PROPUESTA DE RETIRO

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Más adentro en la espesura (Regla de los Monjes de la Resurrección)

Introducción

Todos llevamos dentro la nostalgia de lo divino que nos hace exclamar: “Señor, nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Se trata de “la herida de amor que no se cura sino con la presencia y la figura” de Juan de la Cruz. A esta nostalgia que podemos simbolizar con ese monje (nuestro cuerpo espiritual) que todos llevamos dentro y que nos invita a descansar en el claustro interior de la rutina diaria, intuyendo a través de las ráfagas de luz que penetran nuestras oscuridades, la presencia de un Dios que está enamorado de la belleza y la bondad que Él ve en nosotros, aunque nos resistamos a creerlo.

Este retiro está compuesto de retazos inspirados por testigos que a lo largo de la historia, desde los Padres y Madres del Desierto hasta nuestros días1, se han atrevido a avanzar en este camino asombroso por el que sentimos fascinación y miedo a la vez.

Con este fin he escrito una “Regla” para una Fundación de Vida Consagrada virtual a la que los lectores son invitados a pertenecer. Se trata de una forma didáctica de ayudar a despertar en nosotros el asombro agradecido de nuestra Vida Consagrada.

 

 

Ser puro y trasparentar amor,

irradiar la gloria,

ser simple, derramar la fragancia divina,

crear belleza, ser honesto,

construir el cielo en la tierra.

Vivir aquí y ahora,

luchar y esforzarme,

vivir el presente,

mirar hacia delante,

caminar hacia el futuro,

vencer el mal,

participar en la carrera de la vida.

Confiar en el bello amor divino,

ser conducido por Él,

decir adiós al pasado,

aprender la libertad de los pájaros,

ser icono de la ternura de Dios.

Una regla para que

tengas vida abundante

– Recuerda que has venido a este monasterio2 para avanzar en el camino ya emprendido en el bautismo. No tengas un deseo mayor que el de ser santo. Como Benito, nuestro padre en la vida monástica escribió: “escucha atentamente estas instrucciones con el oído de tu corazón” (Regla de S. Benito).

– Ser santo pide que renueves permanentemente tu mente, aunque ello requiera una ruptura con nuestra antigua forma de pensar y de actuar. Cristo Resucitado te llama a nacer de nuevo. “Para el que está en Cristo lo antiguo ha pasado y ahora hay una nueva creación. Si morimos con Cristo viviremos con Él para siempre” (Ef 4, 23-24; Rm 8, 17).

– Esta Regla es una manera sencilla de ayudarte en el proceso de conversión. Por eso estás invitado a encontrarte personalmente con Cristo. “Nunca llegaremos a la meta a no ser que corramos hacia ella obrando el bien” (Regla de S. Benito).

– La vida de “Los Monjes de la Resurrección” es una “Peregrinación Sagrada”, un viaje hacia adentro, hacia la identificación total con el Señor; confía pues en su gracia más que en tus capacidades y fuerzas. Sábete que “lo que no nos es posible por naturaleza, si se lo pedimos al Señor, Él nos lo concederá” (Regla de S. Benito).

– Acepta esta Regla, estúdiala y medítala; pero sobre todo experiméntala, pues es camino de santidad. “En ella se te enseña a obedecer no sólo al Abad3 sino a obedecernos los unos a los otros como hermanos, pues es a través de la obediencia como vamos hacia Dios” (Regla de S. Benito).

Jesús y los hermanos que Él te da

– Jesús anhela ardientemente actuar desde tus raíces para ser transformado desde dentro. Así nos lo enseña Evagrio nuestro maestro: “El monje es más espíritu que pura humanidad; vive en el nivel superior donde la luz de la Trinidad es más real que la luz del sol”.

– No estás solo en este camino. El Padre te da hermanos que te ayudan, pues estamos llamados a ser a la vez discípulos y maestros. Siguiendo la intuición de Macrina4, madre del desierto, intentamos hacer que el monasterio sea “escuela de virtud”5.

– Estás invitado a dejar de lado tu egocentrismo para salir al encuentro de los demás. Cada hermano es camino que te lleva a Dios. La vida comunitaria en fraternidad es expresión profunda de la presencia de Dios entre los hombres. “El monje es aquel que sabe separarse de todo y a la vez estar en armonía con todo” (Evagrio).

