Hoy celebramos la herencia hermosa y cotidiana que Jesús nos dejó para el camino de la vida. Un trozo de pan y un poco de vino encierran en sí a nuestro Dios de los caminos que pasó haciendo el bien y que nos lo sigue haciendo en este pequeño gesto.
Cuidada con mimo durante todos los siglos de historia de la comunidad de discípulos, la eucaristía es memoria agradecida pero también es compromiso con la historia. Compromiso que nos impulsa más allá de nosotros mismos, de la contemplación ensimismada, a la Galilea de trabajos, de personas, de redes… Alimento cotidiano que es testamento de Palabra entregada por amor: «nadie me quita la vida, yo la entrego».
Amor plenamente consciente antes de ese dejarse llevar mudo («como cordero llevado al matadero, no habría la boca») por la violencia ciega, por el miedo a un Dios demasiado humano y pleno en humanidad.
Comunión que construye la comunidad desde el amor de migas y gotas, para todos igual, sin diferencias en la mesa, sin puestos de privilegio. Comunidad de jofaina y toalla, de pies lavados y que se dejan lavar.
Feliz eucaristía, hermosura de amor libre que libera en un mantel común.