Unas pistas por si corremos el peligro de hacernos “adictos a contemplaciones” y “demandantes de miramientos”:
Si cuando nos hablan de relevo reaccionamos con frases como: “No necesito que me lo digáis: ya lo tenía yo decidido hace tiempo” (y rezongamos por lo bajo: “Lo que me temía, ya me están echando”). Si proclamamos: “Dejaría este cargo con gusto, pero de momento no lo veo posible: no hay nadie preparado para sustituirme”.
Si cuando el cambio es inminente anunciamos: “Creo que es mejor que no me vaya del todo, sino que quede junto al que empieza para que se encarrilen bien las cosas”. Si alardeamos de generosidad y decimos: “Me voy para dar paso a gente más joven” (mientras murmuramos por lo bajo: “Espero que se den cuenta de lo libre y generoso que he sido realizando este gesto…”. Y con una voz aún más baja: “¿Cómo puede ser que no vean que sigo desempeñando mi trabajo en plenas facultades y que a la persona que va a reemplazarme le falta madurez y experiencia?).
Si cuando el provincial o la provincial avisa a alguien ya mayor: “Creo que ya no vas a poder seguir el ritmo en esta comunidad de inserción…”, el sujeto responde: “Siempre he dicho que viviría en el barrio y con los pobres hasta el final”. En esto estoy en la línea de Fidel Castro: ¡Inserción o muerte!”.
No se trata de leer esto pensando: “Eso es lo que le pasa a fulanito o fulanita”, sino de mirar cuáles son ya nuestras “tendencias” (una palabra que ahora se dice muchísimo) y si asoman la oreja en pequeñas cosas las reclamaciones de “contemplaciones” tipo: “a mí no me han avisado”, “no me han tenido en cuenta”, “lo han decidido sin preguntarme…”. Necesitamos entonces una inmersión urgente en la realidad, escuchar a gente a la que han despedido de su trabajo y que nos cuenten si los trataron con “miramientos”. ¿O es que la vida consagrada nos vuelve hipersensibles y tiquismiquis?
Imaginemos en cambio que puedan decir de nosotros: “Menuda suerte hemos tenido con la manera de marcharse de “Z”: ha ido preparando al siguiente, ha sabido tomar distancia, ha dejado las cosas en orden (la dirección, las cuentas, el despacho, el lavadero, la parroquia, el colegio, el volante o el armario de las escobas); no se mete a opinar sobre los cambios que se están haciendo, colabora si se le pide consejo pero sabe retirarse oportunamente. Y se ha ido sin aspavientos y discretamente, sin forzar homenajes ni regalos y, encima, agradeciendo tener más tiempo para poder dedicarse ahora a otras cosas…”. La ecuación es definitivamente inversa: a más “contemplativo”, menos “contemplaciones”.