Presencia

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En la Ascensión celebramos la nueva forma de estar de Jesús entre nosotros. Un tiempo a estrenar, ya de XXI siglos, que sigue siendo siempre vino nuevo que rompe viejos odres. 

Sigue siendo un tiempo de Reino, más pleno porque todo está dicho, aunque lo hay que ir descubriéndolo trocito a trocito. Es la nueva presencia de Jesús que no está sujeta a la evidencia grosera de la petición de Tomás que quiere ver para creer, tocar para comulgar. Seguimos necesitando los sentidos y Jesús sigue alimentándonos y acercándose por medio de ellos, pero de otro modo. 

Lo tangible sigue siendo verdad, pero es necesaria la gracia de la bienaventuranza última de Jesús: «Felices los que creen sin haber visto». Nuestras cegueras no son solo limitación, son posibilidad de presencias múltiples y distintas, de sorpresas y encuentros inesperados. Es como el amor que necesita la presencia del amado o la amada pero que la trasciende haciendo de la distancia una mera anécdota y de lo físico un trampolín para ir más allá. 

Solo los que aman tienen esa capacidad de transcender lo evidente y de creer viendo lo invisible que, como decía el Principito, es lo esencial. 

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