Lo nuestro –como vida religiosa– no es ofrecer un candidato para el papado, ni siquiera para el episcopado o el cardenalato. La vida religiosa no ha nacido para ocupar puestos jerárquicos en la Iglesia. Ella ha sido desde su orígenes hasta hoy un peculiar flujo de vida cristiana que ha intentado ponerse al servicio del Evangelio y ser testimonio de él (Evangelica Testificatio), asumiendo diversas formas históricas (anacorética o cenobítica, apostólica como forma de vida o apostólica como forma de misión evangelizadora, contemplativa o activa, femenina o masculina, laical o clerical) y los más diversos coloridos carismáticos. La “vida religiosa” muere y renace, se transforma, pero el Espíritu la guarda para que no pierda su quintaesencia; es más que cada una de las órdenes y congregaciones particulares que la van configurando. Es una vocación para minorías femeninas y masculinas. Su razón de ser es servir de contraste, alternativa, memorial; siente que su lugar son los espacios liminales, marginales, fronterizos, desérticos, las tierras de penumbra.
La Iglesia recurre en algunas y raras ocasiones a la vida religiosa para encontrar en ella personas que la ayuden a superar sus tensiones internas tanto a nivel local como mundial. Ya sabe la Iglesia que, en principio, un religioso no es nominable, porque su función eclesial es otra. Por eso, no creemos -en principio- que sea deseo del Espíritu que los religiosos se hagan cargo cada vez más de puestos de liderazgo eclesial.
Después de la admirable renuncia al pontificado del papa emérito Benedicto XVI, la Iglesia, por medio de los cardenales, ha escogido como nuevo papa a un cardenal que es precisamente religioso de la Compañía de Jesús; y él sabía que debía obedecer a la voluntad expresada por sus hermanos cardenales; movido por una inspiración, se ha hecho llamar “Francisco” en memoria del Francisco de los pobres y de la paz. El Papa Francisco ha aceptado –a pesar de todos los pesares– la elección y va por ahí pidiendo insistentemente oraciones; no solo la oración ritual de cada plegaria eucarística o tal vez de cada oración de los fieles, sino una oración especialísima, pues necesita ser bendecido, ayudado en un ministerio que le sobrepasa.
A mi modo de ver Papa Francisco no era el candidato de la “normalidad” dentro de la institución eclesial. Lo normal hubiera sido un papa que surgiera del empuje de los nue-vos movimientos, de las mayorías eclesiales dirigentes. Sin embargo, Papa Francisco ha sido el candidato de la emergencia, de la necesidad de superar una situación tensa, difícil, quizá terrible, en la Iglesia católica. Una situación para la cual el inteligente y místico papa emérito se sentía ya sin fuerzas.
¿Y qué está pasando ahora? Tal vez se esperaba en la Eucaristía de Iniciación del mi-nisterio petrino –o tal vez en el anterior ante los hermanos cardenales– un discurso pro-gramático que pusiera de relieve los problemas que la Iglesia debe afrontar, y que tanto colectivos, como personas particulares han tratado de recordarle en los medios de co-municación. Sin embargo, el discurso programático no ha sido el esperado. Papa Fran-cisco se ha presentado de tal manera que él mismo en su aparecer humilde, desprendido, tierno y pobre, pero también decidido y contrastante, es ya un esbozo programático. Y en sus discursos breves, directos y simpáticos, nos ha hablado de la centralidad de Jesús crucificado (en contra de la centralidad del papa, de los cardenales o de los obispos), del protagonismo del Espíritu Santo (y no de otros protagonismos), de una Iglesia que camina, construye, confiesa (y no es simplemente una ONG piadosa), de una Iglesia que no obliga al mundo a entrar en ella tal como ella es, sino que es capaz de acoger al mundo tal como éste es” (la bendición silenciosa a periodistas de diversas creencias y confesiones), del sueño de una Iglesia pobre y para los más pobres, de una Iglesia que ama desde la ternura, que pide perdón y proclama la misericordia infinita de Dios, y de una Iglesia que se hace compañera de todos los seres humanos para cuidar la creación, a todos confiada. El discurso programático ha hablado de un liderazgo que es poder de servicio, servicio humilde, servicio a los hermanos y hermanas –poniéndose al nivel de todos– que se expresa en mil gestos y acciones, que evita los signos de poder mundano, que no condicen con un Jesús crucificado. Pero ¡hasta ahora ningún programa! ¡Ningún guiño a la galería!
Es comprensible que ahora los diversos grupos de la Iglesia queramos “domesticar” a Papa Francisco, es decir, utilizarlo para defender nuestras ideas, llevar adelante nues-tros proyectos, defendernos de quienes no piensan como nosotros. También la vida religiosa tendrá la tentación de reivindicarse ante quienes en los últimos años han hablado mal de ella, la han menospreciado y la han hecho responsable de no pocos males de la Iglesia: ¡un papa religioso y jesuita sería nuestra contraprueba y justificación!
Aunque sea comprensible, no es justificable. En este momento nos está hablando “a todos y todas” el Espíritu. Y nos está llamando a impedir que la Iglesia caiga en ruinas. ¡Es el momento de una reconstrucción! Hemos de volver a ocuparnos de “lo esencial” y no hacer de cosas accidentales nuestros ídolos, nuestras grandes preocupaciones, objeto de nuestros debates. Es el momento de acabar con todo aquello que nos ha hecho mucho mal, “con el odio, la envidia y la soberbia que ensucian la vida”. Hay que reorganizar la Iglesia para que no la corrompan los egoísmos o el afán de dinero. Necesitamos, no la mera obediencia de genuflexiones, sino de disponibilidad para acoger sin presupuestos interesados el futuro que Dios nos ofrece.
La vida religiosa siempre se ha reformado o refundado a partir de la espiritualidad y la pobreza. Necesitamos una vida religiosa que ponga su confianza en la Providencia de Dios y no en sus programas o en sus balances económicos. El Papa sueña una vida religiosa que se integra en una Iglesia pobre y para los pobres. Cada instituto lo hará desde su carisma, desde su peculiar forma de ser vida religiosa. La vida religiosa envejecida se parece a ese grupo amplio de cardenales a quienes el Papa Francisco invitaba a transmitir a las nuevas generaciones la sabiduría del Espíritu. El Papa nos invita ya desde el principio a organizar una vida religiosa desde la sencillez, la humildad, el buen humor, la armonización de la diversidad… y en el fondo al principio ignaciano: sentire cum Ecclesia. No somos sólo “vida religiosa”, somos mucho más: ¡somos Iglesia! Y en este momento, le hemos podido dar un regalo, que esperamos sea un gran impulso para el futuro: Papa Francisco.