. Me fijo en la armonía, en la alegría, en la paz que trasluce esa comunidad. La contemplo como espejo que refleja el amor con que Dios nos ama.

Vuelvo a llevar la atención a mi cuerpo… me fijo de nuevo en la respiración… y terminamos la visualización.