La inquietud ya es cambio
Es más que evidente que estamos en un tiempo nuevo. Nuevo vino, nuevas formas, nuevos estilos… ¿Son acaso posibles sin un cambio específico y claro de lo que somos? ¿Puede la vida consagrada seguir entonando el cambio de la novedad sin moverse de sus postulados? ¿Qué vida consagrada pide este momento de nuestra historia? ¿Cambios personales o cambios estructurales?
Podría hacerse interminable el número de preguntas y podría ser desconcertante quedarnos solo en ellas. Es un tiempo de respuestas y, éstas, no pueden ser ni rotundas, ni claras. Las respuestas del «vino nuevo» nacen en el contexto del caos y la ambigüedad. Desconciertan a quienes queremos «ideas claras y distintas», pero una cosa es clara, experimentar la inseguridad y la intranquilidad evangélica ya es cambio y anuncio de que estamos soñando otros «odres».
Algo vamos teniendo claro, la gran reforma de la vida consagrada es algo más que una decisión con efecto que se pueda contar, es una nueva visión que posibilita, en primer lugar, la capacidad de cuestionar lo que hoy de manera eficaz y efectiva consideramos nuestra seguridad. La inquietud ya es cambio porque inaugura la posibilidad de un modo nuevo de ver y, por tanto, salir de donde estamos.
Hablar de la necesidad de odres nuevos no es una carrera de búsqueda de la novedad fuera de la vida consagrada. Intuyo que cuando ésta escucha los latidos profundos, oye el respirar de sus miembros se aventura al mañana porque ya está presente en el hoy. Eso sí, silenciado y reducido a la vida privada porque, de momento, los consagrados pueden estar preocupados solo de conservar odres, aunque la realidad anuncie que estos, por viejos, no sirven para el vino nuevo que, en este tiempo, ofrece el Espíritu.