“Profezia feriale”: el “realismo profético” en la vida religiosa

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A veces nos empeñamos en lo imposible. La utopía pierde su razón de ser y se convierte en una energía destructora. La utopía ha de ser combinada con el realismo. Sin realismo la vida se vuelve ansiosa y fácil a la depresión. Sin realismo las utopías, las visiones pierden su capacidad transformadora y aunque resulten espectaculares, no son capaces de dinamizar un futuro mejor. Se hace necesaria en la misión “la profezia feriale”, es decir, la profecía de los días normales.
Reinhold Nieburh habló –hace años- del “realismo cristiano”[1] y Ronald H. Stone, inspirado en él, ha propuesto, no hace mucho, la expresión “realismo profético”[2], que yo encuentro bastante adecuada. Stone se plantea cuáles son los límites de una actitud pacifista ante la conspiración global del terror. ¿Debemos renunciar a los ejércitos, a las fuerzas policiales, a la seguridad? Dilemas semejantes nos surgen constantemente: ¿confianza absoluta en la Providencia, o reserva de fondos y ahorro? ¿carisma o también institución? ¿mera inspiración o trabajo y elaboración?
El principio de la realidad nos pide –por una parte- que no deseemos cosas que exceden nuestra capacidad carismática (¡el talento recibido!), pero también –por otra- que explotemos todas sus posibilidades. En la vida consagrada no disponemos de carismas espectaculares ni de profecías de alta intensidad. Somos grupos de peregrinos que, entre zozobras, oscuridades y tentaciones, peregrinamos –con todo el pueblo de Dios- hacia la nueva Jerusalén.
El ser comunidad limita no poco las aristas de los carismas y profecías individuales. En nuestro profetismo colectivo se integra lo dispar. Por eso, nuestra profecía es de perfil bajo, pero ejercida también en una franja temporal muy extensa. En este modelo profético prevalece el realismo sobre la utopía, el día a día sobre el evento, la cotidianidad sobre la sorpresa, el siglo sobre el momento. Algunos la han denominado “profecía de la vida ordinaria”; un grupo de Superiores Generales, la denominó también “profezia feriale”.
La revelación cristiana nos dice que el Reino es presente y futuro, al mismo tiempo: “ya sí, pero todavía no”. Nuestro ministerio profético negocia con el “todavía no” y el “ya sí”. Por eso, hacemos concesiones a la realidad; nos mostramos comprensivos, misericordiosos, pero también a veces, rebeldes y apocalípticos. La imaginación profética y el realismo profético mantienen una permanente tensión y contraste. El Jesús de las tres tentaciones en el desierto es para nosotros el paradigma de un profetismo realista. El Jesús apocalíptico que llora ante Jerusalén es para nosotros el paradigma de un profetismo utópico.
Ambos tipos de profetismo, el realista y el apocalíptico, han coexistido tensamente a lo largo de la historia. En la historia de Jesús encontramos esa tensión entre el realismo y la utopía apocalíptica.
Invitado por el Maligno a eliminar radicalmente el problema del hambre, Jesús optó por convivir con el problema, para aportar soluciones alternativas que tengan su origen en la Alianza con Dios y en la escucha atenta de su Palabra. Invitado por el Maligno a eliminar la incertidumbre que el ministerio profético conlleva a través de signos espectaculares, Jesús optó por dejar su vida y ministerio en manos de Dios, por realizarlo de forma humilde y no ostentosa, sin osar en ningún momento poner a prueba a su Dios. Invitado por el Maligno a realizar el sueño teocrático de un mundo dirigido por los santos, siempre que antes adoren a Satanás, Jesús mostró firmemente su voluntad anti-idolátrica confesando que sólo adoraría y serviría a su Dios. La conspiración diabólica sitúa a Jesús ante la utopía social de un mundo sin hambre, la utopía religiosa de un profetismo sin fracaso, la utopía política de un mundo gobernado por la justicia. Jesús, sin embargo, opta por la limitación, por el realismo profético porque sólo se deja guiar por el pathos divino.
Como Jesús, también nosotros renunciamos a soñar la llegada de un milenio que nos resuelva todos los problemas. Sabemos que la soberanía de Dios y la primacía del amor, acontecen en medio de muchas limitaciones y luchas. Nada es definitivo. Porque contamos con la realidad, también nuestra profecía cuenta con la cruz, con la limitación de nuestras realizaciones, pero siempre con la fidelidad de Dios. Nuestro realismo profético está envuelto en la humildad, en la súplica e intercesión, incluso en la compunción de quien proclama: “Señor, yo no soy digno”, en la ignorancia del día y la hora. El profeta realista es humilde ante Dios y ante la comunidad humana; pero ello, no obsta para que intente promover la justicia imparcial en favor de los pobres y oprimidos de la tierra. Por eso, somos portadores del “profetismo de la minoridad”, de lo pequeño y especialmente sensibles a quienes así son profetas en la tierra.
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[1] Cf. Reinhold Nieburh, Christian realism and political problems, Scribners, New York 1953
[2] Cf. Ronald H. Stone, Prophetic Realism. Beyond Militarism and Pacifism in an Age of Terror, Continuum International Publishing Group – T & T C, 2005.