Si tengo responsabilidades sobre otros en una institución o en un espacio social, ¿ofrezco a las personas a mi cargo razones para vivir y para esperar, razones para quedarse, para no marcharse de la institución o no emigrar del espacio que ocupan, o sólo les doy motivos para marcharse? Si sólo doy motivos para marcharse, la institución no tiene futuro. Y la gente queda resentida. Al educar a nuestros jóvenes, ¿les controlamos, o más bien les ayudamos a superar los malos momentos, les inspiramos confianza, les animamos y les damos razones para seguir adelante, a pesar de las dificultades de la vida?
No es fácil ofrecer razones para vivir y para esperar. Para ofrecer estas razones hay que comenzar por escuchar a las personas. Escuchar es algo más que dejar hablar (aunque eso es un buen comienzo, pues hay quién no deja hablar al otro). Escuchar es dejarse sorprender por lo que el otro me dice, recibirlo como digno de ser atendido, prestar atención a sus problemas, buscar juntos. La escucha se ve imposibilitada cuando “ya me las sé todas”, o tengo la solución antes de escuchar, o miro al otro desde mis prejuicios, o no considero las ofertas o soluciones que me ofrece.