PROPUESTA DE RETIRO

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¡Asómate a la ventana! ¡El Señor viene!

Adviento nos invita a ejercer la esperanza en medio de tanta desesperación que nos rodea. Concluimos el Año de la Fe y tenemos por delante una invitación explícita a ser mensajeros de esperanza con Evangelii Gaudium. El Señor que ya está entre nosotros desea comunicarse con nosotros a través de su Espíritu para ser mensajeros suyos. Pero nos hacemos impermeables a su presencia pues estamos centrados en nuestras pequeñas miras y problemas, mientras dejamos que pase de largo. Aprendamos del símbolo de la ventana y el espejo para llegar al corazón del adviento que es tiempo de salvación.

La ventana y el espejo

La ardiente llama de amor consume mis días

¡La paz de mi alma huyó para siempre!

Su ausencia es mi tumba.

Sin él todo parece estar de duelo…

Si siempre estoy a la ventana o afuera

Es para verlo venir.

Mi corazón se acelera si lo presiento.

¡Si mi ternura pudiera retenerlo!1

La ventana abierta nos invita a mirar afuera, a descubrir que más allá de nuestros ojos emparedados hay naturaleza, vida, luz y realidad. La ventana nos introduce a la experiencia del clima, la temperatura, las nubes, el sol, o la lluvia que se mece en la atmósfera… La ventana también nos motiva a reconocer la vida de las personas que pasan por delante, cada una transportando el misterio invisible que les acompaña. La ventana abierta nos invita a la esperanza, sobre todo cuando estamos a punto de recibir al amigo que está a punto de llegar. Se nos hace eterno el momento de su llegada y nuestras miradas persistentes desde las jambas quisieran acelerar el proceso de su venida.

Un espejo por el contrario nos sitúa frente a frente con nosotros mismos. Podemos ver nuestra cara, nuestro ser corporal, aunque nunca podrá mostrarnos nuestro interior. El espejo nos invita a acercar nuestro rostro a la superficie brillante y así poder leer a través de nuestros ojos lo que sucede en el corazón. La realidad que vemos en el espejo, a diferencia de la ventana, es siempre una realidad virtual, pues lo que veo en él no soy yo sino mi imagen; en otras palabras, mi ser interior no cambia por verme reflejado en él. En el espejo miro y veo mi cara mientras a través de la ventana miro y veo el más allá y así se despierta en mí la esperanza.

La imagen de la ventana abierta invita a mirar hacia afuera, la del espejo hacia adentro. El espejo interior es sinónimo de nuestra interioridad que, a diferencia de lo que se refleja en un espejo material, es algo “real”, pues refleja lo que soy; y no solamente lo que soy para mí mismo sino para Dios; pues al encontrarme ahí adentro, lo encuentro a Él en mí, me encuentro a mí en Él. Y desde esta experiencia puedo mirar hacia afuera y comprender en profundidad lo que veo a través de las ventanas de mis sentidos, mi mente, mi sensibilidad y mi consciencia. Desde la fe miro en medio de mis noches interiores y vislumbro los rayos luminosos de la esperanza.

“Esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo”, decimos en la Eucaristía tras el Padre Nuestro. Lo decimos en el contexto de una plegaria dirigida al Padre a modo de exorcismo: “Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días, para que podamos vivir libre de peligro y de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo”. Perturbación es sinónimo de malestar, de angustia, de desesperación y ansiedad. Y lo que trae el Señor que ya llega es vida y Paz, consuelo y esperanza en abundancia. Por eso la Iglesia nos invita a exorcizar la oscuridad malsana que no viene de Él ni con Él.

Mirar activamente por la ventana y observar lo que sucede ahí afuera requiere de mi voluntad, de mi deseo de mirar para ver y descubrir el más allá. Adviento me invita a salir hacia afuera desde el espejo interior. La Iglesia nos insta a vivir siempre, y con acento especial durante este tiempo mensajes bíblicos de sana impaciencia: “Salid al encuentro del que llega, acelerad su llegada, Él ya está cerca, despertad del letargo y recibid al Señor de la gloria”. Es la invitación a hacer nuestro el grito expectante de las primeras comunidades: “¡Maranatha! Ven, Señor Jesús!”.