– Pero tú no eres un ángel. Así pues experimentarás las espinas de conflictos, incomprensiones, malentendidos… Para sobreponerte positivamente, recuerda estas máximas: “Cada día decido amar” y “Seré el primero en amar”6. Aparta de ti el orgullo y la arrogancia; construye sobre la sencillez, la humildad, la inocencia y la paz; así nos lo enseñó Clemente en su Carta a los Corintios7.

– Si te entrenas en mirar a Cristo, negándote a ti mismo, atento al Espíritu Santo, aprenderás el arte de crecer hacia la estatura en Él. Vive despierto, pues “los demonios están siempre trabajando para que se desate el orgullo dentro de ti. La humildad es el mejor antídoto contra ellos”(Evagrio).

– La vida fraterna en comunidad es a la vez gracia y tarea. Por eso no pierdas el tiempo en minucias de conversaciones vanas, criticando a los demás, o simplemente matando el tiempo. “Feliz el monje que al ver el progreso y los triunfos de los demás se alegran más que si fueran los suyos propios” (Evagrio).

– Que tu preferencia sea alabar a los demás. Habla bien de todos. Cuando surjan conflictos habla directamente con tu hermano en lugar de hablar de él. “Evita las mentiras y los juramentos ya que estás deseoso de orar como un monje: de lo contrario serás simplemente un simulador cuando llevas el hábito, intentando ser lo que realmente no eres” (Evagrio).

– En la vida fraterna diaria no importa tener razón o no, sino mantener una relación de amor permanente. No son las ideas las que nos han atraído a la Vida Religiosa, sino Cristo en quien siempre somos vencedores: “Tanto en cuanto no has renunciado a tus pasiones y te resistes a la verdad y la virtud en tu espíritu, no encontrarás el perfume fragrante en tu pecho” (Evagrio).

– La crítica negativa destruye la confianza, es fuente de tristeza y de sentimientos de rechazo de los demás; quien más pierde al final es el que critica de esta forma. El Señor nos ha llamado a ese espacio silencioso en el que nuestro pecado se hace cada vez más patente. Cuando estamos rodeados siempre de gente tendemos a vivir más volcados afuera que hacia adentro. (Apotegma de los Padres del Desierto)8.

– Alégrate de las cualidades y de los triunfos de los demás. Mira y aprecia la bondad y la belleza que llevan dentro. Como María, alaba siempre al Señor. Deberías ponderar en tu corazón las bellas enseñanzas de Agustín de Hipona que tenía un aprecio grande por la vida fraterna en comunidad:

 

“Una comunidad es un grupo de personas

que oran juntas y hablan juntas;

ríen en común y se intercambian servicios mutuos;

se divierten juntos y aprenden juntos a estar serios.

A veces pueden tener puntos de vista encontrados

pero sin enfadarse por dentro,

lo mismo que pasa con cada persona a veces,

usando las divergencias para reforzar su armonía habitual.

Aprenden mutuamente los unos de los otros.

Echan en falta a los ausentes

y reciben calurosamente a los que llegan.

Manifiestan su mutuo amor con centellas

que salen de sus corazones,

y que se expresan en sus rostros,

en sus palabras y sus miradas

a través de gestos innumerables de cariño.

Cocinan juntos el alimento en la casa

donde las almas se unen en un solo lazo

y donde muchos, al final, son UNO”

(S. Agustín, “Las Confesiones”)

 

– No te compares con nadie porque acabarás compitiendo con los demás. Sin embargo estate abierto a aprender de todos mientras ofreces generosamente los dones con que Dios te ha bendecido. Recuerda que “El amor nunca falla; todos los dones se nos dan para uso de nuestras necesidades temporales del presente y desaparecerán en el Reino futuro; pero la caridad permanecerá para siempre” (Casiano).

– Mira que vives con personas de diferentes edades, culturas y con diferentes historias personales. Esta variedad es una gracia que de-sarrollará en ti la llamada a la universalidad. Que el superior convoque a todos para una reunión semanal (synaxis)9. “Todos deberían ser llamados al consejo, pues el Señor revela a menudo lo que es mejor para todos precisamente a través de los más jóvenes” (Regla de S. Benito).

