NÚMERO DE VR, NOVIEMBRE 2019

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Ecología en misión

En este mundo nuestro hay quien todo se lo toma con exageración. La radicalidad de las posturas conlleva no pocos silencios, divisiones y dificultades objetivas de encuentro. A la hora de la verdad todos se sustentan en «sus razones» que son tan poderosas que no tienen vuelta atrás. Desde esas razones terminamos por justificarlo casi todo, incluso la falta de respeto al otro, el hurto de su sitio, su palabra y hasta su dignidad.

Habrá quien leyendo esta afirmación se pregunte: «¿pero no iba a hablar de ecología?». Pues lo estoy haciendo. El principio ecológico, por excelencia, es la capacidad de vivir juntos… eso sí, con vida entrelazada y compartida. Vivir juntos de verdad, no únicamente en la formalidad jurídica de un papel.

Los consagrados somos por definición personas volcadas en el cuidado ecológico. Nuestra llamada trasgrede todos los principios de mercado y posesión que el dictado social impone. Entre nosotros lo valioso no es lo que tiene un precio más alto; ni lo mejor lo que más produce; entre nosotros no hay concurso de méritos y nuestros servicios o cargos no se sustentan en un trepar pisando a otros u otras. Para nosotros el ideal de vida no es un coche de alta cilindrada, ni una casa con muchas comodidades. No somos esclavos de una cuenta bancaria a la que de reojo le pedimos que engorde y nos dé tranquilidad. No somos posesivos en nuestro querer, no atamos a nadie. No compramos silencios ni abusamos de quien se presenta más débil. Nuestra tarea y compromiso no lo llamamos trabajo, sino misión y por eso para nosotros no hay trabajos de primera y otros subalternos. Nosotros, los consagrados, somos el testimonio y la transparencia de la verdadera equidad en el trato y la acogida. Somos así la manifestación limpia del querer de Dios que tiene por estilo salir a esperar a quien ha decidido irse para abrazarlo y besarlo, sin rencores ni reproches, al regreso. Los consagrados, ¡por eso nuestra vida enamora tanto!, estamos siempre dispuestos a empezar, no nos cansamos ni estamos cansados de la palabra, porque somos hombres y mujeres de palabra, es nuestro cauce y cuando decimos «aquí estoy» significa que estamos y estamos para siempre.

Nosotros tenemos un estilo de vida compartido que se forja en la escucha de la Palabra, en ella todos nos reconocemos y desde ella nos sentimos lanzados o impulsados. Nuestro signo no son los brazos cruzados, porque la misión nos recuerda que somos creación activa, que hay que hacer. Han de llegar los granos de trigo a todos, por eso no podemos acumular; han de llegar las medicinas a todos por eso tenemos que reclamar y gritar; han de llegar las letras a todos, por eso ayudamos a pensar, reivindicar y protestar.

Sí, en efecto, la vida consagrada es una parábola de la ecología integral. Nos formamos en la escucha paciente de la naturaleza para entender los ritmos de la vida sin violentarlos. Crecemos viviendo al día. –a cada uno le basta su afán– para no reducir la existencia a pura producción. Nos aleccionamos en la paciencia, aceptando los diferentes ritmos de vida y el ecosistema que milagrosamente estos ritmos han ido trazando. Descubrimos y agradecemos el calor o el frío; la sequía y la lluvia, porque en todo ello entendemos que hay una expresión clara de generosidad divina. Somos, para este tiempo, una vocación de alto riesgo porque nuestra sola presencia incomoda a muchos. En el fondo estamos recordando a los poderosos que creen manejarlo todo, de dónde proviene «su» poder… Por eso ahora, al pensar en la Amazonia, perfectamente podemos recorrer en acción de gracias la esencialidad de nuestra identidad como hombres y mujeres que nacen y cuidan la creación. Somos la esencialidad de la libertad porque nuestro Dios continuamente habla y lo hace por su Espíritu, por su tiempo, por sus mujeres y hombres, por la madre tierra y por el sol. Habla, continuamente convoca e invita a una celebración misteriosa, única, vibrante y nueva… Y esa invitación quienes sabemos escucharla, no tengan duda, somos los consagrados, porque nuestra vida, en esencia, es pura ecología en misión. Por eso es vocación y llamada; renovación y novedad. No se equivoquen, quizá vengan muy pocos o pocas a vivir como vivimos, pero hay muchos tocados por la ecología que nos gustaría vivir. ¡Y esos sí conviene que vengan!