Lo mismo podemos decir de los grupos proféticos, a los cuales sin duda pertenece la vida consagrada, sus institutos, sus comunidades. Ellos son “organismos vivos”. La vida en ellos no debe detenerse. Por lo tanto, han de estar constantemente abiertos a procesos de transformación, de otra forma comenzarán las fases de deterioro y deformación o incluso de muerte.
Lo expresó muy bien san Pablo en Rm 12,2. Amoldarse al sistema, al esquema de un mundo desviado del proyecto de vida que Dios ofrece, es disponerse a morir. Pablo les suplica a los cristianos de Roma que se conviertan en unos antisistema; que renuncien a la forma acomodada, para asumir otra “forma”. Y esta forma se inicia con un proceso de innovación en la mente, en la conciencia. O dicho con palabras de nuestro tiempo: la innovación comienza en una “nueva conciencia”. A partir de ahí, sí es posible descubrir lo que la Vida nos ofrece, el porvenir que Dios nos concede, la voluntad de Dios.
¿programación o procesos de transformación?
En el último capítulo general de los Misioneros Claretianos se nos plantearon dos caminos de futuro: el método de la programación, o el de los procesos de transformación. Tras un largo discernimiento, los capitulares optaron por el segundo. Pero todavía hay quienes se preguntan: ¿y qué es eso de los “procesos de transformación” en el ámbito de la misión, la casa (comunidad, oiko-nomía), la espiritualidad-formación)?
El proceso de transformación es un viaje hacia el futuro emergente: el que buscamos y el que se nos concede. Y requiere aprender tres cosas: abrir la mente (trascender los límites de nuestro conocimiento), abrir el corazón (trascender los límites de nuestras relaciones) y abrir la voluntad (trascender los límites de nuestra voluntad pequeña).
Una cosa es organizarse “en clave de programación” y otra es organizarse “en clave de transformación”. En clave de programación partimos de un análisis de la realidad y sus desafíos; ofrecemos después claves de respuesta; finalmente ofrecemos respuestas a través de opciones, prioridades y acciones con sus responsables. Posteriormente se irán evaluando los resultados para lograr así el resultado programado.
“En clave de transformación” nos proponemos realizar un viaje, que quiere desatar en nosotros, en nuestras comunidades, en nuestras instituciones, procesos de vida. ¡Es lo peculiar de los organismos vivos! En su itinerario el organismo es pluri-direccional: recibe influjos internos y externos, espirituales, ambientales, contextuales y, según ellos, va cambiando y mejorando su “forma”.
Dos grandes científicos biólogos, Umberto Maturana y Francisco Valera, explicaron los procesos vitales con la categoría de “auto-poiesis”. Así se auto-organizan y re-organizan constantemente los seres vivos: desde el dinamismo interior y el influjo exterior (bio-topo, bio-sistema) 1. Y lo aplicaron también –sobre todo el filósofo de la comunicación Marshall McLuhan– a los sistemas sociales. La “autopoiesis” es el proceso fundamental de la vida para crear y renovarse a sí misma, para crecer y cambiar: “Un sistema vivo es una red de procesos en los que cada proceso contribuye a los demás procesos“2. Cualquier sistema vivo es “una estructura que nunca descansa, que constantemente busca su propia auto-renovación“3.
Si nos consideramos “organismos vivos”, inteligentes y emocionales, en cuanto personas, comunidades y organizaciones, hemos de prestar atención a aquellos procesos en los cuales nuestra interacción con el ambiente y contexto exterior nos regeneran y transforman. Es así como nos abrimos no solo al futuro sino también al porvenir4: al futuro que podemos prever y promover, al porvenir que nos puede llegar –y que en clave teológica llamamos “adviento”-. Esa apertura del organismo vivo podemos denominarla “esperanza activa”. Si, por otra parte, “creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”, experimentaremos cómo todo proceso de transformación acontece en alianza con Él. No excluimos las necesarias programaciones, como responsabilidad ante la vida; pero no las absolutizamos, sino que las subordinamos a los procesos transformadores, que siempre las superan.
Volar: como un trapecista -«dejar pasar», «dejar venir»
El relato de la vida consagrada se encuentra en un momento de tránsito. Nadie se imaginaría hace años una vida consagrada que intenta conectar su relato con la historia del universo o el feminismo, o la teoría cuántica, o la ecología, o los sistemas políticos y económicos. Si en el pasado basábamos nuestras convicciones en autoridades intelectuales o religiosas –que resolvían nuestras cuestiones teóricas- hoy día intentamos pensar por nosotros mismos y prestamos una atención peculiar a lo que afecta no solo a nuestra razón, sino a nuestras emociones, a nuestra psiché. Estamos en un increíble momento de evolución de nuestra especie y llegando a un nuevo modo de conciencia. Vemos ya la realidad de forma diferente: nos sentimos parte de la comunidad biótica de la tierra, reconocemos que “todo está interconectado”; por eso, estamos logrando una nueva perspectiva para describir nuestra identidad, nuestra cultura, nuestra fe.