– Piensa siempre que ‘ésta es tu casa’. Por eso deberás cuidarlo todo con mucho amor, pues “todo es posesión común, como está escrito, de modo que nadie llame a nada propiedad suya”(Regla de S. Benito).

– Que todos los hermanos se sientan a gusto junto a ti porque eres parte de una familia. Sigue estos principios: Sé corresponsable en las tareas encomendadas a ti o a los demás. Ama sin condiciones, perdona y pide perdón. Sé simple y atraerás la alegría del Señor que es Bueno. Sé honesto en todo lo que hagas.

– Te sometes a una disciplina como medio para crecer. Pero recuerda que la ley está siempre al servicio del amor. “Si te abstienes de la maldad y orientas tus pasos hacia la bondad y la belleza, y si desechas el vicio tu alma será como un espejo que reflejará la imagen y las formas de las virtudes que Dios ha plantado en tu interior”(S. Gregorio de Nissa).

Los votos, pilares que nos sostienen

– Nuestros votos son los pilares sobre los que se asienta nuestra vida monástica. Aprende a valorarlos, practicarlos y experimentarlos como algo tuyo. Esta Regla que lees quiere ser la Profesión de Fe en Cristo que es “Carne auténtica y a la vez Espíritu; no creado, pero nacido; divino y humano a la vez; auténtica vida en la muerte, fruto de Dios y de la simiente de María; repentinamente destrozado por la pena y el sufrimiento de aquí abajo; Jesús el Cristo y Señor”(Ignacio de Antioquía).

– Vive la alegría de la pobreza como dependencia total de Dios, porque Él es tu tesoro. Progresivamente Él te enseñará a ser pobre con el pobre, como el pobre, y para el pobre. “La pobreza y la aflicción no son enemigos de la oración sino sus amigos”(Evagrio).

– Vive tu celibato consagrado con un corazón indiviso. Permanece en el amor a Cristo de modo incondicional y para siempre. En esto sigue la enseñanza de Ambrosio cuando dice que “la virginidad es digna de ser alabada no porque sea una cualidad de los mártires, sino porque ella hace a los mártires”.

– Vive la obediencia con docilidad, escuchando constantemente la voz de Dios a través de su Espíritu. Él te llevará a la perfección del amor que es la santidad. “Por eso en todo momento y circunstancia todos deberán seguir la sabiduría de esta Regla” (Regla de S. Benito).

Sobre el espíritu de oración

– En la oración mostramos nuestra total dependencia de Dios. Por eso sé generoso en darle tiempo y energía a este ejercicio. Ora dando gracias en tu corazón, recordando que “El valor de la oración no está sólo en la cantidad sino en su cualidad” (Evagrio).

– Mira en todo momento a Cristo Crucificado y Resucitado porque Él es tu verdadero libro. Que sea Él tu recuerdo constante. Él te enseñará a decir en toda verdad: “Los deseos terrenos han sido crucificados. En mí ya no queda ningún rastro de deseo mundano por las cosas, sino un murmullo de agua viva que me susurra, ven al Padre” (Ignacio de Antioquía).

– Lee, estudia, sintetiza, crea también tu propio cosmos de convicciones profundas. Rodea- do de buenos libros, ocupado en la reflexión y la oración, te dejarás afectar positivamente por todo lo que vives. Y sobre todo no olvides de beber de la sabiduría de la “lectio divina” que nuestro Padre Benito nos dejó como herencia.

– La Sagrada Escritura es nuestro libro básico de texto. Léela, medítala y vívela. El amor por la belleza (filokalía), como nuestros Padres y Madres del Desierto nos enseñan “es la llave que abre la capacidad de comprender los misterios escondidos en la Palabra de Dios” (del libro “El Peregrino Ruso”).

– Puesto que “la atención despierta, el autoconocimiento y el discernimiento son las verdaderas guías del alma” (Abba Poemen), revisaremos cada día nuestra conciencia para conectarnos con la esencia de nuestro ser, con la inmensa bondad que nos habita, pero también con nuestras zonas oscuras que anhelan ser iluminadas para que así resplandezca la imagen divina. Dios nos levantará y nos dará el conocimiento de su amor (S. José de Calasanz).

