Por qué me llamas bueno?

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Hoy nos encontramos con el pasaje del rico que corre hacia Jesús y se arrodilla para hacerle la pregunta que muchos quisiéramos hacerle: «Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Parece una pregunta normal, de esas existenciales que todos nos hacemos alguna vez a lo largo de la vida. Pero se nos pasa por alto que ese hombre rico ya lo tenía todo, su herencia estaba colmada (como en el caso del pobre Lázaro y el rico Epulón: «tú en vida ya recibiste bienes, en cambio Lázaro males»). Ya no cabían más herencias, incluso las del cumplimiento de los mandamientos ya estaba másque cumplida «desde pequeño». Ya no cabe ganar más, un ejemplo de virtud. 

Pero cuando Jesús, con cariño (siempre con cariño) lo pone en la clave de pérdida colmada que antecede al seguimiento el rico frunce el ceño y se marcha pesaroso. Con un pesar que nace de la incapacidad de ponerse en clave de donarse a sí mismo: el se entiende no como lo que es, sino como lo que tiene. Por ello es imposible que entre en el Reino, tanto como el camello por el ojo de una aguja. No es por venganza de un Dios exigente hasta la náusea, sino por la cerrazón de un corazón ye solo busca acumular en lugar de dar-se. 

Tesoro en el cielo que no puede tener cotización en bolsa, ni pagar hipotecas o comprar lo innecesario obligatorio que exigen otros ricos. 

Y termino con la pregunta de Jesús que es respuesta a la afirmación del rico: «Maestro bueno». «Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios». Y con ello se nos callan las entrañas de reconocimiento de los que quizás hayamos dejado algo para seguir a Jesús intentando ser «buenos». Otra vez tesoro en el cielo que no funciona con la moneda de cambio de aquí, gracias a Dios. 

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