Y cuando compruebo que dentro de mi espejo hay trozos de cristal fragmentado, ¿qué haré? Si soy sincero, veré esos trozos rotos a lo largo del camino de mi vida. Ellos me impiden tener una mirada purificada y armoniosa para ver al que viene. Pero aún descubriéndome fragmentado debo seguir adelante, sin fijar obsesivamente la atención en mis roturas, sino en la misericordia que viene de lo Alto. Entonces nacerá la invitación a abandonarme a la fuerza del Espíritu que siempre viene a re-crearme.

Como Yahvé paseándose por el jardín del Paraíso para conversar plácidamente con Adán y Eva y tomar el fresco2, el Espíritu de Jesús viene en todo momento y circunstancia (“pues en Él vivimos, nos movemos y existimos”3) para guiarnos, fortalecernos, y entrenarnos en el arte de la espera hasta que pongamos a tono los latidos de nuestro corazón con los del suyo. Bellamente lo expresaba el poeta indio Rabindranath Tagore con tonos de mística oriental:

¿No oíste los pasos silenciosos?

Él viene, viene, viene siempre.

En cada instante y en cada edad,

todos los días y todas las noches,

Él viene, viene, viene siempre.

He cantado en muchas ocasiones

y de mil maneras;

pero siempre decían sus notas:

Él viene, viene, viene siempre.

En los días fragantes del soleado abril,

por la vereda del bosque,

Él viene, viene, viene siempre.

En la oscura angustia lluviosa de las noches de julio,

sobre el carro atronador de las nubes,

Él viene, viene, viene siempre.

De pena en pena mía,

son sus pasos los que oprimen mi corazón,

y el dorado roce de sus pies

es lo que hace brillar mi alegría.4

Salir al encuentro de Aquel que viene es sobre todo una actitud de escucha atenta y de un gozo que nos hace explorar y explotar nuestras capacidades para que lleguen a ser lo que están anhelando ser: la revelación de ser hijos e hijas amadas por el Padre. Él aprendió a lo largo de la historia a hacerse humano en su Hijo, de modo que ahora podamos llegar a ser, por participación de amor, como Él. Y esto requiere de nosotros que lleguemos a ser exploradores del Espíritu que visitan el futuro y anuncian que las heridas pueden ser sanadas, que lo repetitivo y sin vida puede ser transformado, que la noche es siempre garantía del amanecer, que algo nuevo es posible. En definitiva, estamos llamados a ser centinelas de la mañana en la aurora del nuevo milenio5.

El poeta chileno Nicanor Parra, galardonado por la Universidad de Alcalá de Henares con el Premio Cervantes 2011 y que va por sus 98 años de edad es un ejemplo de lo que significa visitar el futuro. En su discurso, leído por su nieto al no poder estar físicamente presente en la recepción, se preguntaba si se considera acreedor al Premio Cervantes, y responde: “Claro que sí, ¿por qué? por los libros que estoy por escribir”. Este ejemplo clarifica lo que debiera ser nuestra vida de creyentes: un adviento permanentemente inacabado. Visitar el futuro es mirar al presente desde lo que estamos llamados a ser por gracia de Aquel que, estando ya en medio de nosotros, nos invita a que con Él “entremos más adentro en la espesura”. El compromiso con esta aventura humana y divina es lo que llamamos CONVERSIÓN.

María de Nazaret nos invita a vivir así, mujer vaciada de sí misma, centinela de la mañana en la historia de la humanidad, a quien Dios encontró alerta y disponible para llevar a cabo el plan que Él había trazado desde antes de la Creación del Mundo6.

Cuando visito el futuro de mi vida y de mi congregación, ¿qué me pide el Espíritu para que el sueño de Dios se haga realidad en mí y a través de mí?

María, adviento de Dios

María es nuestro modelo de existencia plenamente humana porque supo acoger la Palabra que se hizo uno de nosotros en su vientre. María se convirtió así en Proclamación existencial de la Palabra; supo escucharla y acogerla en los pasos cotidianos de su vida, guiada sólo por la fe. Cuando Jesús dice: “Felices más bien los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica,”7 evidencia la actitud fundamental de su madre a la escucha de lo divino en lo cotidianamente humano. María hizo de su vida un “adviento permanente” en el que Dios la encontró disponible y dócil: “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según su Palabra ”8.

