«Pertenecer al Señor: esta es la misión de los hombres y mujeres que han optado por seguir a Cristo casto, pobre y obediente, para que el mundo crea y se salve» dijo el Papa Benedicto XVI a la vida consagrada en uno de los primeros actos de su pontificado.
Parece una cita más, pero no lo es. Benedicto XVI conoce y quiere la vida consagrada. Sabe que pertenece a la esencia de la comunión y, todavía más, sabe que es la expresión humana más clara de la pertenencia a Dios.
Sólo quien pertenece al Señor, puede darlo todo por Él y, además, hacerlo en los preferidos: los pobres, ancianos, niños sin padres y padres sin hijos; perdidos en los caminos de delincuencia, prisión y drogas; jóvenes que buscan y otros que creen no necesitar; en la escuela, el hospital y la calle… En el claustro y en el ruido… En el silencio y en la multitud… Todos los días y a todas las horas, un grupo numeroso de mujeres y hombres consagrados han encontrado su bendición y su razón de ser en recordar los signos del Reino. Éstos son los que en Santiago y Barcelona… también en sus ocupaciones que no pueden dejar, esperan al Papa.
Se encuentra Benedicto XVI una vida religiosa sabia: envejecida en los años y joven en la entrega. Unos religiosos que han visto mucho y vivido más. Testigos del diálogo con la realidad, que no puede mirar atrás. Se encuentra, dentro de un grupo numerosísimo de fieles, un resto que han hecho de la gratuidad, la fidelidad y la felicidad el emblema de su vida. Creen en este momento de la historia y del Espíritu… por eso los religiosos tienen futuro y presente. Por eso esperan al Papa y, por eso, el Papa los encuentra. Los encontrará siempre.