– El silencio es sobre todo una cualidad del corazón y tiene como único objetivo el ayudarte a avanzar en la caridad. “El silencio no es ausencia de palabras, sino de egoísmo”(Tony de Mello).

– “Porque Dios nos ha hecho tan preciosos, tan bellos y tan buenos, se deleita infinitamente en la creación de nuestro espíritu. De hecho Dios ha hecho de nuestro espíritu su lugar de descanso, y nuestro espíritu descansa en el Dios que no fue creado. Incluso si te sientes pecador, recuerda que también el pecado es necesario, pero al final todo está bien y todo irá bien” (Juliana de Norwich).

– Para subir al monte has de ascender hacia adentro. ¡Adentro! La cima está en lo más escondido de tu corazón. No la busques fuera, que te cansarás y no la encontrarás. Y emprende el viaje en la noche, sumergido en el silencio. Que no te asusten las tinieblas ni el bramido del mar… De noche, sí, guiado por la luz interior de un Dios que ama el amanecer dentro de ti. Que tu luz interior empape la noche que te rodea. ¡No te detengas! (Juan de la Cruz y Teresa de Ávila).

La formación, un camino inacabado

– Aconsejamos al maestro de novicios acerca de un importante aspecto, y es que sepa discernir a fondo los movimientos del Espíritu en el alma del novicio para ayudarle a hacer crecer todos los dones recibidos. Así progresará fielmente en el conocimiento de Dios y en el servicio de sus hermanos (S. José de Calasanz).

– Cada etapa de formación es una experiencia de desierto donde emergen las inclinaciones malas. Déjalas salir a la superficie para que, iluminadas por el Espíritu y con la ayuda de tu mentor, las identifiques y, pacientemente purificadas, irás creciendo en algo nuevo. “Nuestro Dios es un fuego que consume; por eso hemos de alimentar este fuego divino con lágrimas y sufrimiento” (Apotegmas de los Padres del Desierto).

– Damos gran importancia a los estudios teológicos. “La filosofía natural puede ser una buena compañera para el que se deja guiar por la sabiduría espiritual”(S. Gregorio de Nisa). “El conocimiento es un aliado de la oración pues despierta el poder del pensamiento para así contemplar el conocimiento divino” (Evagrio).

– Considérate en estado permanente de formación y crecimiento. Se trata de un viaje sin retorno. Así pues no pienses que ya llegaste a la meta en este modo de vida. No te detengas en el camino contemplando los límites y fronteras. Gregorio de Nisa nos enseña que “el límite de la perfección es la ausencia de límites”10.

– La vida en el monasterio se enfoca en “ser formados.” Tus superiores o formadores son compañeros de camino que te ayudan a oír la voz de Dios en ti. Son presencia viva del Resucitado que camina contigo como lo hizo con los dos discípulos de Emaús. Lo reconocieron al partir el pan (Lc 24, 13-35). Nuestro carisma consiste en “ser fragancia de Cristo Resucitado”. Hazte pues digno del nombre que llevas, “Monje de la Resurrección.” Que en todo sea glorificado Dios, como lo enseña la máxima de Ignacio de Loyola: “Para la mayor gloria de Dios”.

– En tu cotidiano vivir estarás a cargo de algunas tareas. Hazlas bien y con mucho amor. La regla del AMOR es nuestra guía permanente, pues “intentamos establecer una escuela para el servicio del Señor” (Regla de S. Benito).

 

– Fórmula de la consagración:

Hermano, ¿Qué pides a nuestra fraternidad?

Pido, inspirado por el Espíritu de Cristo Resucitado

ser admitido a esta familia de hermanos

de modo que la santidad irradie su luz dentro y fuera de mí.

¿Sabes que esto es pura gracia que viene de lo alto?

Sí, lo sé. Por eso me abandono en los brazos del Resucitado.

Y pido que me ayudéis a ser fiel en todo momento

a seguir la llamada que Él mismo ha puesto en mí.

