Los tres verbos suponen una acción que puede realizar un mismo sujeto, pero con matices distintos. Partir es tomar un todo y hacerlo trozos. Es posible que uno parta para quedarse con todos los trozos. Repartir es tomar los trozos y entregarlos a otros. Se pueden entregar por distintos motivos. Normalmente, cuando alguien reparte algo es para obtener un beneficio: reparto para que me compensen por lo repartido. También se puede repartir gratuitamente: reparto sin pedir nada a cambio. En el primer caso, al repartidor no le importan aquellos a quienes entrega el bien partido, solo le importa que se lo paguen. Pero incluso cuando uno reparte gratuitamente, es posible que no quiera saber nada de las personas a las que ha repartido los trozos; quizás los ha entregado por obligación o porque le sobraban y no tenía donde colocarlos. Compartir supone que la persona que parte y reparte, disfruta conjuntamente con las otras personas del bien repartido.
Si la primera acción, partir, puede resultar un gesto egoísta, el momento del repartir puede ser un gesto indiferente o generoso. Lo que está claro que es el tercer momento, el compartir, es un gesto de fraternidad, de respeto hacia los otros, un gesto de amor y cercanía. Compartir es algo más que estar juntos, pues se puede estar juntos sin estar unidos o con sentimientos opuestos. Compartir es tener una sola alma y un solo corazón y, en consecuencia, vivir en la alegría de tenerlo todo en común, de forma que a nadie le falte lo necesario. Pues donde hay mucho pan, y el pan se lo queda uno solo, solo come uno, y los demás pasan hambre. Cuando el pan se reparte, comen todos. Y cuando se comparte, además de comer todos, se vive en la alegría que produce la mesa compartida.
Este triple gesto Jesús lo realizó en la cena de despedida con sus discípulos antes de padecer, cuando tomo el pan y lo partió. Después lo repartió, lo entregó a sus discípulas y discípulos; y finalmente lo compartió con todos. Juntos comieron del mismo pan y luego bebieron de la misma copa. En este gesto de compartir pan y vino, Jesús estaba significando una realidad mucho más profunda y vital, pues en el pan y el vino era Jesús mismo quién se partía, se repartía y finalmente se entregaba a los suyos compartiendo la propia vida y uniendo su vida con la de los discípulos. Jesús no comparte solo lo que tiene, no comparte pan; Jesús se entrega a sí mismo, dando la vida por los hermanos. Es imposible ir más lejos en el compartir. A sus seguidores, Jesús nos llama a entregar la vida por los hermanos: “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3,16).