Adviento no es sólo tiempo litúrgico sino actitud permanente de apertura al Dios siempre fiel, en contraste con lo que nuestra vida acostumbra a ser: rutinaria y mediocre. Dios sale a nuestro encuentro y casi siempre rompe nuestros planes y los mapas con los que queríamos transitar sin contar con Él. Adviento nos entrena a ser felices según el plan de un Dios que se revela paulatinamente en lo cotidiano. Ello requiere de nosotros pobreza de espíritu, sabernos personas que sin Él no damos un paso sin haber caído.

María es prototipo de la persona pobre que confía en el Dios de las promesas y de las sorpresas. Así lo cantó en el Magníficat: “Como lo había prometido a nuestros padres, a Abrahán y su descendencia por siempre”. En esta simple frase, María expresa cómo Él le reveló, como de golpe, los misterios de la redención del mundo en la historia humana, “hasta que llegado el momento culminante Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que rescatase a los que estaban sometidos a la ley y no- sotros recibiéramos la condición de hijos”9. Al hilo de estas palabras nos dice San Ireneo que adviento es el constate aprendizaje de Dios a hacerse humano para que nosotros podamos ser divinos. ¡Nada más y nada menos!

Adviento es tiempo de gracia en el que estoy invitado a vivir en esperanza al descubrir que se me dirige personalmente la buena noticia del amor de Dios que se hizo historia en el nacimiento de Jesús, hace unos 2000 años. Un misterio que llega a su plenitud en la Cruz y en la Resurrección. Es un tiempo que me invita a contemplar al Dios “Abbá” revelado en su Hijo hecho un niño vulnerable y débil. La contemplación de este mensaje me lleva a una misión importantísima: la de ser testigo de lo que he visto y oído, de lo que he palpado y experimentado10. ¡Estoy salvado!

María, adviento de Dios que nos trajo al Salvador, se convierte en la luz que alumbra la noche de la historia. Usamos la expresión “dar a luz” para indicar que alguien ha traído o está a punto de traer un ser humano a la vida. Nunca más apropiada esa expresión que aplicada a María, pues nos ha traído la “luz que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte y para guiar nuestros pasos por el camino de la Paz”11. Y esto es pura gracia, pues sucede por obra del Espíritu Santo, que la hace Mujer Nueva, la Nueva Eva, con un título de novedad creadora: “llena de gracia”12.

En María se cumple definitivamente la promesa hecha a Abrahán, “tu descendencia será numerosa…”13, Su Hijo Jesús será el tronco que unirá a todos los que creen en la gran familia de los amigos de Dios. Abraham era “el amigo de Dios” y ahora María no es sólo “amiga de Dios”, sino “Madre de Dios”. En su humildad y sencillez la promesa se cumple y así queda patente que todo es pura gracia del Dios bondadoso y misericordioso. La bendición que ella recibe no es sólo para ella, sino para todos los pueblos desde Abraham y aún antes, de generación en generación. A María se le llama “puerta del cielo” porque su sí nos ha abierto para siempre el cielo que no ganamos ni podemos ganar por esfuerzos personales ni por méritos adquiridos; se nos da por pura gracia. La gracia le hace cantar: “desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. Cuando Sara, mujer de Abraham tiene a su hijo Isaac en sus manos exclama: “Dios me ha dado de qué reír; todo el que lo oiga, se reirá conmigo”14. María, con el Hijo de Dios en sus manos, canta: “Todas las generaciones se felicitarán conmigo”15.

María nos enseña a “descentrarnos” de nuestro ego narcisista, acaparador, y dominador, para “centrarnos” en la lógica de Dios. Y a veces en medio de la noche oscura, como ella misma lo sintió más de una vez… al parecer muchas veces. Se intuye cuando leemos entre líneas aspectos de la vida de Jesús que resonaban como oscuridad en la maraña de la fe de María: llaman loco a su hijo, lo persiguen, su nombre anda de boca en boca, varias veces han intentado matarlo despeñándolo barranco abajo, han intentado apedrearlo, sus palabras y acciones son causa de escándalo para los grandes, tiene que moverse clandestinamente, lo ridiculizan diciendo que es un simple “hijo del carpintero”, entre los suyos hay uno que está maquinando la traición, finalmente lo arrestan, lo torturan salvajemente, lo crucifican y muere colgado en una cruz. Como madre, María debió de tener una gran capacidad de asimilación de un misterio que a todas luces estaba por encima de toda capacidad de comprensión humana… “Y ella guardaba todo esto en su corazón”16.

