Pocos retos como el de la Pastoral Vocacional levantan adhesiones, declaraciones y manifiestos en nuestros círculos. Es un hecho. Una cuestión de presente y futuro. Una necesidad.
Perdernos en análisis, casi siempre incompletos, suaviza el dolor, pero no ataja la enfermedad. Los consagrados accedemos a los datos de esta era con pretensión de conocimiento, aunque ingenuamente lo hacemos desde mamparas de protección – nuestros ritmos vitales – que nos dejan hacer formulaciones estéticas de cómo son los jóvenes y dónde están, aunque nunca hablemos con jóvenes ni pisemos sus suelos.
Ciertamente el discurso sobre la pastoral vocacional contiene buen número de tópicos, algunos gérmenes de voluntarismo y una salsa de ingenuidad generosa. No existe la fórmula mágica, ni la palabra definitiva… Sólo un convencimiento: en ningún sitio ni latitud; en ningún idioma o familia religiosa ha dicho Dios que ya no llama… Si esto es así, y parece que lo es… La cuestión es ¿cómo estamos posibilitando el mañana de nuestras familias? Algo parece evidente, si seguimos viviendo lo mismo tenemos garantizado lo que vendrá… lo mismo, lo que ya conocemos.
Los grandes titulares de la reorganización nacen de dos convicciones que llegan de la mano: hay que adecuar la estructura para abrazar el mañana y hay que abrir el horizonte para posibilitar consagrados de este tiempo. No sabe uno bien qué es antes, lo que sí sabemos es que ambas tareas son urgentes y necesitan más el trabajo en la persona que en el organigrama. Porque la pastoral vocacional, es misterio entre personas, para personas y con personas. Es misterio de encuentro y contagio; de acompañamiento, interpelación y provocación.
No suele el Señor deslumbrar el corazón de quien busca con artificiosas composiciones: complejos procesos, obras o ruidosos “macro-conciertos”. No, no se puede sostener una existencia que abraza el silencio y la gratuidad; la donación y la fraternidad, en cuestiones efímeras. Sin embargo, arañando nuestras pretensiones, nos descubrimos infatigables en el montaje y la proyección; las quimeras y los artificios. Con una buena intención, con buena voluntad: queremos contar lo que somos, sin hacerlo como somos. Y no funciona… No puede funcionar.
La pastoral vocacional está llamada a ser activa y efectiva. A contar con los mejores esfuerzos y las personas más capaces y libres. La pastoral vocacional puede llenar de vida las comunidades y presencias… ¿Qué es la pastoral vocacional, sino expresar la felicidad de estar vivos por una causa?
Necesita, eso sí, claridad y decisión. Necesita personas diferentes, que abracen la diferencia porque la misión es tan pluriforme como la existencia. Necesitamos poner entre paréntesis los corsés, que otrora nos dieron seguridad, para abrirnos a la inseguridad de acoger el momento, porque en éste es donde están quienes tienen que hacer posible el carisma hoy.
Acompañando algunas congregaciones y órdenes se percibe un esfuerzo titánico de supervivencia y gestión. Se trata de hacer previsiones para el futuro. Muchas horas y las edades más fecundas dedicadas a un combate que no es el nuestro. Horas y personas que tras este ciclo no serán recuperables para la única campaña necesaria: “celebrar y transmitir la esperanza que nos sostiene”. La transmisión vocacional se asienta en la sorpresa, el misterio y lo extraordinario. Y esto se tiene o no. Los complejos engranajes ahogan la intención de Dios. Esta etapa apasionante de misión necesita en la vida consagrada hombres y mujeres que tengan itinerario y visión. Y esos nacen de la comunidad, el silencio y la formación… no de la pasarela.