Con estas garantías te invito a hacer tu profesión:

después de haber descubierto este estilo de vida,

ansioso de seguir e imitar a Cristo,

y habiendo vivido en alegría y simplicidad

la vida fraterna en este monasterio,

me entrego totalmente a Dios

Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Prometo obediencia diligente

pobreza alegre

y celibato consagrado en fidelidad.

Sé que soy frágil y vulnerable.

Por eso confío en el poder del Resucitado en mí

y me abandono a la protección de la Virgen María

Madre de Dios y primer testigo de la resurrección.

Confío en el poder de vuestra oración

para que siguiendo esta Regla de Vida

seamos auténtica escuela del espíritu para el mundo.

Bendeciré al Señor en todo momento

y cumpliré mis votos al Señor

en la asamblea de sus fieles.

Amén. Aleluya.

Nuestro cuidado espiritul

– La Eucaristía es el centro de nuestra vida. Ella nos enseña que “vivimos para amar”. Cuando vivimos en el amor nuestra celebración cobra significado especial. Nuestro monasterio está llamado a ser imagen viva de la primera comunidad cristiana que ponía todo en común, servían a los pobres, y celebraban el misterio de la presencia de Cristo “al partir el pan”(Hech 2, 46).

– La celebración frecuente del sacramento de la Reconciliación nos hace nuevos por el amor del Padre. Es el sacramento de la alegría y la paz. Cuanto más humilde seas, más rápidamente llegarás a ser perfecto en el amor que vence al miedo (Regla de S. Benito).

– Todos necesitamos un guía, alguien a quien tradicionalmente llamamos director espiritual o acompañante. Por eso también entre nosotros cada monje tendrá un mentor espiritual a quien confiadamente abrirá su conciencia con toda honestidad y simplicidad (Regla de Taizé).

– Procura ser positivo y agradecido como expresión de tu confianza en el Dios que habita dentro de ti. “Una de las alegrías más evidentes del Evangelio es que desata dentro de ti un proceso de simplicidad en el corazón que a su vez genera simplicidad en la forma de vivir”(Regla de Taizé).

Testigos del Resucitado ante el mundo

– Sea cual sea el servicio pastoral que se te encomiende, llévalo a cabo apasionadamente. Descubre tu carisma personal y ponlo al servicio de tu decisión de amar. Sobre todo “dilo con tu vida”, como Agustín nos enseña. Quien así ama quiere responder vitalmente a esta pregunta esencial: “¿Cómo aliviar el sufrimiento humano de tantos inocentes cercanos o lejanos?”(Roger Schutz).

– Cada día de tu vida ten el deseo profundo de responder a estas tres llamadas evangélicas: alegría, simplicidad y compasión, en el contexto del amor fraterno (Rule of Taizé). Recuerda que los demás aprenderán de nosotros como maestros solamente si somos testigos (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi).

– No descuides el trabajo manual ni el ejercicio físico. Mente sana en cuerpo sano. El trabajo eleva nuestra dignidad, glorifica a Dios, y nos ayuda a sostenernos con el sudor de nuestra frente. Por otro lado seremos renuentes en aceptar donaciones de fuera, y por el contrario nos embarcaremos en proyectos de ayuda a los más necesitados. “Cuando vivimos con el trabajo de nuestras manos, entonces somos realmente monjes” (Regla de S. Benito).

– Siguiendo la práctica de los padres del de-sierto, el novicio tendrá cada día una “exposición de conciencia” con su padre espiritual para que así el Espíritu Santo le enseñe, lo moldee y le ayude a ser una obra divina de arte.

– Recibiremos a los que nos visiten con una alegría que se mostrará en gestos externos. Lo presentaremos al hermano encargado de la portería, y reconoceremos en él a Cristo a quien servimos y por quien hemos decidido dejarlo todo (Mt 25, 40). Haremos sentir a los que llegan que están en su casa. A los que nos visitan por varios días los incluiremos en nuestras prácticas comunitarias, sobre todo en la oración, la mesa y el trabajo manual.

– Si vives centrado en Cristo Resucitado, Él te transformará por medio del silencio y la contemplación, y te hará un instrumento de sanación, de alegría, conversión y paz. Pues la experiencia de la Iglesia así lo demuestra, como en el caso de nuestro Padre Antonio.