María es adviento de Dios que nos recuerda que debemos prepararnos constantemente para recibir y seguir a su Hijo, para disponernos a ensanchar las lonas de nuestra tienda interior para recibir el don de Dios. La encarnación del Hijo de Dios en el vientre de María nos invita a considerar que Dios ya ha visitado a su pueblo, que el Emmanuel, Dios-con-nosotros, acampó entre nosotros para que en el caminar por el desierto de esta vida no desfallezcamos. Él camina al ritmo de nuestros pasos.

Como en María, ¿qué cosas grandes podrá hacer el Señor si le dejo actuar en mí? Le presento mis fracturas internas y le pido que actúe en mí y por mí.

Adviento y vida consagrada

La vida religiosa es aprendizaje permanente de irrelevancia, camino de madurez que nos invita a desaprender lo que nos enseñaron como “normal” en el plan del mundo, para progresivamente ser levadura que hace fermentar la masa desapareciendo, a ser cera que se consume en el proceso de dar luz y calor, a ser sal que se diluye y crea un sabor nuevo. Por eso mismo, irrelevantes desde el punto de vista de la fama, de la eficacia como fin absoluto, del triunfo a toda costa, del encumbramiento personal mientras otros son humillados, la Iglesia y el mundo nos necesita como Dios necesitó a María de Nazaret -“¿de Nazaret puede salir algo bueno?”17- para que definitivamente la Voz de Dios sea escuchada por todos en toda circunstancia.

Nuestro estilo de vida religiosa es alternativo por naturaleza, y cuando lo vivimos con pasión, irremisiblemente se convierte en signo sacramental de que este mundo puede ser cambiado por la fuerza de Aquel a quien seguimos, el Resucitado. Él nos enseña una nueva manera de vivir que nos lleva a una felicidad distinta de los valores del mundo. Nuestra vida consagrada es un estilo de vida que anhela reproducir al máximo el de Jesús con sus apóstoles, según el espíritu de las Bienaventuranzas, en pobreza, castidad y obediencia. Es camino de identificación con la muerte de Jesús, para que así actúe en nosotros la fuerza de su resurrección18.

Como Pablo que encontró sonrisas de cinismo en los que le oyeron hablar de la resurrección y se convirtió en “irrelevante” en el areópago de Atenas, así nosotros, en los nuevos areópagos, somos y devenimos “irrelevantes”, no tenidos en cuenta, a veces criticados, muchas veces orillados, ignorados y acallados, desprestigiados… Así damos testimonio del Dios que, desde la “irrelevancia” de la Encarnación, Él nos trajo la salvación. Con nuestro estilo de vida “irrelevante” desarrollamos una nueva capacidad de acercarnos a los otros con simplicidad y sin exigencias impositivas, la capacidad de desear compartir con todos, pero sobre todo con los pobres y los que no son tenidos en cuenta. Así aprendemos a simplificar nuestra mente y corazón, y llegamos a convencernos de que, paradójicamente, la falta de medios despierta en nosotros la creatividad y la fantasía del amor sin condiciones.

De alguna forma lo que no se conoce no existe. Por eso para los grandes de la tierra no existen los pobres, porque son irrelevantes que no aparecen en los titulares, porque no cuentan ni tienen voz ni vez. Paradójicamente, Cristo, que es la Palabra, se hace uno con los “sin voz” de la tierra. Porque Él es su voz: “La Buena Noticia se anuncia a los pobres”. Es paradoja a lo divino: su fuerza se manifiesta en la debilidad. Éste es el estilo que queremos vivir en la vida religiosa. Como Jesús, también nosotros queremos ir a la Galilea de los gentiles de donde procedió, pequeña aldea “irrelevante”, para desde ahí compartir con los irrelevantes de la tierra la bienaventuranza del cielo. “El gran desafío para los religiosos y religiosas es seguir caminando en la vida mística y profética, pero desde otras categorías. Tal vez no estemos llamados a ser grandes profetas, pero sí a vivir una profecía desde lo cotidiano, desde la entrega del día a día, desde la comunión más que desde el protagonismo o el estatus. Y en la mística quizá no estemos llamados a ser los grandes místicos que se leen, pero sí como la mística de la semilla de mostaza, del grano de trigo que muere, del grano que se siembra, crece y da fruto”19.