Tal situación de transición produce en unos, depresión; en otros, entusiasmo. En los últimos cincuenta años ha habido mujeres y hombres religiosos que se han implicado en los avances de la sociedad desde un arraigamiento contemplativo en el Espíritu y en la oración (Madeleine Delbrel, Mary Daly, Thomas Merton, Papa Francisco…). Ellas y ellos han comprendido que no solo pueden contribuir al futuro de la vida religiosa, sino también a la solución de asuntos cruciales de nuestro planeta y humanidad.
En momentos de tránsito como éste hemos de aprender de los artistas circenses del trapecio: es preciso dar el salto, y para ello dejar el apoyo, lanzarse al vacío y esperar que se nos dará un nuevo apoyo que nos permita no caer. Por eso, es necesario, por una parte, “dejar pasar” (let go) –lo cual suena a veces como “morir”–; y, por otra, lanzarse al vacío, y esperar y acoger lo nuevo que viene y nos es dado (let come). El momento de tránsito es transformador si nos lleva a cambiar el lugar interior desde el que actuamos y asumir una nueva perspectiva.
El miedo, la duda, la desconfianza nos impiden el salto. Desconectan a nuestro yo, o a nuestras comunidades, de la naturaleza, de la sociedad, de la espiritualidad y de la cultura. Se producen así unas brechas o desconexiones (ecológica, social, espiritual-cultural), que no nos atrevemos a superar5. Una vida consagrada desconectada mantendrá modos inadecuados de entender la modestia, la separación del mundo, la vida interior, la comunicación. Sin conexión con el contexto no hay procesos de autopoiesis, sino de entropía y muerte; la vida se empobrece, se desconecta y poco a poco se ahoga. Así mismo, cuando la relación con el ambiente es de mimetización, de identificación total, sin procesos de autonomía y personalización, perdemos identidad, dejamos de ser autopoiéticos.
Viajar: desde el ego-sistema al eco-sistema
“De poco sirve lo rápido que vayas, si corres en dirección equivocada”. Y esto ocurre, sobre todo, cuando estamos centrados en nuestro “ego” individual o colectivo: no hay camino, ni aventura, ni novedad, sino un loco dar vueltas en torno al mismo círculo o plaza, en cuyo centro estoy yo, reafirmando hasta la saciedad mi identidad. Entonces nos preguntamos: ¿cómo realizar el viaje desde el ego-sistema al eco-sistema? ¿cómo dejar que se produzca la transformación necesaria?
Otto Scharmer describe de forma sencilla las etapas de un proceso de transformación que nos libera de nuestro ego-centrismo. En lugar de mirar a los demás, hemos de aprender a vernos a través de los ojos de los demás y del todo. Cuando uno se despoja de su ego-visión entonces se adentra en la zona invisible desde la que es posible recomenzar de nuevo; guiados solo por nuestro modo habitual de pensar solemos decir: “Ya, sí, ya lo sé” y nos cerramos a cualquier nuevo conocimiento. En cambio, cuando abrimos nuestra mente a “lo otro” nos admiramos: “Oh, mira eso”. Cuando contemplamos la realidad con el corazón abierto al otro, con empatía, decimos: “sí, ya comprendo cómo te sientes”. Cuando contemplo la realidad desde su fuente o lo más profundo de nuestro ser, con nuestra voluntad abierta, entonces decimos: “lo que experimento, no se puede expresar en palabras; me siento conmovido y en calma; me conozco mejor; estoy conectado con algo que me supera”. En este nivel se percibe que uno no es la misma persona antes de la experiencia, que después6.
Si observamos el mundo que nos rodea, si adoptamos el punto de vista de otras personas –y no solo el mío–, si escuchamos lo nuevo veremos oportunidades emergentes y sintonizaremos con ellas. La insistente apelación del Papa Francisco a ser una Iglesia –o vida consagrada– “en salida” y hacia “las periferias” tiene mucha razón de ser en este contexto. ¡Las oportunidades emergentes se muestran primero en las periferias!
Cuando solo nos vemos a través de nuestros ojos, solo “lo nuestro” es urgente y apremiante: ¡nunca tenemos tiempo para lo demás!; como en la parábola de Jesús, todo son excusas: no puedo ir a la reunión, no puedo participar porque… “he comprado un campo… me he casado… tengo mucho que hacer” (cf. Mt 22,1-10; Lc 14,16-24). A esto se le añade el cinismo: el cínico además se excluye diciendo que poco importa lo que él haga. O el vacío de la depresión: ¡nada puede cambiar! ¡puede ser un fracaso!
