Dicen que la manera en la que comenzamos el día colorea lo que vamos a vivir en él y, en igual medida, al estrenar un año, el modo en que nos disponemos va a impregnar las vivencias que nos acontezcan. Quiero iniciar el año acogiendo adentro estas palabras de la poetisa cubana Dulce María Loynaz: «Me perderé un buen día por los caminos de la tierra, y si un minuto el desaliento me domina, nadie vea mi desaliento y todos vean mi sonrisa. Y mi sonrisa sea fuente, y flor, y ala, y venda…». Pido que este último verso me acompañe como un mantra y que, allí donde vaya, venga conmigo, que vuelva a él en los tiempos de invierno, que no lo deje caer de mis labios y pueda pasarlo a otros, secretamente, cuando a solas me habiten los rostros que amo.
Me parece que era ayer cuando recién estábamos estrenando el dos mil y, como reza una canción de Pablo Milanés, “el tiempo pasa…”. Ya es el sexto año que voy a compartir este espacio con todos los que estáis ahí detrás. Ha sido un regalo en estos años encontrarme religiosas y religiosos por distintos lugares y sentir su acogida y el ánimo para continuar escribiendo. Le decía a Gonzalo, el director de Vida Religiosa, que no quería cansaros con “tantas tardes” (¡ya cincuenta y una!) pero aquí sigo un tiempo más, agradecida, porque recibo mucho en este intercambio que genera novedad en mí. Pensaba que nuestra vida es como un piano y que estamos casi siempre tocando ese piano en las mismas teclas, en los mismos registros, aquellos que nuestra historia, lo vivido, lo que otros nos han dicho… nos han llevado a interpretar. Pero hay mucha más música escondida en ese piano de la que imaginamos, sonidos inéditos que aún no hemos alcanzado, a los que nuestras manos no se han atrevido a llegar; sonoridades desconocidas, tonalidades y sabores por descubrir que Alguien está deseando despertar en nosotros. Es la invitación que me ronda para este año que se abre: que nos dejemos sorprender, que nos atrevamos a dejar salir melodías nuevas, esas que alientan en nosotros situaciones y personas que vamos encontrando en el camino. Por más tiempo que pase todos somos aprendices en ese piano, ¡principiantes! Que nos dispongamos para que en este año Sus dedos buenos puedan recorrerlo en todos sus registros, desde el más grave al más agudo, que Él pueda interpretarse suavemente a través de nosotros. Aún no hemos puesto las manos sobre todas las teclas de nuestra vida. Y poner las manos es poner el amor.