Las circunstancias cuentan, son importantes, pues “yo soy yo y mis circunstancias”20. Por eso la circunstancia de “Nazaret” es la gran apuesta de Dios para manifestar su amor universal e incondicional empezando por los más irrelevantes, representados por los pastores que velaban el rebaño en la noche de la primera Navidad. Nazaret es la circunstancia histórica del ser de Dios para comunicarnos claramente por donde van sus preferencias amorosas: la sencillez y los pobres, la misericordia y la compasión. Como Él también nosotros optamos por los pobres, pues nuestra llamada implica que los pongamos como prioridad, que estemos junto a ellos, escuchando su grito y, quizás, vivir como ellos. Tenemos el derecho a soñar en una Iglesia cada vez más “nazarena”.

Esto pide de nosotros ser más simples, menos complicados, confiar más en Dios y en los demás, ser más creativos desde la escasez de medios, saber que cuando Jesús nos pide frutos por estar injertados en Él no nos pide “resultados” ni triunfos a toda costa, sino vidas transformadas en el amor. Ser más “nazarenos” es sabernos ya resucitados, sí, pero sin perder de vista la señal de los clavos que persisten en el cuerpo glorioso del resucitado. Esa señal está también inscrita en nuestras vidas para que podamos transmitir el don recibido desde la humildad y no desde la arrogancia y el orgullo narcisista.

Como a María, Dios nos ha elegido simplemente porque le ha parecido bien, para que desde nuestra irrelevancia, como en María, Él manifieste su gloria y su belleza. Es la belleza de la encarnación, la belleza que estamos llamados a compartir con los pobres siendo nosotros mismos pobres. Para un hebreo, belleza y gloria son realidades sinónimas. Por eso en Jesús, a través de María, la gloria y la belleza de Dios se han manifestado a través de su amor que comparte nuestra pena, sin reservas. En estos momentos duros para la vida religiosa, hemos de aprender la lección: pobres de medios, irrelevantes, con una mentalidad simple y confiada, cercanos a la gente, entre los pobres y, si fuese necesario, pobres como ellos.

Lo vemos a diario en los medios de comunicación: las tiranías y dictaduras son sólo máscaras de miserias escondidas. De hecho los dictadores son personas narcisistas e inseguras que se defienden aplastando a los demás. “Pero no será así entre vosotros; el que quiera ser el primero sea el último y servidor de todos”. La egolatría, el personalismo narcisista es también una tentación en la Iglesia, en la vida religiosa, en mi propia vida. Para no caer en este mal deberemos ser ante todo y sobre todo “hermanos”. Todo apóstol es auténtico “testigo” sólo si se encarna; para ser “signo” vivo del amor de Dios, Cristo debe encarnarse en mí, como lo hizo en el seno de María, su Madre, nuestra Madre.

¿De qué cosas el Señor me llama a vaciarme para que, transfigurado, pueda ser icono de su presencia?

CELEBRACIÓN PENITENCIAL

CANTO DE ENTRADA

Pequeña introducción:

Nos encontramos en adviento, tiempo de camino hacia la Navidad…

Oremos:

Señor Jesús, tú has venido para ser la luz de la humanidad. Has dicho que quienes creen en Ti no caminan en las tinieblas. Venimos a Ti, Señor, para que tu presencia nos invada con la luz del amor que tanto necesitamos.

TIERRA (Símbolo: una cuenco con tierra):

“Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gen 2,7).

La tierra nos recuerda que del polvo salimos y al polvo volveremos, pero seremos “polvo enamorado”, es decir participación de tu eternidad. Y por eso te decimos: gracias.

¡Perdón, Señor, por nuestro orgullo y falta de reconocimiento de tu grandeza!

Canto: “Misericordias Domini in Aeternum cantabo”.

AIRE (símbolo: un globo hinchado de aire):

“Jesús les dijo: la paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo…” (Jn 20, 221-23).