– Cuando salgas del monasterio no aparentes ni finjas una santidad hecha de formas externas; por el contrario trata de ser natural y muestra con tu vida que eres de Cristo. A través de la amistad dile a la gente que Dios les ama incondicionalmente. Manifiéstate como amigo universal. Tú eres en verdad la voz profética que el mundo necesita (S. Francisco de Asís).

– En nuestra pertenencia a la Iglesia haremos hincapié en la comunión que tenemos con todos los creyentes en Cristo Salvador. Por eso alimentaremos el celo ecuménico hasta que en nosotros se cumplan las palabras evangélicas: “Padre, que todos sean uno como nosotros somos uno, Tú en mí y yo en Ti” (Jn 17, 21).

– Te aseguro, hermano, que si sigues esta Regla de Vida obtendrás, a través de la humildad y con la Fuerza de Cristo Resucitado, la pureza del corazón11. La imagen divina que mora en ti recobrará su esplendor original y, como María Theotokos (Madre de Dios), te convertirás en icono viviente del amor misericordioso de Dios (Casiano).

– Sigue adelante, métete en la celda interior donde aprenderás una sabiduría nueva. Si quieres, si eres lo que estás llamado a ser, puedes incendiar el mundo. El camino de la bondad es simple: sé fiel a lo que tú realmente eres (Los apotegmas de los padres del desierto, S. Felipe Neri y Catalina de Siena)

– Concluimos con este número en el que se te recuerda, hermano, que la vida espiritual es una peregrinación guiada por el Espíritu en el Misterio del amor. Aprende a abandonar tus temores y cuidados en Aquel en quien encontrarás la plenitud de la vida:

 

“No sé adónde me dirijo.

No veo el camino delante de mí.

No estoy seguro de dónde podrá terminar.

Ni siquiera estoy seguro de quién soy;

y el hecho de que yo crea que estoy haciendo tu voluntad,

no significa que de hecho la esté cumpliendo.

Pero creo que el deseo interior de agradarte,

en verdad es algo que ya te agrada.

Confío en que este deseo esté presente

en todo lo que hago.

Espero no hacer nada contrario a este deseo.

Y sé que si sigo este camino,

Tú siempre me guiarás por la senda verdadera,

aunque yo no me dé cuenta.

Por eso confiaré siempre en ti

aunque me sienta perdido en las sombras de la muerte.

No temeré, pues tú estás siempre conmigo,

y sé que nunca permitirás

que me enfrente solo a los peligros”12.

 

1 El monasticismo comenzó como movimiento laico que poco a poco fue clericalizándose hasta que en la Edad Media se mezcló demasiado con el poder civil y los señoríos territoriales.

2 Por supuesto, el “monasterio” en este contexto es el corazón humano.

3 El “abad” aquí es el Espíritu que, como la brisa, toca el centro del alma.

4 Hermana de San Basilio y San Gregorio de Nissa.

5 San Benito llama a su Regla “Pequeña Regla para los principiantes”.

6 Éstas son máximas de vida que intentan vivir algunos de los movimientos eclesiales contemporáneos como “Encuentro Matrimonial” y “Los Focolares”. El Arzobispo Brasileño Helder Cámara solía repetir, “yo cada día elijo amar”.

7 Con semejantes actitudes de vida intentamos reconquistar el Paraíso Perdido, viviendo a la inocencia primitiva.

8 Los apotegmas son anécdotas o historias breves que sintetizan muy bien la teología, mentalidad, aspiraciones y espiritualidad de las comunidades del desierto.

9 En estas reuniones (synaxis) los monjes del desierto recitaban las Escrituras semanalmente. Luego regresaban a su vida solitaria llevándose consigo las palabras escuchadas.

10 Este pensamiento entronca muy bien con el de Juan de La Cruz: en el camino hacia Dios llega un momento en el que el camino es la ausencia del camino. “Caminante son tus huellas el camino y nada más” (A. Machado).

11 Los Padres y Madres del Desierto creían en la inocencia original en la que todos fuimos creados aunque distorsionada por el mal. Su gran deseo fue volver a recuperar el “estado de justicia original” a través del viaje interior al centro del corazón.

12 Thomas Merton, “Pensamientos en la Soledad”.