Me ayuda mirar los conflictos en nuestras relaciones, los roces cotidianos, desde ahí: que queremos ayudarnos y, sin embargo, a veces nos lastimamos porque no tenemos el suficiente oxígeno, el suficiente espacio de amor liberado. En realidad, tenemos dentro mucho más amor del que imaginamos sólo que, a veces, se atasca la fuente y necesitamos “expertos” que puedan desatascarla. Los niños son los más autorizados para ello. Me contaron una historia deliciosa. Una catequista preparaba para la primera comunión a unos pequeños con síndrome de down. Cuando llegó el momento en que tenían que hablarle a Dios, uno de ellos le dijo: “Cura mis pensamientos”. ¡Cuánto bien nos hace una petición así! Sufrimos, en ocasiones, por la deriva de nuestros pensamientos que nos llevan a suponer, interpretar, enjuiciarnos… Se nos convierten en pensamientos tóxicos, que retienen, sobre todo, las voces negativas y no nos dejan reconocer el don que contiene cada experiencia. Qué liberación cuando los pensamientos se paran y nos crece el espacio para acoger lo que vivimos, sin filtros, sencillamente, tal como acontece.
Leía en estos días que la hormona del amor y de los vínculos es la oxitocina. Cuando tenemos niveles altos de esta hormona en nosotros se producen sentimientos de confianza, apertura, calma, conexión, que facilitan el sentir benevolencia y afecto. Ojalá podamos ayudarnos unos a otros a oxigenar la vida, a alimentar, cada día, esos niveles de oxitocina adentro, para poder respirar con más anchura, con más generosidad.
Cuando el vuelo toma tierra cae la tarde sobre Roma. La ciudad se muestra con una luminosidad contenida, nunca me había parecido tan hermosa.