NÚMERO DE VR, ENERO 2021

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Si quieres un año nuevo… ¡hay tarea!

Seguramente todos tenemos gana de perder de vista un año que nos ha traído tanta debilidad. Solo por esta razón el comienzo de 2021 puede ser una noticia de alivio. Ciertamente es solo un cambio de dígito, pero psicológicamente es mucho más que eso. Se esperan en él noticias que devuelvan valores imprescindibles para la vida como son la salud, la relación y la fraternidad.

Es bastante cierto que el comienzo de un año nuevo puede marcar el resto de los días. Aislados o protegidos, podemos estar invadidos por el escepticismo ante cualquier novedad. La desconfianza creciente en quienes rigen el asunto público es la misma respecto a los que dinamizan la Iglesia, la congregación o comunidad. Exactamente igual a la que puede aparecer cada vez que nos acercamos, personalmente, a la Palabra de Dios. Todo depende de la limpieza o saturación con la que nos situemos ante Dios.  Da la sensación de que la pandemia ha fortalecido un virus en nuestros corazones. Ya estaba, pero ahora ha adquirido nueva dimensión: no nos creemos. Y, ya saben, si no nos creemos, no nos creamos.

Hemos gastado los días del 2020, en su mayor parte, en una sola palabra: coronavirus. Internamente tenemos serias dudas que nos haya hecho mejores, o haya desencadenado signos de verdad o esperanza. Ha crecido la protección ante algo invisible y la hemos transmutado hacia lo visible y así podemos aislarnos, todavía más, frente al hermano o hermana, frente al pobre, el joven, el anciano, el migrante o el transeúnte… porque ahora solo son –somos– posible fuente de contagio. Las palabras que sustentan la comunión, sin embargo, nos hablan de riesgo, oportunidad y contagio por amor. Una vida consagrada solo protegida, es una institución llamada a desaparecer.

En estas estamos cuando llega el nuevo año y no sabemos bien si empezamos o continuamos. Si nos lanzamos a la vida, o nos protegemos de ella. Una de las zozobras más estériles es no saber situarnos. Conformarnos con palabras grandilocuentes y universales que hablan de amor mientras, quizá, continuemos reduciendo la relación hasta que la consagración poco a poco se asfixia. Ya sabemos que es coherente aquello de «cuidarnos para poder cuidar», pero no se sostiene lo nuestro en un eterno cuidado. De él no nace jamás ni el riesgo, ni la profecía… ni su camino menor, la generosidad. El signo más evidente de que el nuevo año nazca viejo no es que aumente nuestra edad, sino las condiciones que vamos poniendo al seguimiento. Cuando lo primero soy yo y mis cansancios; mi tiempo y terapias; mis condiciones o fijaciones. Ciertamente es indiferente el cambio de fecha, de año, de capítulo o de comunidad. La consagración se ha necrosado y no hay capacidad sino para seguir la acostumbrada rutina de vivir y dejar vivir.

Es posible que el miedo haya acrecentado este estilo. Es posible además, que aparezcan mucho más diluidas las líneas comunes de nuestro compromiso. En el fondo, hay mucho planteamiento –no escrito– de que las cosas se queden así, con la relación y el discernimiento en perfil bajo, hasta que esto pase o el vendaval amaine o el diluvio escampe. En este sentido, hace unos días, un religioso me decía preocupado: «¿te imaginas que nos conformemos y el resto de nuestra vida mañana sea igual?». ¿Será que nos conformamos a que todo siga así? ¿Será que ya no nos queda capacidad para la emoción, para el cambio y la reconciliación?

Hay un hecho indudable y es que del miedo no brota la vida y de la relación sí. Y el gran drama es si se apaga en nosotros el hambre de relación con Dios y con los demás. Si damos por bueno un «recogimiento», que puede ser solo complejo o soltería y llegamos a pensar que este círculo pequeño de vida es lo normal y deseable. El gran problema no es solo que la vacuna tarde en llegar o no llegue para todos que es una cruel injusticia. También es preocupante la abundancia de anticuerpos ante el cambio, las fijaciones y prejuicios, nuestras visiones enquistadas y a veces trasnochadas; el clericalismo presente aunque disimulado y la confusión de fraternidad con indiferencia o de misión con el cuidado del propio ego. Por eso, quien quiera tener un año nuevo sabe que hay tarea.