Cuando nos vemos a través de la mirada de los otros y en el contexto del todo –y por eso nos preocupamos del calentamiento global, la crisis financiera, el creciente consumismo, el fundamentalismo, la emigración, los refugiados, el desorden amoroso, etc.– nos volvemos más inclusivos y transparentes, nos organizamos mejor para servir el bienestar de todos. Cuando se desdibuja la frontera entre el ego – y el eco– aparecen aportaciones sorprendentes, resultados innovadores, cambio de mentalidad y conciencia7. Y se produce una “revolución desde dentro”, una transformación contemplativa.
Contemplar: otra forma de ser y actuar
La contemplación es una forma de oración, pero es también una forma de ser y actuar. Contemplar no es cerrar los ojos, mirar hacia dentro, imaginarse asuntos trascendentes que apenas tienen que ver con los asuntos que preocupan hoy a la humanidad. Y “si tanto amó Dios al mundo que le envío a su Hijo único”, ¿cómo vamos a llegar a su contemplación desconectados de este mundo? La “mística de los ojos abiertos” (J.B. Metz), nos dice que no se encuentra a Dios “excavando fosos en el alma” (Erich Przywara), ni alejándonos o liberándonos del mundo real, sino trasladándonos a otros niveles de percepción. Pero ¿cómo hacerlo?
La postura contemplativa es aquella que nos abre a la ambigüedad, a la paradoja y lo desconocido; nos separa de un conjunto de modos preconcebidos de ser y pensar. Entrar en contacto con nuestro Dios, seguir a Jesús y estar abiertos al Espíritu es hacer uno de los trabajos interiores más difíciles, pero esenciales. Nos lleva a amar al mundo, como Dios lo ama. “Es difícil ver el cuadro entero cuando tú formas parte de un fragmento en él” (Ralph Powell). Nunca vemos el cuadro entero, pero el Espíritu Santo, sí. El universo no está todavía terminado: “Soy un peregrino hacia el futuro en un camino que viene enteramente del pasado”.
Buscar seriamente a Dios en nuestro mundo real es una aventura exigente y peligrosa: significa exponerse a Dios en una realidad humana que tantas veces lo cuestiona y niega; porque Dios es cuestionado y negado allí donde hay injusticia, violencia, salvajismo, muerte, catástrofes naturales, enfermedad, depresión… Dietrich Bonhoeffer buscó a Dios en tales circunstancias –¡en el campo de concentración y el contexto de la guerra mundial!– y lo encontró en el sufrimiento; por eso, se dijo a sí mismo: “Solo un Dios que sufre, me puede salvar”. Experiencia contemplativa y mística fue también la de Etty Hillesum, en la fase última de su estancia en el campo de exterminio de Auszchwitz que le permitió escribir en su diario: “Y si Dios no me ayuda ya para seguir adelante, yo tengo que ayudar a Dios”8.
La vida consagrada es contemplativa cuando descubre a Dios –entristecido, sufriente, marginado, descartado– en las víctimas; cuando identificada con el Crucificado grita “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; es contemplativa cuando descubre la energía divina por doquier, en torno a nosotros y a través de todo: como una dinámica personal que se manifiesta en la reciprocidad, la creatividad, la inclusión, la hospitalidad. En nosotros se encarna esa energía. Todo es como una pieza del misterio de cómo Dios está desde toda la eternidad haciendo nacer: porque es “padre eterno – madre eterna”. La energía de Dios está siempre actuando en favor de la creación9. Vive contemplativamente quien se siente fundamentado en Dios, incorporado a Jesucristo, quien deja que el Espíritu Santo respire y se mueva a través de él o ella. El deseo de vivir más contemplativamente es obra del Espíritu en este tiempo.
La contemplación abre nuestro corazón a un tipo de hospitalidad, que consiste en escuchar y acoger a “los otros” de verdad, sin focalizarnos en aquello que quisiéramos oír o recibir. En el espacio contemplativo perdemos el control del otro y descubrimos que no siempre está en nosotros la mejor respuesta. Esto parece muy simple, pero puede ser muy duro. Cuando nos volvemos más contemplativos somos más capaces de darnos cuenta de las diferencias y comprenderlas, sin ponerles una etiqueta despectiva. Uno aprende a “negarse a sí mismo” (Mt 16,24), que es una condición indispensable para seguir a Jesús.
