Prestige

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Hoy no voy a comentar el Evangelio, hoy voy a comentar otra palabra, en este caso maldita: Prestige.

Ya pasaron once años después que este petrolero de 26 años de edad abriese sus fauces para vomitar 77000 toneladas de fuel en el mar, negra sombra que cubrió 2000 kilómetros de costa del noroeste español y del oeste francés.

Y en juicio resulta que no hay culpables, sólo el anciano capitán del barco por desobediencia grave a las autoridades españolas. Nadie más.

Lo tremendo es que ni la armadora (Universe Maritime) ni la firma que aprobó que ese barco podía navegar seguro (American Bureau of Shipping) ni siquiera estaban sentadas en el banquillo.

Se repite la historia de siempre, esa torpe historia de los poderosos que logran escapar a cualquier tipo de justicia porque están por encima de cualquier responsabilidad y exentas de culpa. Pero la culpa moral no se puede eludir aunque el sistema no la logre doblegar económicamente.

Lo que sí que viene al recuerdo otra vez es esa capacidad de levantarse del lodo y la solidaridad de tantos miles de personas que ayudaron a arrancar el crudo de las rocas y de la arena. Ese recuerdo de justicia de unos cuantos que se mancharon sus manos y su corazón con los restos de una injusticia lacerante. Esos y esas que desde el comienzo salieron a la mar para intentar herir un poco a un Goliat todopoderoso que siguió su camino hacia la costa (Recuerdo una foto de unos hombres que con las manos intentaban parar una inmensa marea negra que se reía de ellos, pero que aun así luchaban)

Ante la falta de justicia vale la pena seguir recordando la enorme humanidad, que en esos momentos (como en tantos otros), hacen verdad lo que muchas veces parece que está ausente o no existe. Eso que vuelve a regalarnos la fe en nosotros mismos, en los de a pié, en los que no somos poderosos pero sí fuertes en la debilidad. En unos ciudadanos que se organizan a pesar de todos los peros y pegas que ponen las administraciones y gobiernos que encima, después, intentan colgarse la medalla.

Miles de Davides que no lograron vencer de todo a Goliat, pero que en esta pérdida encuentran su esperanza y esa rara capacidad de levantarse una y otra vez.

Pero el duro refrán que Castelao hizo famoso: «Mexan por nos, e temos que dir que chova» ya no es verdad. Ya sabemos diferenciar una cosa de la otra y ya lo sabemos decir. Ya podemos decir lo que algunos siempre dijeron a costa de su tranquilidad o de su vida. Y ahora no está lloviendo. Ojalá que la bendita lluvia logre mezclarse con el bendito mar y que juntos nos sigan recordando que lo pequeño puede seguir luchando incluso sabiendo que la batalla está perdida. Bendita lucha pacífica por los sueños aunque al final sigan siendo lo que son, y eso es bien bonito.

 

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