Salir, encontrar, contemplar, transformar y cambiar
Son cinco verbos que acompañan la reflexión teológica de la vida consagrada de los últimos tiempos. Verbos de acción que, dadas las circunstancias, pueden aportar especial novedad.
Llevamos unos meses confinados que no significa inactivos. Pero la dura experiencia de una «parálisis impuesta» puede conducir a la paradoja de que ahora no sepamos muy bien cómo salir a la vida.
Salir es reencontrarnos con los caminos de la normalidad. Devolver a los votos los cauces normales de expresividad y crecimiento. Recuperar la relación, el encuentro, el diálogo o la complicidad, ahora con más autenticidad ¡Lo hemos echado tanto de menos! Es una salida nueva, especial. Algo parecido a cuando te pones de pie después de horas de viaje. Te acuesta andar. Seguramente cierta lentitud nos ayude a reparar por dónde caminamos y hasta sería deseable que lo hiciésemos por caminos nuevos, lugares desconocidos, trayectos que, por extraños, nos obliguen a una salida con mucha atención. Salir es lo contrario de entrar, de quedarse, de replegarse o de mantener un estilo hipocondriaco y miedoso. Salir es arriesgarse, sin duda, pero también es el único itinerario posible para volver a la vida. Hemos de salir (y ayudarnos a ello) para superar tantas horas de soledad, noches de miedo o duelo pospuesto. Salir es un verbo de misión, de envío e incertidumbre, pero también de novedad.
El segundo verbo es encontrar. Es una sorpresa. Un hallazgo. Algo no previsto ni calculado. Algo no matemático ni marcado por los arquetipos ideológicos que, en mayor o menor medida, a todos nos pueden aprisionar. Encontrar tiene mucho que ver con la providencia. Con algo que nos supera porque jamás lo esperaríamos. Encontrar es muy diferente a intentar cambiar, o proponer o dirigir. Encontrar es aceptar, aprender, descubrir lo que hay. En este tiempo cuando hemos sido testigos de tanto gesto evangélico anónimo es el momento de saber convertirlo en estilo de consagración.
Contemplar es el infinitivo que da calidad a la salida. Es lo contrapuesto a leer la realidad pensando que la misión continúa punto y seguido en donde la habíamos dejado. Cuando contemplamos ejercitamos la visión de ir más allá, trascendemos y nos acercamos al amor gratuito. Nos permite admirar el paso de Dios –sin pretender guiarlo– que se manifiesta en los procesos humanos, en sus búsquedas y verdades. Contemplamos cuando somos comprensión, misericordia y aceptación.
Contemplar concluye siempre en transformar, porque contemplar es comprometerse. Transformamos cuando nos dejamos impactar por la realidad, cuando superamos la virtualidad de querer ofrecer un mundo en orden que solo existe en nuestro imaginario académico. Nos transformamos haciendo nuestro el dolor de los demás, las dificultades para orientar la existencia, el desamor y el desánimo que durante la pandemia se hicieron tan fuertes. Transformamos y nos dejamos transformar cuando no caemos en la polarización, la visceralidad, el opinar de todo sin comprometernos con nada. Nuestra transformación como hombres y mujeres consagrados, tras la pandemia, consiste en una opción clara, decidida e inequívoca por la persona, por toda persona. Porque ahí radica la opción imprescindible de la institución, si quiere tener sentido y servir a esta era, claro está.
El paso último es cambiar. Y es conveniente que quede abierto para que cada quien encuentre hacia dónde y en qué debe hacer efectivo ese cambio. Los consagrados si algo hemos descubierto con el Covid-19 es que estamos no solo invitados, sino obligados a hacer más real y visible nuestra consagración y humanización. Y para ello, lejos de aislarnos, debemos confundirnos evangélicamente con una realidad a la que, sin embargo, tenemos miedo. Habrá cambio cuando descubramos que lo valioso está fuera de nosotros, de nuestras normas, trienios y circulares. Lo valioso es tan grande y nuevo que se llama Dios y por Él, puede nacer algo nuevo. Solo tenemos un problema, como apunta Peter Rollins, y es «que por lo general estamos tan inmersos en una ideología determinada que no podemos ni siquiera imaginar una alternativa real que no sea simplemente una reorganización de lo que ya existe». Y lo que necesitamos, evidentemente, es mucho más.