Me explico, en cierta manera a veces nos ahogamos y la cuestión es que alguien venga a ayudar a la comunidad o incluso sin haber planteado nada el superior mayor dice que mirarán en consejo si se puede hacer algún cambio y mandar a algún hermano o hermana para ayudar en los quehaceres cotidianos de la vida comunitaria y de la misión encomendada. Y esto me enciende las luces rojas de “atención perdemos pista” de aquello que es nuestra vida.
La cuestión no es ayudar, que también, y si puede ser que sean las dos cosas evidentemente, pero siempre lo primero es cuidar el hacer comunidad y si esa persona puede ayudar, más que mejor. Cada vez estoy más convencida de que nuestra vida religiosa debe cuidarse, crecer, y eso solo se hace con hermanas y hermanos que, puedan o no ayudar en el hacer, tengan algo que aportar en la calidad de la vida comunitaria. Es aquello de pobretes, pero alegretes.
Aquí se abren varios frentes:
Primero, estar muy vigilantes a no cerrarnos y solo ver lo que nos falta pues no damos abasto en el trabajo cotidiano y misionero. El ayudar no debe ser lo primordial (no estoy hablando para frescos y frescas que haberlos haylos y se acogerían a esta afirmación). Entiéndase también que hablo de ayudar en el sentido de tareas; a menudo los religiosos no damos abasto y eso es bueno dependiendo de la calidad de nuestra vida consagrada.
Lo segundo, no veamos a las personas por lo que hacen o ayudan sino por su disponibilidad, porque las sientes cercanas, porque dan testimonio de amor al Señor, porque te saben transmitir la historia de la congregación, acompañan, rezan y mucho, tejen lazos comunitarios, generan comunión, te sientes amparado, no estás solo… no por lo que hacen sino por lo que son. Evidentemente aquí surge un tema complicado, ¿somos en verdad?
Tercero, es el momento de crear comunidades felices, que a lo mejor irán de bólido por tareas y quehaceres inherentes a la misión, pero se sentirán agradecidas por esa comunión. Cuando alguien es enviado, destinado o se le pide ir a una comunidad no es simplemente para ayudar, es para que él y la comunidad sean capaces de acogerse, de ir tranquilos a dormir porque no hay esa especie de malestar que a veces se genera en las comunidades con una o varias personas… ese mal rollo que carcome y apaga vocaciones… eso no es de Dios y no estamos para perder el tiempo y las fuerzas en algo que a veces ya nace mal planteado. No es ir a hacer, además muchas veces la pregunta es: ¿y qué haré allá, y ya no puedo hacer aquí?, etc… ay debemos trabajarnos mucho en este sentido. Si acaso estamos para hacer comunidad y para ser nosotros mismos. Un binomio a veces difícil de conjugar, pero primordial para no perder elementos esenciales de nuestra vida consagrada.
Quizás, como antaño, nuestros abuelos y abuelas, mientras puedan y los podamos atender como merecen deben continuar viviendo en la misma comunidad porque son testimonio de esa historia de amor y fidelidad…
Y cuarto, y último por hoy, a menudo digo que hay hermanos y hermanas que sufrirían o se agotarían menos si aceptaran un cambio a una casa más preparada para los achaques que puedan tener, y lo creo firmemente, sobre todo si por lo que sea no pueden recibir ayuda en cuestiones concretas físicas, y, por tanto, hay que plantearlo e incluso a veces aplicar ese texto evangélico de que cuando seas mayor te llevarán a donde no quieras. Dicho esto, y de aquí la necesidad de reflexión, no es bueno caer sistemáticamente en llevar a todos y a todas a casas preparadas especialmente para ciertas limitaciones, no hablo de casas de personas mayores pues en realidad pocas se salvarían de ostentar este título. Quizás, como antaño, nuestros abuelos y abuelas, mientras puedan y los podamos atender como merecen deben continuar viviendo en la misma comunidad porque son testimonio de esa historia de amor y fidelidad de la que antes hablaba. Y principalmente son puntal para aquellos que además de intentar ser nos toca en este momento hacer. ¡Y ellos hacen comunidad!