“Oración ante el Cristo de Pasión, de Martínez Montañez. Sevilla”
Cuántas cosas me gustaría decirte, Señor.
Y mirándote, así, cara a cara, sólo me dan ganas de quedarme en silencio. Un silencio roto por tantos gritos que vienen de fuera, llenos de pasión, de vida. De encuentros. De complicidades. Sobra la luz. Sobran las palabras. Deseo quererte y hablarte así, sólo con besos nacidos del alma. Contemplando tu rostro, que evoca fe, fuerza, llamas de esperanza, deseos por seguir caminando, paciencia, me quedo inmóvil. Ternura ante las contrariedades. Abrazo ante tanta miseria. Mirarte ya contiene la mejor de todas las conversaciones. Y nada más. Y nada menos.
¿Te falta algo, Señor, que yo te pueda dar? Aquel Obispo, ante la talla humana del artista, ante Ti, que te miraba atónito, también en presencia de tu pueblo, rompió su silencio para exclamar: “le encuentro sólo un defecto: le falta respirar”.
¿A ti? Si Tú, Señor, Pasión de Dios, eres el que nos llena de vientos de misericordia. Tú nos inflamas con el aire suave de Dios. Tú eres, Dios Bueno, el que suspiras y respiras por tantos hermanos que pierden el paso y, con él, la esperanza. Respiras por nosotros, cuando ya nos falta el aliento. Y entonces, vuelve la vida.
“De lo que más me gusta de esta imagen de Martínez Montañez, es verlo por la calle, el Jueves Santo, porque parece que va andando”. Fue el comentario, la otra mañana, de una de tus seguidoras, Señor. Verlo por la calle, le dije, es ver al Señor en la esencia de su misión: para eso ha venido: para recorrer calles y pueblos, con tus pies y con los míos, anunciando la Buena Nueva de Dios. Y en cuanto a lo de “parece que va andando”, ¿cómo que parece? El Señor camina siempre, al encuentro de aquel que le invoca. Se acerca, en suave presencia, a tanto dolor contenido de muchos de nosotros. Acude a nuestros ruegos, sufrimientos y lamentos. Y gusta de andar en nuestra casa, en nuestra mesa, en nuestra fraternidad. Te veo andando, caminando, entre la multitud, lavando tantos pies, sirviendo con tanto amor…acercándote, con ternura, a cualquiera, y no lo dudo: eres Tú, Señor, el que camina conmigo, el que va delante.
Mirarte, tenerte, encontrarte, Señor, da la vida. Me gusta tu rostro lleno de humanidad. Mirarlo, rezarlo, me anima, me ayuda a saber sufrir y padecer con paz todas mis cosas. Eres hombre, porque está dibujado el dolor en tu rostro. Y eres Dios, porque sabes llevar el dolor con paciencia, con elegancia, con fortaleza. Necesito que me ayudes a vivir, a querer, como tú vives, como tú quieres.
No me sueltes de la mano, Señor. Te lo pido de corazón, porque tus manos son grandes, divinas. Veo cómo tus manos acarician esa cruz. Así quiero yo abrazar también mis sufrimientos. Como tú. Abrazar lo que soy, lo que tengo, Abrazar mi historia, con sus idas y venidas. Abrazar, como tú abrazas y tocas. Sin miedos. Sin fantasmas. Agranda mis brazos y mis manos. Quiero, Señor, parecerme a ti, también en tocar y abrazar.
Mi mirada se desliza, ahora, recorriendo tu túnica, hasta tus pies. Esos pies de mi Señor. Ningún perfume tengo a mano, pero lo derrocharía todo sobre tus pies. A falta de perfume, ahí van mis lágrimas, y la de tantos. Pisada fuerte, segura. Conoces el suelo que tocas y eres firme en tus pasos, Señor. Conoces la tierra y la gente que te rodea., y amas al que cruza su mirada Contigo. Y los amas a todos. Y nos amas a todos. Nos amas a los que te amamos, y nos perdonas a los que te ofendemos.
Y en el caminar, el balanceo de tu túnica. Cómo me gusta verte así. En movimiento. Al encuentro de tantas miradas. Por las calles de nuestra ciudad. Jueves Santo. Amor fraterno. Siempre es jueves en nuestra comunidad. Ojalá y sea verdad. Servicio siempre. Entrega siempre. Eucaristía siempre. Amor entregado, siempre. Y siempre el encuentro de lo frágil y quebradizo, para cubrirlo todo de misericordia y de bondad.
Señor, tu pasión por mí me abruma, me sobrecoge. Pasión por mí y COM-PASIÓN por todos y cada uno de los hermanos. Una y otra vez te empeñas en rebosar de agua mi frágil vida: el agua de mi ser hombre, mi cántaro de barro, el agua de mi pecado, la tinaja de todas mis fragilidades. Y sólo cuando me quiero y me acepto, con pie firme, con manos de ternura y con rostro compasivo, tú conviertes mi agua en vino, mis flaquezas en fuerza y mis pecados en gracia. Lo que parecía estar perdido, vienes, lo rescatas y sigue la fiesta de la vida. Porque amar siempre merece la vida.
Teniéndote a ti, Señor, lo tengo todo. Soy como Juan. A tu lado siempre. Ahí me siento seguro. Quiero ser tu discípulo amado. Tú me has dicho que lo soy. Y yo, hoy, te pido fe para creérmelo.
Y ya está mi oración al completo, Señor: Tú, el discípulo amado, y el don más grande que me has regalado desde la cruz: Tu Madre. Que es Mi Madre, Mi Maestra, Mi Formadora, Mi Directora, Mi Todo, después de Jesús. Madre y Señora. De corazón grande. Mujer serena. Templanza palpable en todas las circunstancias de la vida.
Hoy, de noche, Madre y Señora, concédeme esto que te pido: Vente a mi casa, María. Vente a mi lado y al lado de los míos. Hay un puesto en la comunidad para ti. Allí te necesitamos para seguir haciendo lo que el Señor nos dice.
Así sea. Amén.