NÚMERO DE VR OCTUBRE 2018

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Convivir, programar, soñar y mirar la pantalla

Si analizamos con detalle descubrimos fácilmente que en comunidad no somos tan pocos. A lo peor estamos un poco solos, pero lo cierto es que hay comunidades y, sobre todo, personas superpobladas. Me explico. Con cada uno de nosotros viene a la comunidad ese «millón de amigos» de las redes que nos «enredan», creando una dinámica extraña. Con los «amigos» entran las distintas experiencias que estos constantemente nos filtran o traspasan. Es una pantalla auténticamente viva, omnipresente, posibilitadora o detractora, de tantas relaciones francas, directas y sin filtro. Es una realidad más con la que hay que aprender a convivir, interactuar, tener en cuenta y, por supuesto, no anatematizar.

La cuestión del móvil en la convivencia es una realidad auténticamente viral. No tiene otra resolución sino aquella que recomienda un uso sabio, prudente, equilibrado y con conciencia de misión. Sin embargo, cada uno y cada una, ya hemos hecho nuestra particular lectura de lo que significa la sabiduría, la prudencia, el equilibrio y, por supuesto, la misión. Porque junto con el móvil y la imprescindible sensación de estar comunicados, localizados y dispuestos, también el manejo de los términos y sus contenidos en clave autodidacta es un signo de este tiempo.

Cuando soñamos la comunidad posible, lo hacemos siempre desde la totalidad. Así debe ser porque los sueños, sobre todo los de crecimiento, son aquellos que nos transportan a posibilidades más lejanas y limpias que las laderas conocidas y desgastadas por los caminos y tropiezos de la vida. En ese sueño, nos atrevemos a situar a los demás, y a nosotros mismos, en un plano de convivencia donde no hay rincones, ni escondites. Donde la franqueza inunda las relaciones y la misericordia guía los intereses. Hasta ahí nada que objetar. El sueño de una convivencia de iguales en torno a Jesús o despeja la maleza para conseguir ver el foco, o se queda en una comisión que pacta unos mínimos para lograr algo que nos dé noticia de qué significa estar juntos: compartir unos horarios.

Lo cierto es que la pregunta por el significado de estar juntos por una causa necesita una respuesta. Quizá la mirada continua a una pantalla que cambia constantemente bajo la fluidez de los «me gusta» o «te sigue»; o los constantes anuncios que nos indican que alguien se ha acordado de una ocurrencia, una quedada, una convocatoria o un video; o esas cadenas de amigos, compañeros de curso, congregación o, incluso, comunidad que sostenemos desde el WhatsApp, quieran ser respuesta. En realidad, está diciéndonos mucho más de lo que queremos oír. Por ejemplo, nos dice que al hombre y a la mujer consagrado hoy se le está quedando pequeña la comunidad local y el círculo local de misión. Nos dice también, que nos resulta más cómodo el contacto virtual que el humano. Que nos cansan los tiempos largos e intensos y vemos más productivo el flash, la ocurrencia, la chispa. Nos dice también que necesitamos situarnos en espacios más amplios, más ricos, pero a la vez, más anónimos y libres. Nos susurra constantemente que tenemos miedo a estar solos y hasta podemos llegar a pensar que la única salida de una soledad comunitaria es encontrarnos, al amanecer, con un centenar de mensajes variopintos, interdisciplinares, a veces contrapuestos, donde lleguemos a interpretar que, por fin, somos importantes para alguien.

Sería difícil establecer la magnitud de cómo este tiempo y sus posibilidades nos abre para una experiencia de comunidad diferente. Cómo en realidad estamos más predispuestos a comenzar algo que merezca la pena donde la vida compartida adquiere unos tintes de totalidad que están en el anhelo de quien hoy es consagrado. De momento, sin embargo, percibimos «pantallas» que no se encuentran. La comunidad real discurre en sus horarios y ritmos; sin prisa y sin ganas de cambio. La virtual, por el contrario, se sostiene en el vértigo, la prisa y la participación. Quizá tengamos que integrar en la comunidad, con creatividad, estilos que mantenemos en esa relación marital con el móvil y comenzar a decir a los hermanos y hermanas de casa un «me gusta» a tiempo; empezar a «seguir» al que hace tiempo ignoramos; «copiar» alguna actitud doméstica que nos parece profética; abrir un «chat» informal y sincero con quien solo manejamos un leve saludo o, sencillamente, «compartir» con vida la oración diaria de la comunidad.