Vivimos tan acelerados, con tanto frenesí, que nos negamos la contemplación por falta de tiempo personal y colectivo. La contemplación requiere tiempo ¡y no lo tenemos! Ordinariamente ante las situaciones “reaccionamos”, pero no “respondemos” porque decimos que no tenemos tiempo. ¿Cómo respondemos ante la tristeza, el sufrimiento, la inseguridad, la situación de miseria de los otros?
No entramos en espacios de contemplación porque nos da miedo quedar paralizados, sin actividad, sin amor al trabajo. Y sin embargo, lo cierto es que la auténtica contemplación es fuente de capacidad creadora y generativa. Los místicos, los contemplativos saben que la verdadera contemplación acaba en la acción y que frecuentemente la acción es más radical porque tiene en ella su raíz.
La contemplación no nos permite utilizar códigos agresivos en nuestro lenguaje, sino que nos suaviza, prepara espacios de encuentro, nos lleva más a los “porqués” que a los “cómos” o “qués”. La orientación a los “porqués” no se realiza solo en el ámbito intelectual, también emocional.
La atmósfera contemplativa hace surgir reuniones “diferentes” en las que hay pausa, quietud y no inmediata necesidad de hablar, de tomar el micrófono; pero nunca pasividad, pasotismo, inquietud. Contemplación no es estar callados, enclaustrados en nuestros pensamientos: es dejarse tocar por el Espíritu, dejar que se derrame en nuestro corazón y lo transforme (Rom 5,5). Y esto requiere una cierta disciplina. Hay sinergia cuando nos olvidamos de nosotros mismos y escuchamos con cuidado y amor a los demás.
En los textos paulinos encontramos exhortaciones como éstas: “No entristezcáis al Espíritu Santo” (Ef 4,30), “no sofoquéis o extingáis al Espíritu Santo” (1 Tes 5,19); y es que podemos impedir que el Espíritu respire y sople en y a través de cada uno nosotros. La Iglesia es la esfera de influencia del Espíritu Santo: “donde está el Espíritu allí está la Iglesia; y donde está la Iglesia, allí está el Espíritu” (San Ireneo).
La tan conocida frase de Karl Rahner de que un cristiano del siglo XXI o será un místico no será nada, aplicada a la vida consagrada, nos invita a emprender el viaje hacia la mística para que nuestra vida tenga sentido y atractivo.
Conclusión
¡Qué distinto es contemplar a un Instituto religioso en proceso de programación o en proceso de transformación! Estos procesos –aquí abordados de modo más fundamental– se traducen en transformación de la misión (un nuevo paradigma), de las comunidades (grupos proféticos y contemplativos), de la organización e instituciones (un nuevo modelo autopoiético), de la espiritualidad y formación (formación transformadora), de las personas (en camino hacia la mística de los ojos abiertos).
Estamos en un momento en que necesitamos sueños, visión, y audacia. Y en el que exorcicemos el miedo, el cinismo, la duda. “Hombres y mujeres de poca fe (oligopistía), ¿porqué dudáis?” (Mt 14,31). La vida es imparable.
1 “Los seres vivos son redes de producciones moleculares en las que las moléculas producidas generan con sus interacciones la misma red que las produce”. Maturana: Transformación en la convivencia (1999).
2 Cf. Margaret J. Wheatley, El liderazgo y la nueva ciencia, ed. Granica, 1997; Id., Leadership and the new Science: Discovering Order in a Chaotic World, Berrett-Koehler Publishers, 2006.
3 Erich Jantsch, Pronósticos del futuro, ed. Alianza, 1994.
4 Jacques Derrida distingue con acierto entre “futuro” y “porvenir”. El futuro lo programamos y realizamos desde nosotros mismos. El porvenir es “lo sorprendente”, lo improgramable, aquello que nos viene, que nos es dado.
5 Esta brecha creciente entre nuestras acciones y lo que somos realmente queda patente en la cifra creciente de personas agotadas y deprimidas no solo en la humanidad, también entre nosotros. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el año 2000 hubo el doble de muertes causadas por suicidios que por guerra.
6 Cf. Esta preciosa reflexión en Otto Scharmer, Theory U, Leading from the future as it emerges, Berret Koehler Publishers, San Francisco, 2009: Introduction: Shifting the structure of our attention.
7 Otto Scharmer y Katrin Käufer, Liderar desde el futuro emergente: de los egosistemas a los ecosistemas económicos. Cómo aplicar la teoría U para transformas los negocios, la sociedad y uno mismo, editorial Eleftheria, Barcelona, 2015 (apartado “Conocimiento del egosistema frente a realidad del ecosistema).
8 Etty Hillesum, Diario, 11 de Julio de 1942.
9 Cf. Anna Hunt, What are they saying about the Trinity, Paulist (Australia), 1998.