No hay duda de que hoy la Iglesia está viviendo una etapa de gran dificultad, es inútil ocultar la delicadeza del momento histórico del paso de un pontificado a otro. Desde que Benedicto XVI ha decidido retirarse, todos hemos comenzado a sentir la gravedad del momento, aunque ahora parece mayor la alegría por la elección del nuevo Papa.
En realidad, todo depende de la certeza que llevamos en el corazón y que debería ser fruto de la experiencia personal de cada uno: no existe un momento neutro y privado de la gracia que nos forma; el Padre, formador de todos nosotros, nos ofrece tal gracia en cualquier circunstancia y a través de cualquier situación, también, y quizás sobre todo, cuando la vida sigue recorridos inéditos y nos sentimos privados de aquella garantía con la que es más fácil mirar hacia adelante. Crisis vocacionales, envejecimiento de los miembros, conductas inmorales, sensación de insignificancia, miedos y dudas sobre una Iglesia un poco tímida… todo parece contribuir a esbozar un futuro incierto y con muchas incógnitas.
¿Y si, por el contrario, aprendiésemos a vivir todo esto, junto con el paso histórico de un pontificado a otro, como escuela de FP? Como mediación a través de la cual el Padre no cesa de amonestarnos a tener fe, de reconducirnos a lo esencial, que es Él sólo y su Reino, de recordarnos que no somos mejores que los otros, de desvestirnos de nuestros estúpidos narcisismos religiosos (el número, la fama, la visibilidad, el poder, el éxito…), de no contentarnos con repetirnos y fotocopiarnos indefinidamente, de aprender a ser minoría inteligente y esperanzada, creativa y fantástica, quizás aprender a morir sin pretender cualquier garantía de inmortalidad para que nazca una vida nueva…
¡Bienvenidas sean las situaciones de crisis y de falta de certezas, de confusión y desconcierto, si todo esto nos purifica y nos renueva, y nos hace cada vez más consagrados al Amor que salva! Nuestra formación está hecha también de estos momentos; precisamente por esto dura toda la vida y comprende la muerte.
La alternativa sería muy triste: quien no aprende a dejarse formar por la vida para toda la vida, incluso y particularmente en los momentos oscuros y difíciles de la misma, se encerrará cada vez más en sus “religiosas” depresiones y desesperaciones. ¡Si nuestra vida no es FP, es frustración permanente!