NÚMERO DE VR, OCTUBRE 2020

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La fidelidad y la polisemia peligrosa

Las palabras iguales pueden significar cuestiones bien diversas dependiendo de situaciones, personas y culturas. Incluso dentro de cada uno de nosotros también experimentamos esa riqueza de la polisemia. Vivimos una emoción que nos sostiene en la consagración, sin embargo no tiene los mismos matices, ni la misma fuerza dependiendo de etapas y circunstancias de la vida. No significa exactamente igual «darlo todo por Cristo» en los primeros momentos de la aceptación vocacional, que cuando hemos pasado décadas de pertenencia a una congregación.

La Congregación de Religiosos (CIVCSVA) acaba de ofrecernos un texto sobre la fidelidad que, además, subtitula: «la alegría de la perseverancia». ¡Nada menos!

En muchos ámbitos de vida consagrada estamos estudiándolo despacio. También en nuestra revista. Como en tantas otras ocasiones el peligro es perdernos en el texto y despistarnos del meollo del mismo que no es otro que preguntarnos y tomar decisiones ante lo que nos está pasando.

Aquí, de nuevo, la polisemia puede ser muy peligrosa. No es tan seguro que quien se va de una congregación sea infiel y por el contrario quienes permanecemos no lo seamos. Hay permanencias y «perseverancias» que hace mucho no se preguntan por la fidelidad. El mismo documento afirma que la fidelidad es un don dinámico, en crecimiento. No es un principio estático ajustado a estilos que no se permiten la pregunta inquietante e inteligente sobre la necesidad de operar cambios.

Así las cosas, descubrimos que la fidelidad, como don, es polisémica. Cada quien entiende cómo su vida es fiel a Quién un día pronunció su nombre y le hizo una invitación persuasiva e irresistible a «darlo todo» (otra expresión polisémica) por el Reino. Cada quien busca ser fiel a la verdad, su verdad, y el problema en el que estamos envueltos en los lares de la vida consagrada es la convivencia de verdades posibles, con caminos y expresiones mas bien divergentes.

El corazón del documento sobre la fidelidad late pidiendo la madurez de toda mujer y hombre que busca seguir a Jesús desde los consejos evangélicos. Ahí está el asunto y la piedra de toque para nuestras culturas y estructuras. Las propuestas que solemos ofrecer para el cuidado de la fidelidad, que es un don interior, son propuestas externas que frecuentemente se reducen a hechos, convocatorias y encuentros circunstanciales. No es que nos pueda la ingenuidad de pensar que aparentando unidad estamos unidos; o estando juntos somos fieles; o riéndonos sonoramente estamos alegres. No creo que sea cuestión de ingenuidad. Pero sí de miedo. En el fondo tememos preguntarnos por la raíz de las cosas y las decisiones. Si abundamos en las preguntas y escuchamos respuestas lo mismo se nos desmorona la frágil seguridad en la que tenemos sostenidas nuestras comunidades y estructuras. Sin embargo, si entramos en la dinámica de la fidelidad al Espíritu, si damos valor a las palabras y comenzamos a creer y creernos, quizá tengamos que empezar a reconocer que no toda «perseverancia» es valiosa o deseable. Porque esa firmeza en los principios que sostenemos como roca, más en el intelecto que en la vida, frecuentemente se descubre vacía e incapaz de transformación.

La polisemia es peligrosa, sobre todo, cuando usamos palabras que no nos dejan asomarnos a la verdad de Dios o cuando nos conformamos con la letra o cuando nos mantenemos enquistados y enquistadas en verdades y valores que solo poseen los «míos» o las «mías», o cuando hemos perdido libertad para decir lo que pensamos. Fidelidad es una palabra polisémica y peligrosa. Por eso hay que tratarla con respeto y acogerla con amor. Su explicación no es quedarse o marchar, sino discernir dónde esta el corazón.

Es un drama para la vida consagrada y para la Iglesia la hemorragia de salidas, pero no es menos dramático constatar que nos hemos podido acostumbrar a vivir sin discernir, sin preguntarnos por la fidelidad y sin optar en consecuencia dentro de la vida religiosa. Es tan ambigua y peligrosa la polisemia que estoy seguro que hay más fidelidad de la que somos capaces de expresar y también que hay personas que, hoy por hoy, no pueden seguir en nuestras estructuras por fidelidad.