Os llamo amigos

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Cuando intentamos describir a Dios nos solemos perder en conceptos complicados que poco dicen. Suelen ser abstractos como si Dios fuese los números y operaciones matemáticas de los pitagóricos.

Otras veces nos adentramos por el camino relacional (algo mucho más acertado), pero no acabamos de encontrar los símiles adecuados.

El evangelio de hoy nos da una clave hermosa: «Ya no os llamo siervos, os llamo amigos».

Al hablar de amistad con Dios se nos va encogiendo el alma, como si sintiésemos la indignidad de una relación no merecida. Decimos que no estamos a la altura, que Dios no puede ser tan cercano. Nos da miedo porque quizás prefiramos la distancia fría que no exige reciprocidad gratuita o gestos de cariño concretos.

La clave que rompe todo alejamiento es la de la elección de amor que Dios hace primeramente. No lo elegimos nosotros como amigo, él nos elige. Ante esto se asombra nuestro ser más profundo contemplando el abismo de generosidad que nos quiere volver a separar. Pero no depende de nosotros. Ya está dado. Sin méritos, sin prebendas. En la desnudez de una relación que no cumple sino que se fragiliza amorosamente.

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