Y ahora tu Hijo nos hace nuevas criaturas insuflándonos el soplo de tu Espíritu.

Convertirse es ante todo dejarse modelar y dejarse llenar del Espíritu que nos crea y recrea.

¡Perdón, Señor, por nuestra cerrazón! ¡Perdón, Señor!

Canto: “Dominus Spiritus est” (u otro)

FUEGO (símbolo: unas ascuas encendidas):

“De repente vino una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego .. Quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2,3-4)

El fuego nos purifica, nos deja, como en el hierro a punto para ser maleados y forjados con una nueva visión, la de Dios sobre nosotros.

¡Perdón, Señor, por utilizar mal la luz que hemos recibido de Ti!

Canto: “Canción del Testigo” (u otro)

AGUA (símbolo: una jarra con agua):

“Le dice la mujer a Jesús: Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla” (Jn 4,15).

Nacimos del agua del Bautismo. El agua destruye y a la vez limpia y alimenta.

¡Perdón, Señor, por dar por hecho nuestro bautismo !

Canto: “De noche, iremos …” (u otro)

 

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS DEL BAUTISMO (Un lector):

Vamos a recordar el momento importantísimo de nuestro bautismo. En él se halla el valor y el sentido profundo de nuestra consagración religiosa.

¿Rechazarás el mal: renunciando a hacer uso de todo lo que causa daño a los demás?

Al egoísmo, a la violencia y la venganza, como contrarias a las enseñanzas de Cristo, a la mentira y la hipocresía, al descaro, que no es sinceridad sino ofensa y desprecio del otro, a la envidia y al odio, a la revancha y el rencor a toda injusticia, que no sólo es hacerla, sino encubrirla.

Sí, rechazaré toda clase de mal.

¿Combatirás el mal: buscando en Dios la fuerza para superar las debilidades que suponen perjuicio directo de ti mismo?:

Tu pereza, tus indiferencias, tus cobardías y complejos, tu falta de confianza en la bondad con que Dios te creó, el desvirtuar tu vida con el materialismo y la sensualidad, el fomentar tu tristeza. Tus desconfianzas, tu escepticismo, el despreciarte a ti mismo y no aceptar tus cualidades.

Sí, combatiré toda clase de mal.

Estás dispuesto a ayudar a la venida del Señor Jesús teniendo el Espíritu de Cristo para cotizar lo bueno que hay en los hermanos perdonando sus errores aunque hayas sido víctima de ellos, creando alegría en tu comunidad y con las personas a quienes sirves.

Sí, trabajaré para acelerar la venida del Señor.

ORACIONES ESPONTÁNEAS (acabar con el rezo del Padre Nuestro)

ORACIÓN FINAL (recitada todos juntos)

Aquí nos tienes, Señor. Hemos venido a renovar nuestra consagración religiosa. Lo hacemos de todo corazón, como si fuera hoy el primer y último día de nuestra vida. Acepta la ofrenda de todo lo que somos y tenemos, de todo lo que hacemos, y de lo que Tú haces en nosotros y a través de nosotros. ¡Maranatha, Ven, Señor Jesús!

CANTO A MARÍA: “Yo canto al Señor porque es grande” (u otro).

 

1 H. Berlioz (1803-69), “La condenación de Fausto”.

2 Gen 3, 8

3 Hech 17, 27-28

4 En “Gita Anjali”

5 Pablo II, Carta Apostólica ¨Novo Millennio Ineunte¨, 9 (al acabar el Jubileo del Año 2000). El Papa invita a los jóvenes a ser los “centinelas de la mañana”.

6 Ef 1, 5; 2, 8-9

7 Lc 11, 28

8 Lc 1, 38

9 Gal 4, 4-5

10 Jn 1, 1-4

11 Lc 1, 78’79

12 Lc 1, 28

13 Gen 15, 5-6; 17, 1-8

14 Gen 18, 12; Gen 21, 6

15 Lc 1, 48

16 Lc 2, 18. 51

17 Jn 1, 46

18 Fil 3, 10-11

19 Mercedes Casas Sánchez, Religiosa mejicana Misionera del Espíritu Santo y presidenta de la CLAR. Revista VIDA NUEVA-Colombia, ed. No. 61, p. 41

20 Frase de Ortega y Gasset (1883-1955)